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Columna
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La última fábrica

El miércoles pasado fue el día de la Universidad. De nuevo huelga, manifestaciones y algunos escarceos con la policía. Muchos observadores respiraron tranquilos viendo que la Universidad sigue viva. Hacía mucho tiempo que no salían a la calle y eso nos tenía preocupados. Ahora todo vuelve a su orden natural. Nos manifestamos, luego existimos.

Sin embargo, hay algo que huele a moho en todo este proceso. Seguimos pensando que sólo existe una verdad, somos monoteístas hasta en la educación. Unos piensan que la ley hay que hacerla de arriba abajo, del Parlamento a la Universidad, top-down como diría la Real Academia Española, mientras que otros creen que la verdad hay que construirla de abajo arriba, desde el estudiante hasta el legislador. Y digo yo que podríamos ensayar ambas cosas. Tenemos suficientes universidades por comunidad como para dividirlas en instituciones LRU y en instituciones LOU. Así, dentro de cinco o diez años podríamos comparar resultados y demostrar científicamente la utilidad de cada una de las leyes.

Podemos imaginar perfectamente, por ejemplo, que en el 2010 necesitamos una operación de riñón y es entonces cuando llega el momento de la verdad. ¿Prefiere usted que le opere un médico LRU o uno de la LOU? ¡Ahí quiero ver yo a los polemistas actuales! También nos podrán ofrecer un psicoanálisis tipo LOU o tipo LRU, o que nos defienda un abogado formado por una u otra de las leyes universitarias. ¿Cuántos poetas, literatos, filósofos, historiadores o periodistas de mérito saldrían por cada uno de los procedimientos educativos? Con un simple recuento de la producción de cada fábrica, saldremos de dudas y tendremos resuelta la cuestión. Y entonces podremos volver a manifestarnos por la calle, una vez más, pero con todo el peso de la demostración científica sobre nuestras espaldas. Dudo mucho que la policía se atreva entonces a intervenir, abrumada ante tanto conocimiento acumulado.

Hasta podríamos designar alguna Universidad como fábrica placebo, que no supiera cuál de las dos leyes tiene que seguir, para evitar sesgos ideológicos en su forma de actuar. Se me ocurre alguna, no muy lejana, que aceptaría la prueba con mucho gusto. Ya veríamos entonces, al cabo de los diez años, si los resultados marcaban alguna diferencia entre las fábricas universitarias.

Para muchos ese sería el peor resultado, aunque quizá el más probable. Que, después de todo, no consiguiéramos alcanzar ninguna diferencia significativa entre todos los procedimientos utilizados para mejorar la enseñanza. Aburridos, cansados y deprimidos ante tantos cambios inciertos y aleatorios, nos quedaríamos quietos en nuestras pequeñas jaulas universitarias sin ganas ni fuerzas para enseñar o para aprender un poco más, por muchas leyes que siguieran pasando por delante de nuestra puerta.

Pero también es posible que nos acostumbremos a convivir con varias leyes al mismo tiempo, con muchas verdades distintas, el mejor de los mundos posibles para el conocimiento actual. Abandonar la fábrica y trabajar en grupos, cada uno con sus propias normas. Puede que el tiempo de las grandes leyes educativas se esté acabando y estemos presenciando el último intento.

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