Ecos hebreos
David Shahar (1926-1977), nacido en Jerusalén en el seno de la quinta generación establecida en la ciudad, forma parte, junto con los novelistas Amos Oz y David Grossman, de ese grupo de escritores -entre los que cabría citar también a Aharon Appelfeld, Meir Shalev y el último Yaakov Shabtai- que renovaron la narrativa hebrea moderna convirtiéndola en una de las más dinámicas del mundo. Es muy posible que el espectacular renacimiento de la lengua hebrea se encuentre, junto con el éxito del kibutz, en la raíz de la vitalidad cuestionada de Israel. La literatura israelí contemporánea, que arranca a principios del siglo XX, ha sido indudable factor de cohesión nacional. Dentro de ella y en el nuevo escenario de la posguerra, Shahar tuvo un papel de cronista de la nueva sociedad emergente, del mismo modo que el papel de Amos Oz puede considerarse ahora mismo de moderador entre dos formas antagónicas de narrar un conflicto intestino de incierta solución.
EL AGENTE DE SU MAJESTAD
David Shahar Traducción de Manuel Pereira Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2001 458 páginas. 3.400 pesetas
El personaje central de El agente de Su Majestad es un sargento de origen alemán, Henry Reinhold, que sirvió en el Ejército británico en Palestina en la II Guerra Mundial, fue formado como espía y se infiltró después en los días del nacimiento del Estado de Israel en las filas del Irgun, una de las organizaciones judías de liberación. La historia, que abarca un período de treinta años, la cuenta un oficial israelí que vive la guerra de Yom Kipur contra los egipcios y que conoció a Reinhold cuando era un muchacho. El tema principal al que da vueltas Shahar es la dificultad de conocer las verdaderas motivaciones de las personas y la ausencia de lógica en la vida. Pintor frustrado por su alergia al óleo y la trementina, devoto de los poemas humanistas de Kipling, buen contador de historias y mejor amante, Reinhold es un hombre marcado por la vergüenza de su padre y la traición de su madre. En este personaje, Shahar ha querido reflejar la diversidad de influencias culturales y las contradicciones de orden moral del mundo judío. Herido por las fuerzas de Rommel, Reinhold convalece en un hospital de Jerusalén en los primeros capítulos de la novela, los más convincentes, pues luego los cambios de punto de vista y las diferentes voces narradoras van produciendo cierta confusión. Hasta el punto que Shahar parece perder por momentos el hilo y entrar en otros meandros narrativos, lo que ocasiona que el relato gane en atmósfera histórica pero se resienta en intensidad dramática.
Por fortuna, El agente de Su Majestad tiene un espejo en sus páginas. Es un espejo de la época del imperio turco y Reinhold lo adquiere cuando ocupa una habitación en el patio del narrador. En ese espejo se mira la madre de éste cuando al final de su vida se convierte en pintora compulsiva de temas bíblicos. Y es el mismo espejo en el que se miraba la amante de Reinhold, la bella y tiránica Tamara Karen. La relación entre los dos suscita los episodios más estimulantes de la novela. La avidez de Tamara, su vocación de dominio sobre los hombres y su pobre sentido del arte están muy bien esbozados por Shahar. Reinhold, celoso y culpabilizado, solicitará un destino en el frente al darse cuenta de que él es sólo uno más en los enredos de Tamara, y desaparecerá de su vida. La habitación del patio será ocupada por Yoel, un anticuario especializado en libros raros pero que en realidad es un dirigente del Irgun. Él podrá reconstruir para el narrador los pasos de Reinhold tras su marcha repentina. Al abordar el último tercio de la novela tenemos la impresión de que Shahar recupera su protagonista, ahora llamado Joseph Orwell, para cerrar una historia que se empantana en repeticiones de varias escenas.
Comprendemos que el amor es la fuerza que lleva a los dos amantes a encontrarse de nuevo en el hotel King David con nuevas identidades, Reinhold un eco del escritor Orwell y Tamara una princesa rusa. A estas alturas ya hemos dejado de tomar en serio a la digresiva voz narradora, algo resquebrajada como el sthendeliano espejo turco que es el símbolo de El agente de Su Majestad. Pero quizá el planteamiento ligero de Shahar es deliberado y no haga sino reflejar una cultura y una sociedad en perpetuo cambio sobre un suelo tan escaso e inseguro que a veces no parece tierra firme. El escepticismo, la voluntad férrea de resistencia y el humor son los valores que configuran este espejo novelístico de una fractura nacional. Como decía Amos Oz refiriéndose a la experiencia de escribir en Israel, 'si alguien puede escribir en hebreo sobre el amor por el amor; sobre 'la condición humana en general' sin que ecos hebreos irrumpan en su 'universalidad', le deseo suerte. No creo que esto sea posible'.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.