Universidad y sociedad
El autor opina que para la mejora de la Universidad son esenciales las reformas puntuales que nazcan en su propio seno
La Universidad en nuestros días sigue siendo el producto de una prolongada historia de esfuerzo incesante al servicio del saber y del desarrollo humano. Sin embargo, el crecimiento a que se han visto sometidas las universidades durante las últimas décadas, así como la creación de muchas nuevas, ha traído consigo múltiples problemas junto con muchos logros decisivos a favor de las sociedades a las que sirven.
De todos modos, el reconocimiento de estos hechos y el apoyo dado por parte de la sociedad ha sido en general muy desigual, escatimando los recursos necesarios y formulando no pocas críticas infundadas.
La actividad universitaria es, por su propia naturaleza, inmensamente compleja e incierta, puesto que se la somete crecientemente a numerosos nuevos desafíos y, por ello, es sujeto, una y otra vez, de reflexiones sobre reformas deseables o posibles ante los grandes temas con los que se enfrentan individuos y sociedades en todos los campos.
Por de pronto, la Universidad debiera poder hacer frente a un gran número y variedad de investigaciones avanzadas, adaptarse a la explosión del conocimiento que con tales investigaciones se contribuye, formar en viejas y nuevas profesiones adaptadas a la demanda del mercado laboral, así como contribuir a satisfacer la demanda cultural que su entorno promueve. Además, tiene que tratar de contribuir a un desarrollo sostenible local y global que sea justo y social de acuerdo con valores éticos y humanos. Las universidades tienen que plantear por lo tanto una visión de futuro respecto de cuanto se refiere a la humanidad toda y al universo que la sustenta.
La Universitas de antaño ya fue principal centro de reflexión y búsqueda de cuanto importa a la humanidad y su habitat. Al poner su empeño en valores intelectuales y éticos se hizo vehículo de lo mejor en la tarea civilizadora de Occidente en medio del dolor y la depredación tantas veces causados por afanes de dominio.
Ahora, en nuestros días, el mundo está enfrentado a una 'gran transición' entre cambios acelerados y un proceso de globalización vagamente entendido en su verdadero alcance. La globalización no es una ideología ni un fenómeno positivo o negativo, sino un proceso seguramente irreversible que hay que procurar poner al servicio de todos, empezando por la justicia y la cohesión social, y no en beneficio de unos pocos privilegiados, con las consiguientes odiosas disparidades generalizadas.
En estas circunstancias, lo que se pone de manifiesto crudamente es la falta de una visión global y a largo plazo, así como la considerable debilidad o ausencia lacerante de liderazgo global y local, frente a la solidaridad y el conocimiento avanzado al que todos debiéramos aportar en este nuevo escenario mundial.
Tal es la actual premisa general, junto con otros desafíos y esperanzas específicos en el campo cultural, social, político y económico, como paso previo a la formulación de cualquier política o reforma universitaria. La tarea es sin duda considerable y seguramente conllevará cambios sustantivos en términos de metas, planteamientos y recursos, además de todo lo referente al gobierno y gestión de la Universidad, asuntos éstos últimos que, por razones políticas, suelen anteponerse a los verdaderamente esenciales.
Por todo ello hay que plantearse, desde un comienzo, el tema Universidad y Sociedad en el plano de la realidad y tendencias actuales, tratando de avizorar el futuro de la Universidad ante las nuevas perspectivas de la globalización y el aprendizaje.
Por otra parte, el futuro de cualquier sociedad está condicionado por sus sistemas educativos, los cuales culminan en sus respectivas Universidades. De hecho, de la excelencia de sus universidades dependen finalmente el potencial del desarrollo de las sociedades y la calidad de los demás niveles y modalidades de educación en los que aquéllos se desenvuelven.
Ninguna sociedad es superior a sus universidades y, de modo similar, la Universidad es en última instancia espejo de la sociedad en la que está inserta. Universidad y sociedad se necesitan mutuamente sin remedio. La investigación, la docencia y el enriquecimiento cultural son decisivos para la cohesión social y el desarrollo en la medida en que se asegure, a su vez, una igualdad de oportunidades y la más alta calidad en el aprendizaje y formación. De ahí que la sociedad global se verá favorecida en la medida en que la Universidad mantenga su mandato de universalidad.
Europa, Occidente todo, le debe a la Universidad su preeminencia cultural y civilizadora. Por su parte, las Academias cumplen hoy en día una función de vinculación del saber más avanzado con la sociedad ante un mundo global, función que también cumplía en su origen la propia Universidad.
Los estudios generales o interdisciplinarios e intersectoriales situados al principio de los estudios universitarios, así como los estudios universitarios de reciclaje o de actualización para personas mayores, dentro del criterio de una educación permanente o continua, son parte del revulsivo y del replanteamiento de la tarea universitaria, presencial o virtual, que requiere la Universidad en los comienzos del siglo XXI ante el progresivo proceso de globalización.
Todas estas reflexiones son tanto más pertinentes por cuanto ahora está pendiente de culminación el trámite parlamentario del proyecto de Ley de Universidades (LOU) que, al decir de sus promotores, pretende mejorar la calidad del sistema universitario, establecer un mejor sistema de selección del profesorado, evaluar y acreditar la calidad, además de impulsar un mayor acercamiento entre la universidad y la sociedad. Conviene recordar que en torno al año 1968 se produjeron no pocas alteraciones pre-revolucionarias en las universidades europeas tras las primeras experiencias similares en los EE UU.
A los jóvenes universitarios de aquellos años les gustaba el modelo de sociedad entonces emergente, aunque tampoco llegaron a formular una propuesta coherente y viable. A muchos mayores en cargos de responsabilidad a nivel internacional también nos inquietaba el futuro y coincidió que, tras varios años de estudios y debates, fundáramos durante el mismo año de 1968 lo que se dio a conocer como el Club de Roma.
Ahora, con el proceso de globalización en marcha, son muchas las personas e instituciones privadas de la llamada sociedad civil quienes hacen manifestaciones más o menos ruidosas contra los abusos y desafíos que entraña esa perspectiva en curso.
Las desigualdades o disparidades crecientes, con un crecimiento de la pobreza y, más aún, de la miseria en el mundo que parecen imparables, son en esta encrucijada la mayor 'piedra de escándalo', a la que se ha venido a sumar el terrorismo como la peor de las amenazas. En consecuencia, los gobiernos así como todos los sectores sociales y económicos tienen ante sí la gran tarea de asegurar la gobernabilidad internacional y nacional gracias a una plena participación democrática de la sociedad civil en el aprendizaje, creatividad e innovación.
Objetivos de ese alcance sólo se lograrán desde la más estrecha cooperación entre Universidad y Sociedad. Una Universidad de excelencia en todos los órdenes es clave en ese empeño. Sin embargo, la reforma y mejora sustantiva de la Universidad no se hace realidad simplemente gracias a disposiciones legales. En todo caso, lo esencial son las reformas puntuales que nazcan del seno mismo de la Universidad en sucesivas respuestas a problemas prioritarios bien contrastados.
Por todo lo antes expuesto, la XVI Semana Monográfica de la Fundación Santillana, que tendrá lugar próximamente, quisiera lograr contribuir de alguna manera al acierto del texto de la nueva Ley que finalmente se adopte así como a su futuro desarrollo eficaz.La Universidad en nuestros días sigue siendo el producto de una prolongada historia de esfuerzo incesante al servicio del saber y del desarrollo humano. Sin embargo, el crecimiento a que se han visto sometidas las universidades durante las últimas décadas, así como la creación de muchas nuevas, ha traído consigo múltiples problemas junto con muchos logros decisivos a favor de las sociedades a las que sirven.
De todos modos, el reconocimiento de estos hechos y el apoyo dado por parte de la sociedad ha sido en general muy desigual, escatimando los recursos necesarios y formulando no pocas críticas infundadas.
La actividad universitaria es, por su propia naturaleza, inmensamente compleja e incierta, puesto que se la somete crecientemente a numerosos nuevos desafíos y, por ello, es sujeto, una y otra vez, de reflexiones sobre reformas deseables o posibles ante los grandes temas con los que se enfrentan individuos y sociedades en todos los campos.
Por de pronto, la Universidad debiera poder hacer frente a un gran número y variedad de investigaciones avanzadas, adaptarse a la explosión del conocimiento que con tales investigaciones se contribuye, formar en viejas y nuevas profesiones adaptadas a la demanda del mercado laboral, así como contribuir a satisfacer la demanda cultural que su entorno promueve. Además, tiene que tratar de contribuir a un desarrollo sostenible local y global que sea justo y social de acuerdo con valores éticos y humanos. Las universidades tienen que plantear por lo tanto una visión de futuro respecto de cuanto se refiere a la humanidad toda y al universo que la sustenta.
La Universitas de antaño ya fue principal centro de reflexión y búsqueda de cuanto importa a la humanidad y su habitat. Al poner su empeño en valores intelectuales y éticos se hizo vehículo de lo mejor en la tarea civilizadora de Occidente en medio del dolor y la depredación tantas veces causados por afanes de dominio.
Ahora, en nuestros días, el mundo está enfrentado a una 'gran transición' entre cambios acelerados y un proceso de globalización vagamente entendido en su verdadero alcance. La globalización no es una ideología ni un fenómeno positivo o negativo, sino un proceso seguramente irreversible que hay que procurar poner al servicio de todos, empezando por la justicia y la cohesión social, y no en beneficio de unos pocos privilegiados, con las consiguientes odiosas disparidades generalizadas.
En estas circunstancias, lo que se pone de manifiesto crudamente es la falta de una visión global y a largo plazo, así como la considerable debilidad o ausencia lacerante de liderazgo global y local, frente a la solidaridad y el conocimiento avanzado al que todos debiéramos aportar en este nuevo escenario mundial.
Tal es la actual premisa general, junto con otros desafíos y esperanzas específicos en el campo cultural, social, político y económico, como paso previo a la formulación de cualquier política o reforma universitaria. La tarea es sin duda considerable y seguramente conllevará cambios sustantivos en términos de metas, planteamientos y recursos, además de todo lo referente al gobierno y gestión de la Universidad, asuntos éstos últimos que, por razones políticas, suelen anteponerse a los verdaderamente esenciales.
Por todo ello hay que plantearse, desde un comienzo, el tema Universidad y Sociedad en el plano de la realidad y tendencias actuales, tratando de avizorar el futuro de la Universidad ante las nuevas perspectivas de la globalización y el aprendizaje.
Por otra parte, el futuro de cualquier sociedad está condicionado por sus sistemas educativos, los cuales culminan en sus respectivas Universidades. De hecho, de la excelencia de sus universidades dependen finalmente el potencial del desarrollo de las sociedades y la calidad de los demás niveles y modalidades de educación en los que aquéllos se desenvuelven.
Ninguna sociedad es superior a sus universidades y, de modo similar, la Universidad es en última instancia espejo de la sociedad en la que está inserta. Universidad y sociedad se necesitan mutuamente sin remedio. La investigación, la docencia y el enriquecimiento cultural son decisivos para la cohesión social y el desarrollo en la medida en que se asegure, a su vez, una igualdad de oportunidades y la más alta calidad en el aprendizaje y formación. De ahí que la sociedad global se verá favorecida en la medida en que la Universidad mantenga su mandato de universalidad.
Europa, Occidente todo, le debe a la Universidad su preeminencia cultural y civilizadora. Por su parte, las Academias cumplen hoy en día una función de vinculación del saber más avanzado con la sociedad ante un mundo global, función que también cumplía en su origen la propia Universidad.
Los estudios generales o interdisciplinarios e intersectoriales situados al principio de los estudios universitarios, así como los estudios universitarios de reciclaje o de actualización para personas mayores, dentro del criterio de una educación permanente o continua, son parte del revulsivo y del replanteamiento de la tarea universitaria, presencial o virtual, que requiere la Universidad en los comienzos del siglo XXI ante el progresivo proceso de globalización.
Todas estas reflexiones son tanto más pertinentes por cuanto ahora está pendiente de culminación el trámite parlamentario del proyecto de Ley de Universidades (LOU) que, al decir de sus promotores, pretende mejorar la calidad del sistema universitario, establecer un mejor sistema de selección del profesorado, evaluar y acreditar la calidad, además de impulsar un mayor acercamiento entre la universidad y la sociedad. Conviene recordar que en torno al año 1968 se produjeron no pocas alteraciones pre-revolucionarias en las universidades europeas tras las primeras experiencias similares en los EE UU.
A los jóvenes universitarios de aquellos años les gustaba el modelo de sociedad entonces emergente, aunque tampoco llegaron a formular una propuesta coherente y viable. A muchos mayores en cargos de responsabilidad a nivel internacional también nos inquietaba el futuro y coincidió que, tras varios años de estudios y debates, fundáramos durante el mismo año de 1968 lo que se dio a conocer como el Club de Roma.
Ahora, con el proceso de globalización en marcha, son muchas las personas e instituciones privadas de la llamada sociedad civil quienes hacen manifestaciones más o menos ruidosas contra los abusos y desafíos que entraña esa perspectiva en curso.
Las desigualdades o disparidades crecientes, con un crecimiento de la pobreza y, más aún, de la miseria en el mundo que parecen imparables, son en esta encrucijada la mayor 'piedra de escándalo', a la que se ha venido a sumar el terrorismo como la peor de las amenazas. En consecuencia, los gobiernos así como todos los sectores sociales y económicos tienen ante sí la gran tarea de asegurar la gobernabilidad internacional y nacional gracias a una plena participación democrática de la sociedad civil en el aprendizaje, creatividad e innovación.
Objetivos de ese alcance sólo se lograrán desde la más estrecha cooperación entre Universidad y Sociedad. Una Universidad de excelencia en todos los órdenes es clave en ese empeño. Sin embargo, la reforma y mejora sustantiva de la Universidad no se hace realidad simplemente gracias a disposiciones legales. En todo caso, lo esencial son las reformas puntuales que nazcan del seno mismo de la Universidad en sucesivas respuestas a problemas prioritarios bien contrastados.
Por todo lo antes expuesto, la XVI Semana Monográfica de la Fundación Santillana, que tendrá lugar próximamente, quisiera lograr contribuir de alguna manera al acierto del texto de la nueva Ley que finalmente se adopte así como a su futuro desarrollo eficaz.
Ricardo Díez Hochleitner es vicepresidente del Patronato de la Fundación Santillana y director de sus Semanas Monográficas (XVI Semana Monográfica de la Fundación Santillana; Madrid, 26 al 30 de noviembre de 2001. Salón de actos de la OEI).
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