El euro ante el segundo centenario de Víctor Hugo
Europa necesita tener plena conciencia de su misión y el empeño de alcanzar grandes metas al servicio de la Humanidad toda, pese a los actuales considerables problemas e incertidumbres. A tal fin, Europa debe superar la apatía de estos últimos años y convertirse en un proyecto político vivo.
Europa tiene que ser uno de los principales protagonistas ante un mundo en profundo y rápido cambio, agobiado por la complejidad de los problemas que trascienden toda frontera y que tienen consecuencias a largo plazo. Sin embargo, tal desafío a Europa coincide ahora, lamentablemente, con la grave amenaza de una recesión económica de alcance mundial junto con una alarmante ansiedad en los centros de poder decisorio ante el protagonismo que ha tomado últimamente el terrorismo de fanáticos. En consecuencia, la visión de Europa deambula aún entre europesimismo y la vitalidad eurocéntrica o con proyección universal. De ahí que unos crean entrever una Europa solidaria y otros la consideren egoísta. Lo único cierto, empero, es que Europa ha sido clave esencial en el devenir de la humanidad a lo largo de siglos y que ahora se juega su ser, su porvenir y su responsabilidad histórica ante los europeos y ante todos los pueblos del mundo. En estas circunstancias conviene contrastar el presente con visiones anticipatorias del pasado que permiten ver con aliento el futuro.
Concretamente, conviene recordar que a principios del próximo año, poco después de la implantación generalizada del euro, se cumplirá el segundo centenario del nacimiento de Víctor Hugo (1802-1885), máximo representante del romanticismo poético. Su nombre no aparece sin embargo como debiera en relación con los orígenes de la Unión Europea y, muy concretamente, de la moneda única. Ello se debe quizá a que su fama como poeta y autor teatral ha hecho olvidar su intensa e inspirada vida política (entre 1845 a 1852) que luego le costó 18 años de exilio dada su firme posición de abanderado del progreso social, siempre desde una visión idealista y de amplios horizontes.
En su discurso en 1849, ante el Congreso de la Paz en París, anticipó nada menos que lo siguiente: 'Un día llegará en que vosotros, los de las naciones todas del Continente -sin perder vuestra diversidad de cualidades ni vuestra gloriosa identidad individual- os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea'. 'Entonces ya no invocaréis más las guerras fratricidas sino que invocaréis la civilización'.
Ante esas palabras, conviene afirmar que el gran proyecto de paz y desarrollo que supone la construcción europea ahora en marcha, ha partido de la idea de sustituir progresivamente el afán de conquista y de hegemonía entre los países de Europa por el de cooperación económica, política y aún en materia de seguridad, además de procurar una progresiva convivencia entre el Este y el Oeste así como entre el Norte y el Sur. Sin embargo, tan noble y ejemplar proceso de cooperación coincide ahora con los graves desafíos de alcance mundial ante el terrorismo de tantos fanáticos y el profundo egoísmo que nos atenaza, ignorando las probables últimas consecuencias de tanta injusticia y disparidades económicas en rápido aumento. Sería más que lamentable que la falta de liderazgo y visión frustraran tan extraordinario proyecto, ahora ya tangible y en marcha.
El propio Víctor Hugo insistía, años más tarde desde el exilio, que 'si la revolución inaugurada en febrero de 1848 en el Ayuntamiento de París hubiera seguido su curso natural, el Continente sería un solo pueblo; las nacionalidades tendrían su vida propia en la nueva Comunidad; y todos nuestros países pertenecerían a Europa, así como Europa pertenecería a la Humanidad entera', anticipándose así a la idea de una sociedad global que ahora empiezan al fin a entrever algunos. Y continuó: 'El grupo de países europeos no sería más que una nación: No más fronteras, ni aduanas para el libre cambio y los bienes de consumo...'. Y luego, con inmensa lucidez, se anticipó más de siglo y medio a la realidad del euro de nuestros días proponiendo en concreto: 'Una moneda continental, con doble valor metálico y fiduciario, teniendo por cimiento el capital de toda Europa y por motor la actividad libre de todos sus ciudadanos. Una moneda tal reemplazaría y absorbería toda la absurda variedad monetaria actual, con efigies de príncipes e imágenes de miseria, diversidad que es también causa del empobrecimiento puesto que, en el va y viene monetario, se multiplican los gastos y ese desgaste conlleva, por su parte, a disminuir la circulación monetaria'. Y concluye: 'En materia de moneda, como en todo otro quehacer, se requiere de la unión'.
Ese visionario también tenía muy claras otras prioridades: 'Si [hace cuatro siglos] la gigantesca suma de gastos tras más de 30 años al servicio del odio, de la guerra [se refiere a la guerra de los 30 años y, por ende también, a la entonces reciente guerra de 7 años entre Inglaterra y Francia], se hubieran puesto al servicio de la armonía, de la paz, del trabajo, la inteligencia, la industria, el comercio, la navegación, la agricultura, las ciencias, y las artes, ayudándose además mutuamente la América y Europa ¿a dónde se podría haber llegado? La faz del mundo sería ahora muy otra'.
Pues bien: Ese visionario declaró amar a España al punto de escribir a Fernández de los Ríos y a Coello: 'España es para mí como una patria. He pasado en Madrid una parte de mi infancia [se refiere a los años 1811 y 1812, en el Colegio de los Nobles de Madrid]; la lengua, el pasado y la historia de España se mezclan en mi pensamiento desde mi más tierna edad y a menudo creo tener dos madres: Francia y España'. Y termina soñando con 'la revolución suprema que los pensadores entreven, que el futuro espera, y que será el fin de los despotismos y de las guerras, lo que cimentará en una democracia pura la grande y fraterna Federación de los Pueblos Unidos de Europa'.
En la actual encrucijada, son los jóvenes de Europa quienes, con una visión recuperada de la Europa consciente de sus responsabilidades, han de contribuir mejor que nadie al amanecer de una nueva civilización. A ellos les corresponde la ilusión de hacer realidad el proyecto de una Europa creativa, exigente de sí misma, generosa e idealista, solidaria entre sus pueblos y para con el resto del mundo, que puede y debe consolidarse ahora.
Ricardo Díez Hochleitner es presidente de honor del Club de Roma y vicepresidente del Patronato de la Fundación Santillana.
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