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Columna
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Intemperie

Juan José Millás

Hace apenas una semana estaban aún abiertos los hormigueros del parque por el que doy una vuelta al mediodía. Y las hormigas continuaban entrando y saliendo con bultos a la espalda. A veces el zapato de un paseante descuidado pisaba la hilera aplastando a decenas de bichos que enseguida eran retirados para restablecer las comunicaciones. Eran hormigas grandes, dotadas de unas mandíbulas poderosas por las que a veces me dejaba morder en la yema de los dedos. Pues bien, ayer volví al parque y comprobé que habían cerrado el hormiguero por dentro dejando a una de las hormigas fuera. Busqué sobre la tierra una cicatriz, pero no la hallé.

La pobre hormiga daba vueltas sin ningún control sobre sí, como un niño perdido en busca de su madre. Traté de imaginar qué ocurriría si un día, al regresar a casa, se hubieran borrado las ventanas y las puertas del edificio en el que vivo. Supongo que lo rodearía ansiosamente en busca de un agujero por el que penetrar. Y al tiempo de rodearlo evocaría con nostalgia la cama, el cuarto de baño, la butaca del salón, las lámparas. He visto algunos hormigueros por dentro y son tan confortables como nuestras viviendas, aunque están organizados en forma de bolsas. Hay una bolsa-despensa y una bolsa-vertedero, y hasta una bolsa-cementerio, todas ellas comunicadas por pasadizos construidos con una técnica semejante a la que usamos nosotros para hacer el metro.

Cogí la hormiga, la llevé a casa y le compré uno de esos hormigueros de metacrilato que te permiten observarlas como si estuvieran dentro de un documental. A los pocos días murió de agotamiento, tras mover toneladas de tierra y excavar cientos de túneles. Recordé, observando su desesperación, una vez que de pequeño me perdí en el metro. Hay muchos modos de quedarse fuera cuando llega el invierno, y muchas maneras de manifestar el desasosiego consecuente. Esta hormiga desquiciada me recordaba también a Cascos cuando le veo dar vueltas en torno a un Aznar hermético, buscando un hueco por el que regresar a su corazón. Qué miedo produce la intemperie y qué mal nos defendemos de ella. Aunque no hay intemperie peor que la de quedarse fuera de uno mismo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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