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Lumière contra Méliès

La historia del cine puede resumirse en el enfrentamiento de dos nombres: Lumière y Méliès. El primero es un hombre que inventa el cine pensando en su potencial para dar a conocer mejor las distintas realidades, para recogerlas y explicarlas a públicos amplios. El segundo es un personaje que enseguida se sirve de las imágenes para inventar otros mundos, para fabricar fantasías con las que el público pueda abstraerse.

El hecho de que Méliès haya tenido muchos más seguidores que Lumière no es óbice para que la corriente documental encarnada por este último tenga también un largo historial jalonado con grandes nombres: de Robert Flaherty a Raymond Depardon, de John Grierson a Roman Karmen, de Luis Buñuel a Walter Ruttman, con cimas kitsch como las que nos ha legado la alemana Leni Riefenstahl, con su rara habilidad para tratar los problema políticos desde una perspectiva estética, y viceversa, sus cimas de alto contenido emocional -Nuit et brouillard, de Alain Resnais-, sus cimas de creatividad -Le mystère Picasso, de Henri Clouzot- o sus cimas de inteligencia concentradas en la persona de Johan van der Keuken.

Algunos cineastas -el ya citado Buñuel, pero también Pier Paolo Pasolini y Louis Malle- alternaron ficción y documental como si necesitaran de vez en cuando el contacto directo con la realidad para poder volver a tratarla bajo una forma novelesca.

Miedo a la realidad

En España, la tradición documentalista ha sido escasa por varias razones: porque el franquismo le tenía pánico a la realidad y se la apropió en exclusiva a través del No-Do; porque el sector cinematográfico es pobre y deja poco margen a las experimentaciones, y porque las televisiones no se sienten moralmente obligadas a producir este tipo de obras.

A pesar de ello, Jaime Chávarri y Ricardo Franco supieron retratar a la familia Panero; Jaime Camino contó la historia reciente del país en La vieja memoria; Andrés Linares se aproximó a mitos políticos; Elías Querejeta impulsó una escuela en la materia cuya última aportación es un retrato de familiares de las víctimas de ETA, y Javier Rioyo supo meternos de cabeza en las peleas de la izquierda española, especialista en destrucción de utopías. Sin olvidar El sol del membrillo, de Víctor Erice, por el que muchos descubrieron la pintura de Antonio López.

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