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Legítima defensa

Jefes de estado y presidentes de gobierno, diplomáticos y políticos, intelectuales y comentaristas, incluso reyes civilizados. Gentes democráticas, refinadas cultas y tolerantes, propagaron aquello del pensamiento único, de lo políticamente correcto y demás tópicos posmodernos. Ahora se alían en lo que llaman 'libertad duradera' (mientras se recortan derechos y libertades) consistente en una acción militar motejada 'legítima defensa'. Las protestas críticas, o dudas que suscitan son consideradas cosa de pacifistas trasnochados, izquierdistas y progres pasados de moda, antiamericanos poco enterados o nostálgicos del viejo marxismo ya superado. No cabe ni sospechar que alguna que otra persona normal se sume a aquellas críticas. Que se resumen en creer que la santa alianza se produce para perpetrar o jalear una monstruosa canallada. La nueva horda roja, eternamente subversiva, insumisa cuando no violenta, piensa que masacrar aldeanos, familias enteras, jóvenes, viejos, mujeres y niños; gente mísera desprotegida, poco o nada democrática, no es defenderse (¿de ellos?) sino atacar. La justificación aliada se basa en una estrategia dirigida a conjurar la amenaza de quienes están dispuestos a inmolarse en nuevas e imprevisibles acciones criminales. El más mínimo sentido común indica que así no se podrán evitar sino más bien provocar. Diez suicidas se convertirán en cien. En todo caso, no tendrán nada que ver con las actuales víctimas de los masivos ataques de los cruzados aliados. De ninguna manera defensivos y perfectamente inútiles. Cometidos además, para conseguir el castigo deseado, sin utilizar firmemente la influencia que sobre los jefes religiosos y políticos tienen sus amigos árabes, que ahora son casi todos. Había que hacer algo, pero no se sabía qué. Sin estudiar más opciones, se aceptó la de matar a mansalva y se ignoró la de procurar la entrega de auténticos y probados culpables (vía la intocable Arabia Saudí, por ejemplo), mediante amenazas, presiones económicas y políticas, acuerdos y complicidades con los poderosos del mundo musulmán, en buena parte dispuestos a colaborar. Sin precipitación y durante el tiempo que hubiera hecho falta.

Incluso los soldados talibanes, cuya relación con los terroristas o es impuesta o no deja de ser una suposición improbable, son tratados como agresores y considerados responsables en su totalidad de los infames atentados que han originado la brutal represalia y están lógicamente destinados, con el beneplácito general, a ser machacados desde el aire por los intrépidos aliados, o por tierra, cuando se haya eliminado toda posibilidad de contraataque. A poco que se piense, se puede suponer que solamente por casualidad, se llegará a cazar algún que otro terrorista realmente culpable. Quizá caigan, aunque nunca se sabrá, unos pocos verdaderos responsables, junto a los miles de seres que perderán la vida, la casa, los hijos, ignorando absolutamente las razones del cataclismo que se ha desencadenado sobre sus cabezas, sus estómagos, sus miembros, sus éxodos y sus hambres. Serán asesinados sin conocer su delito, sin juicio previo, pero con toda la legitimidad decretada por los estados de derecho. Los culpables de semejante genocidio (¿hay otra palabra?), es decir, los susodichos jefes de estado y presidentes de gobierno, diplomáticos y políticos, intelectuales y comentaristas, incluso reyes civilizados, no serán sometidos a juicio en sus respectivos estados democráticos, aunque sus acciones se sitúen teóricamente fuera de sus propias leyes y de sus convenciones internacionales, apresuradamente variadas y restringidas. Ni serán castigados por sus delitos que, ellos sí, conocen perfectamente.

Como a bombazos no se puede democratizar ni liberar a las mujeres, al final se cambiará el régimen talibán por otro presumiblemente similar. Ya se sabe que las guerras son inútiles, que todos pierden, etc. Pero ésta sobrepasa cualquier matiz, cualquier intención de relativizarla, de suavizarla, de excusarla. Por eso la conclusión a la que llega el pacifismo trasnochado, el izquierdismo progre pasado de moda, el antiamericanismo poco enterado o el viejo marxismo superado, no puede ser otra cosa: los repetidamente susodichos son unos canallas. Eso sí, legítimos.

Doro Balaguer es escritor.

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