El español y sus autores en EE UU
AUNQUE MUCHAS de ellas han caído en el olvido, siempre ha habido voces españolas en Nueva York. Algunas se expresaban en inglés. En una fecha tan temprana como 1919, Mercedes de Acosta, nacida en Nueva York de padres españoles, publicaba su primer libro. Poeta, narradora y dramaturga, amiga de personajes como Greta Garbo y Marlene Dietrich, De Acosta dio cuenta de su fascinante vida en Here Lies the Heart (1960). Su voz no es la única que se ha perdido. Después de tomar parte en la guerra civil española, Manuel Manrique, médico de profesión, se exilió a Nueva York, donde ejerció la psiquiatría. En 1966 publicó Island in Harlem, hoy inencontrable. A Felipe Alfau lo rescató del olvido Mary MacCarthy, quien, deslumbrada por la lectura de Locos (1928), promovió la reedición de sus títulos. Uno de ellos, Chromos, fue finalista del Premio Nacional del Libro en 1989. A principios de los cuarenta, en La ciudad automática, Julio Camba pinta un retrato al vivo de Nueva York. Una de las mayores sorpresas que le deparó su visita fue comprobar la fuerza que tenía el castellano en Spanish Harlem.
Fascinado, Camba le dedicó a los habitantes del barrio un capítulo al que puso por título La España negra. Más cercanos a nosotros, en el tiempo, seguimos encontrándonos a autores españoles que han escrito sobre Nueva York. Terciados los ochenta, Eduardo Mendoza dio cuenta de la década de su vida en aquella ciudad en una emotiva crónica titulada Nueva York. Aquí escribió y publicó su primera obra el novelista vasco Eduardo Iglesias; aquí tendió hilos invisibles que unían a Madrid con Nueva York Carlos Perellón, dando forma a la Ciudad doble, ganadora en su día del Premio Anagrama de novela. Y aquí, a finales de los noventa, se escribieron dos libros espléndidos cuyo protagonista es la isla de Manhattan: Cincuenta y Tres y Octava, del zaragozano José María Conget, y El gran criminal, extenso y bellísimo poema en prosa del manchego Dionisio Cañas. Desde la Calle 14, donde se ubican dos librerías que venden exclusivamente obras escritas en español, hasta la Hispanic Society of America, emplazada en las estribaciones septentrionales de la isla, y donde se conserva el más antiguo ejemplar existente de La Celestina (un incunable de 1499), por las calles del Manhattan, cantado entre otros por Lorca, nunca han dejado de resonar las voces de los escritores españoles.
Pero la historia del español en Nueva York y Estados Unidos no termina ahí. Otro aspecto es su presencia en la cultura norteamericana recogida en la antología Se habla español: voces latinas en USA, escrito por Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán. Como evidencia la topografía, el español nunca ha sido una lengua extranjera en Estados Unidos. De hecho, llegó antes que el inglés: el primer texto jamás escrito acerca sobre un territorio de lo que hoy constituye Estados Unidos es una descripción de la Florida, obra de Gaspar Pérez de Villagrá, que data de 1524.
Cuando en 1996 se propuso a los premios Nobel de Literatura Derek Walcott y Gabriel García Márquez que oficiaran como presentadores de un programa televisivo que se planteaba como un itinerario por las distintas islas del Caribe, los dos estuvieron de acuerdo en que la última escala del viaje fuera Nueva York. Crisol y encrucijada de todas las culturas de origen hispánico, la ciudad es, como afirmó el escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, la verdadera capital cultural de América Latina.
Hoy día se está escribiendo uno de los capítulos más fascinantes de la larga y azarosa historia del español en Estados Unidos. Los hispanos han pasado a ser la minoría más numerosa del país. Entre ellos hay dos tipos de escritores: la mayor parte de quienes han nacido o llegado allí a una edad muy temprana se expresan en inglés. Lo asombroso es que, aun siendo así, la seña de identidad que marca a los Latino Writers es la inabatible nostalgia de la lengua perdida: escriben en inglés, pero el punto de referencia es el idioma ausente.
La antología coordinada por Fuguet y Paz Soldán estudia la otra cara de la moneda. Hablado por miles y miles de personas que siguen llegando sin cesar de todos los rincones de América Latina, el español está atravesando un singular proceso de uniformización. Como consecuencia de la fricción y el trato de la vida cotidiana, en Estados Unidos se está produciendo un fenómeno exactamente inverso al que llevó a la descomposición del latín en un racimo de nuevas lenguas. Es éste el contexto en el que surge esta antología. El libro da cabida a una extensa muestra de jóvenes narradores que, nacidos en los más diversos puntos de América Latina, escriben hoy en Estados Unidos. Distribuidos a su vez por todo el territorio estadounidense, la muestra levanta acta de la vitalidad del español como lengua literaria autóctona. Con buen criterio, se pone el énfasis en el carácter colectivo del fenómeno, invitando a participar a un número elevado de escritores. Un aspecto muy importante del volumen es que nos muestra en directo la saludable convivencia entre el español y el inglés. Asimismo, algunos relatos mantienen viva la nada novedosa tradición del spanglish, como el divertido Seven veces siete, de Francisco Piña. En todo caso, el modo dominante es el del español, un español de alto voltaje literario, bien calibrado por un fino criterio de selección que se inscribe en una perspectiva y una sensibilidad estética latinoamericanas. Se trata, sobre todo, de dar cuenta de un momento interesante de la latinización literaria de Estados Unidos. Como el título viene a recordar, en los cuatro puntos cardinales del país se habla español, y la tendencia no hará sino acentuarse en el futuro.
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