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Lecciones de la desaceleración global

Joseph E. Stiglitz

Es oficial: el mundo está en una desaceleración económica, quizá no en una recesión, pero sin duda sí en una desaceleración. Se espera que el crecimiento en 2001 sea la mitad del logrado el año pasado. Japón parece dirigirse a una verdadera recesión y la altanería mostrada por Europa al decir que sus fuertes cimientos le permitirán soportar la disminución de la actividad económica estadounidense casi sin mella en su crecimiento no parece estar bien fundamentada.

Conforme el mundo se hunde en la desaceleración emergen varias lecciones en cuanto a políticas se refiere. Algunas son más obvias que otras; todas destruyen por completo la sabiduría convencional imperante hace muy poco tiempo (un saludable recordatorio, quizá, de lo precario que es nuestro conocimiento).

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Esta disminución de la actividad económica ha deslustrado la jactancia del Gobierno de Clinton, su promesa de que si un país se adhería al capitalismo al estilo estadounidense tendría asegurada una sostenida prosperidad sin precedentes. Ahora parece, sin embargo, que algo del boom de finales de la década de 1990 fue tanto un espejismo como lo fue el colapsado boom de Asia del Este.

En ambos casos, una irracional exuberancia de mercado nutrió la inversión excesiva, lo que llevó a una sobrada capacidad. Visto retrospectivamente, lo mejor que puede decirse del ex secretario del Tesoro de Estados Unidos Robert Rubin y del actual presidente de la Fed, Alan Greenspan, es que disfrutaron del paseo mientras las cosas anduvieron bien, y Rubin fue lo suficientemente astuto como para escapar antes del choque. Puede decirse también que los dos son culpables de conducir con descuido.

Alguna vez se pensó que la 'nueva economía' era el final del ciclo de los negocios. Con la producción 'just-in-time' -que implica menores inventarios-, nuevos sistemas de información que permitían un mejor control de los inventarios y la reducción de la manufactura, los ciclos de inventarios parecían ser ya cosa del pasado. Pero las fluctuaciones económicas han marcado al capitalismo desde sus orígenes y los ciclos de inventarios son sólo una de las fuentes de fluctuación.

Las crisis globales de 1997 y 1998 fueron sólo las más recientes manifestaciones de las crisis financieras que siempre han plagado al capitalismo, y la combinación de la liberalización de los mercados financiero y de capital con la globalización de los mercados de capital ha creado, si es que algo ha hecho, una mayor vulnerabilidad, especialmente en los países pequeños. Las burbujas de bienes raíces son otro hecho de la vida, y cuando revientan, como sucedió en los años ochenta en Estados Unidos, Escandinavia y Tailandia, se llevan a las economías con ellas.

Lo que está claro es que el argumento de los fundamentalistas de mercado en cuanto a que los mercados se ajustan a sí mismos es erróneo. El Gobierno tiene un importante papel en la estabilización macroeconómica. La pregunta es: ¿cuál es ese papel?

La tendencia a pelear la última guerra es, tristemente, una realidad tanto para quienes diseñan las políticas económicas como para los generales. La crisis del petróleo de 1973 llevó a una década, o más tiempo, de inflación y sus efectos todavía se hacen sentir. La preocupación acerca de la inflación llevó a la Fed a incrementar las tasas de interés a finales del 2000, cuando la inminente desaceleración necesitaba de la medicina opuesta.

Puesto que dos de las economías más grandes del mundo tuvieron una sostenida deflación en los últimos años y la inflación fue contenida en casi todas partes, la atención no debería centrarse en la inflación, sino más bien en el desempleo y en la insuficiente utilización de la capacidad económica. Las pérdidas potenciales que eso implica son mucho mayores que las asociadas con los ligeros incrementos en la inflación que una política macroeconómica más agresiva podría ocasionar. En efecto, los estudios estadísticos no encontraron virtualmente ninguna evidencia de que los incrementos en la inflación tengan efectos adversos significativos, siempre y cuando se le mantenga en un nivel bajo o moderado.

La actual falta sistemática de demanda agregada es una razón para preocuparse. Varios de los países del mundo parecen estar determinados a mantener amplios superávit comerciales. Hay una ley básica de la economía: la suma de los superávit y los déficit de comercio debe ser igual a cero. Si un país tiene un superávit, otro país debe tener un déficit.

Pero el FMI le dice a todos que no deben tener déficit. Alguien, sin embargo, debe tener un déficit si otros tienen superávit. Los déficit son como patatas calientes que pasan de un país a otro. Un país con un déficit demasiado grande se enfrenta a una crisis y pronto cambia de política para asegurar un superávit. Eso es lo que pasó en Asia del Este. El déficit no desaparece, sólo cambia de manos.

Por fortuna, hay un país que ha estado dispuesto y ha sido capaz de mantener un gran déficit comercial, Estados Unidos. Ahora ya no está claro por cuánto tiempo podrá continuar así sin sufrir una pérdida de confianza. Puede ser difícil predecir qué cosa podría ocasionar esto. Los inminentes déficit fiscales resultantes del recorte de impuestos llevado a cabo por el presidente Bush quizá lo logren. Cuando eso suceda, tal vez lo que resulte sea algo más que una desaceleración económica global.

Los problemas de la insuficiente demanda agregada global fueron lo que tenían en mente John Maynard Keynes y otros que concibieron y fundaron el Fondo Monetario Internacional (FMI). Hay un marco para incrementar el poder adquisitivo agregado, a través de la creación de Derechos Especiales de Giro (SDR, por sus siglas en inglés). Una forma de pensar esto es la siguiente: asumamos que las naciones del mundo quisieran mantener reservas equivalentes a un porcentaje fijo de su PIB. Con un PIB global de aproximadamente 40 billones de dólares y un crecimiento de alrededor del 2%, si las reservas fueran del 5% del PIB, las reservas agregadas aumentarían 40.000 millones cada año.

Debido a los superávit de China y de Japón, una cifra dos veces más grande que eso sería quizá más realista. Una emisión anual de SDR equivalentes a esa cantidad compensaría el poder adquisitivo perdido por la creación de reservas monetarias y, por lo tanto, no sería inflacionaria. Esos SDR podrían usarse para satisfacer intereses globales, desde ayudar a países pobres hasta mejorar el medio ambiente mundial.

Durante las últimas décadas, el FMI se ha enfocado en salvar a los acreedores y en instaurar la agenda neoliberal. Ahora es el momento adecuado para que el FMI regrese a su misión original: asegurar la liquidez global para permitir un crecimiento global sostenido.

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