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Columna
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Algo se mueve

Fernando Vallespín

Puede que uno de los efectos no deseados de la Ley Orgánica de Universidades (LOU) haya sido la rehabilitación del movimiento estudiantil. Cuando todos lo dábamos ya por muerto, por una reliquia de otros tiempos, ha comenzado a resurgir de sus cenizas. Es lo que parece deducirse al menos de las multitudinarias manifestaciones en contra de la LOU. Aunque ya teníamos algunos indicios a este respecto a través de la amplia presencia juvenil en los movimientos antiglobalización. ¿Estamos ante un mero espejismo, ante algo coyuntural provocado por la susodicha ley o es que vuelve el joven contestatario de otras épocas?

Desde luego, ha pasado ya el tiempo suficiente como para que el péndulo comenzara a girar en la dirección contraria y se empezara a notar una mayor implicación juvenil en la política y en el espacio público en general. A este respecto, Alfred Hirschman formuló una ley según la cual la historia moderna se movía oscilando sucesivamente entre dos procesos distintos: politización y privatización. El tránsito que conduciría de uno a otro sería la frustración y el desengaño que se siente tras experimentar con intensidad cada uno de esos estadios. (Por cierto, la generación de nuestra transición política, con el brusco paso desde una amplia implicación política al famoso 'desencanto', encaja en este esquema como un guante). Hirschman no se refiere sólo a los jóvenes, claro está, pero ellos suelen ser siempre un magnífico sismógrafo capaz de detectar si hay o no algún rastro de cambio a la vista. Y la verdad es que llevamos ya cuatro lustros prácticamente apartados de un auténtico activismo político y volcados sobre un consumo solitario y privatista. Parece llegado, pues, el momento de esperar alguna transformación y todo parece indicar que algo se mueve en el mundo estudiantil y, en general, en el de las asociaciones juveniles. La dificultad estriba en saber interpretarlo.

Estos momentos históricos no se prestan, en efecto, a fáciles analogías con otros períodos. Para empezar, la distinción público/privado ya no es lo que era. Hoy la implicación pública puede pasar perfectamente por un activismo en el 'tercer sector', que, como ocurre con las ONG, no está estrictamente informado por la persecución del beneficio económico ni tampoco por una vinculación público-estatal en sentido estricto. Aquí se han refugiado en los últimos años buena parte de las energías juveniles que otrora iban a un activismo más estrictamente político. Sólo cuando las ONG, o muchas de ellas, al menos, han comenzado a desarrollar una lógica burocrática similar a las de cualquier otra organización es cuando muchos jóvenes contestatarios han tomado conciencia de su efectiva integración en el sistema. Pocos pueden engañarse ya a este respecto. Pero hay más. Naomi Klein, en su exitoso No Logo (Paídos, 2001) pone el dedo en la llaga cuando observa la sibilina estrategia de marketing de algunas de las más populares multinacionales. Consiste en desarrollar una exquisita sensibilidad para captar en todo momento por dónde van las inquietudes y los nuevos ideales de los jóvenes con el fin de asociarlos de inmediato a su marca. El producto es ahora secundario, lo importante es que la marca se identifique a un modo de vida con pegada en la juventud. El resultado es una continua y permanente banalización e integración de todo cuanto pueda resultar atractivo para este sector de la población. Los estilos de vida y las posiciones políticas son fagocitadas así por el mercado y se convierten en una mercancía más.

Los partidos políticos, por su parte, no ofrecen tampoco los suficientes estímulos de enganche para los verdaderamente inquietos. Y la opción, sobre todo en la izquierda, es generalmente entre una izquierda 'integrada' u otra 'pasada'. Ante esta situación, que es percibida de un modo difuso y no totalmente consciente, no es de extrañar que la espontaneidad contestataria se focalice sobre una presa tan golosa como la LOU. Aunque uno no entiende por qué se movilizan sólo contra la ministra y no contra el rector de turno. O por qué sólo acude a votar un 12 % de ellos cuando son convocados a la elección de sus representantes.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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