Variaciones de la piel
Encontrar originalidad y frescura es deseo obsesivo de todo buen consumidor de cultura. Siempre no se alcanza este objetivo tan deseado. En circunstancias como las actuales, donde el mundo del arte está marcado por lo efímero de la moda y resulta complejo establecer valores perdurables, la búsqueda tiene con frecuencia resultados frustrantes. No obstante hay ocasiones, bien por azar o bien por una insistencia pertinaz en fisgonear exposiciones, que uno se topa con la obra anhelada y se deja embriagar por las emociones que ella procura. Esta sensación se alcanza al contemplar la muestra fotográfica Variaciones de la piel, recién presentada en La Taberna de los Mundos de Bilbao. Son 18 piezas en blanco y negro donde se reflexiona sobre la pertenencia y la identidad. Una misma saya va pasando como prenda única por distintos cuerpos de mujer. Con estas variaciones el objeto pone su sello sobre cada una de estas pieles que, a su vez, corresponden trasladando su propia identidad sobre el vestido. Comoresultado nos encontramos con una colección cargada de poesía y sensaciones gratificantes.
La autora de este trabajo es Elssie Ansareo (México DF, 1979). Desde niña sintió atracción especial por el dibujo, la pintura y el arte en general. Según explica, terminados sus estudios de Secundaria, llegada la hora de incorporarse a la Universidad, dejó México por considerar más conveniente su aprendizaje de Bellas Artes en España. Con familiares residentes en Bilbao, vino a parar al País Vasco y por proximidad a las aulas del campus de Leioa. Inicialmente, la especialidad por la que se iba a decantar no estaba clara, pero al de un año de carrera ya lo había hecho por la fotografía. Dice que en esta decisión influyó haber conocido a los profesores Patxi Cobo y Víctor Clavel, en los que encontró apoyo intelectual suficiente para emprender su camino.
Su pasión por la disciplina elegida le hace acudir siempre que puede a la mayor parte de festivales, congresos o actos de todo tipo relacionados con la misma. En el verano de 2000, de vuelta a México por vacaciones, aprovechó para asistir al taller de Pedro Slin sobre El cuerpo como obsesión. De allí salió su primera exposición colectiva en el Centro de la Imagen de su ciudad natal. Eran siete fotos de desnudo de hombre y mujer. Ellas, modelos; los chicos, de la calle. Esta experiencia le enseñó la importancia de elegir un modelo. Constató la necesidad de tratarles con dignidad para que pudiesen entregar con mayor soltura algo de ellos mismos. Sin duda, la mejor manera de llegar a matices importantes de la psicología del personaje.
Otros aspectos, cargados de ironía y sonrisas, se encuentran en sus autorretratos en color. Se transforma en una divertida Adelita o en un charro con bigote poblado para jugar con distintos estereotipos mexicanos. Esta capacidad de enfrentarse a sí misma con la risa en la boca denota parte de su fortaleza intelectual. La serie de ventanas y puertas realizada en Oaxaca ponen de manifiesto su preocupación por el encuadre y los misterios ocultos a la espera de ser desvelados.
La exposición de ahora es su primera individual. Manifiesta, en blanco y negro para que el color no distraiga la intención principal, que la mujer vista por ella misma es distinta. La diferencia con respecto al hombre estriba en la experiencia vivida, una línea sutil donde los matices identitarios ayudan a distinguir entre la manera de unas y otros en el momento de hacer imagen. Un punto en el que la función y figura maternal marca frontera importante entre distintos sexos. Los retratos así realizados son planos parciales o de cuerpo entero, algunos hechos en estudio sobre fondo negro (no lugar) y otros en exteriores, donde el contexto envuelve con suave lírica al sujeto. Recogen poses, gestos, o las manos de la abuela contrastando sus arrugas con los pliegues de la saya, una lírica fantástica que lleva sus raíces hasta Lola Álvarez Bravo (1907-1993), una de las más vibrantes fotógrafas mexicanas.
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