El tesoro
A menudo, lo que se considera de uno, lo que podríamos entender como nuestro, lo particular, incluso lo más íntimo, viene otro y lo define con precisión; las cosas necesitan de las miradas para ser, o al menos para poder ser vistas: tenemos que contarle al amigo, al hermano o al terapeuta lo que nos pasa para lograr conducirnos por los propios vericuetos.
Una de las consecuencias más curiosas de los recientes atentados en Nueva York es haber asistido a la perplejidad de una gran mayoría de la población estadounidense, perplejidad que ha consistido en comprobar la animadversión que su pueblo y su cultura provocan fuera de sus fronteras. Ha tenido que llegar no sé quién (dicen que un tal Bin Laden) a desmoronarles la ilusión de ser unos, grandes y libres para que ciertas escasas voces de entre las suyas (algún escritor, algún cineasta) señalara esa reacción como un sentimiento inédito que, sin embargo, desde fuera de sus fronteras era una vieja realidad, casi una tradición: si no el odio, al menos sí el desprecio, la antipatía o el gesto torcido que ese país suscita allende sus Gemelas. A los estadounidenses menos viajados les asombraría la tibieza en la repulsa que se ha vivido en muchos países, incluidos, por supuesto, los del bloque occidental.
A Madrid le ha pasado algo parecido con la visita de Danny DeVito. Llega aquí este pequeño gran hombre con su mirada hollywoodiense y en una de sus bromas nos despeja la gran ecuación topográfica en la que se ha convertido nuestra ciudad. Porque Hollywood tiene mirada para todo, y hasta mirada boomerang, que es aquella que estábamos devolviendo mientras observábamos pasmados desde Madrid cómo impactaban aviones contra sus edificios emblemáticos y nos parecía de película.
Danny DeVito, que es Hollywood en estado puro, se encontró con un Madrid que se le representaba cual plató de cine de aventuras, todo túneles, zanjas y galerías subterráneas, y resumió nuestra angustia cotidiana en una frase que además nos devolvió una esperanza ya despeñada o cuando menos coja a fuerza de esguinces: '¡A ver cuándo encuentran el tesoro!', dijo.
Así que se trataba de la búsqueda de un tesoro, así que la ingeniera compulsión de nuestro Ayuntamiento, que confundíamos con avatares políticos de nuestros dirigentes, o quizá con avatares financieros de nuestros dirigentes, o acaso con avatares mentales de nuestros dirigentes, viene a convertir nuestra ciudad en territorio mítico de los avatares de la fantasía de nuestros dirigentes, lo cual cambia las cosas, para bien y mucho. Pues de haber sabido de antemano que la insoportable levedad de nuestro ser madrileño era el precio de nuestra fábula, de haber sabido de antemano que este hombre y esta mujer sin atributos a los que estábamos abocados a golpes de fracturas eran los héroes de una ficción feliz, de haber sabido de antemano que esta metamorfosis, esta peste, este ruido y esta furia no eran sino el mapa inexcusable que nos condujera hasta la Atlántida o el río del olvido, hasta el Santo Grial o la copa dorada, que el cableado de no sé qué o no sé cuál no era sino el hilo de Penélope Cruz que nos conduciría a Ítaca, de qué buen grado hubiéramos participado en la búsqueda de tal tesoro, con qué entusiasta solidaridad hubiéramos arrimado el hombro para que se apoyara en sus tropiezos cualquiera de nuestros conciudadanos, personaje al fin de un nuevo episodio nacional. De haber sabido de antemano que José María Álvarez del Manzano (del Manazo, como rotuló el otro día Telemadrid: ¡bailad, bailad, malditas letras!) no era sino un trasunto municipal del Señor de los Anillos, de haberlo sabido de antemano, no tendríamos el antebrazo escayolado, el oído contaminado, la paciencia agotada. Y no permitiríamos que se nos fuera el personaje principal a esos sótanos del Vaticano donde le espera ese sí gran tesoro que es el de la vida eterna.
Pero como nos educamos en la animadversión, mal que les pese a los de los colegios de pago estadounidenses, y en el paradójico descrédito de las pelis americanas, no sólo nos hemos perdido lo mejor del tesoro, que es su búsqueda, sino que ya estamos buscando buen adoquinador que nos readoquine el suelo desadoquinado. Y el PSOE y la FSM a la greña y el tesoro sin barrer. Maldita realidad.
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