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Reportaje:LIBROS CONTRA LA INTOLERANCIA

Construir la tolerancia

Antonio Elorza

Vaya por delante una perogrullada: la defensa de la tolerancia exige ante todo eliminar la intolerancia. A partir de las sociedades mal llamadas primitivas, todo grupo humano tiende a valorarse positivamente y a considerar sus usos, creencias y formas de comunicación como las únicas apropiadas, tendiendo en consecuencia a contemplar como un intruso al extraño que de forma temporal o definitiva se incluye en su medio, por lo mismo, sus usos, creencias e idioma se encuentran como mínimo bajo sospecha. El reconocimiento del otro, primer paso para que las relaciones sociales tengan como base la tolerancia recíproca, es una construcción cultural. Sólo al colocar por encima del 'nosotros' un sujeto abstracto dotado de una dimensión universal resulta posible contemplar al 'otro' -por su origen, religión o status social- como igual, en su condición humana, y abordar simultáneamente el reconocimiento de su especificidad. Una vez sentadas estas premisas, resulta evidente que no cabe introducir discriminación alguna por razones de creencia o cultura. Desde el punto de vista de la modernidad, la tolerancia se configura entonces como condición previa para la existencia efectiva de la libertad, incluso de toda convivencia razonable entre los humanos. No en vano su exigencia acompañó a la formación del liberalismo político. Desde la acera opuesta, lo reconocía a fines del siglo XVIII un apologista de la Inquisición para descalificar el 'tolerantismo' de uno de nuestros primeros liberales: 'La intolerancia es una ley fundamental de la nación española...'. Y el ejemplo de nuestra historia sirve para ilustrar la afirmación inicial; tanto a partir de 1808 como a partir de 1975, la instauración de la tolerancia coincidió con la construcción de la libertad política y con el fin del complejo de instituciones y normas que hacían bueno el diagnóstico del citado apologista enemigo de las Luces.

Desde el punto de vista de la modernidad, la tolerancia es una condición previa para la existencia de la libertad

Como ha escrito Will Kymlicka en su excelente libro Ciudadanía multicultural, el principio de autonomía individual y la tolerancia son en la concepción liberal las dos caras de la misma moneda: 'Lo que distingue la tolerancia liberal es precisamente su compromiso con la autonomía, esto es, la idea de que los individuos deben verse libres para afirmar y potencialmente revisar sus fines'. Esto significa que los individuos pueden disentir del grupo al que pertenecen, por su origen o por adscripción voluntaria, no debiendo sufrir restricciones de su libertad por parte de esos mismos grupos. Y al mismo tiempo tales grupos tienen derecho a no sufrir persecución ni discriminación desde el Estado por causa de su identidad, creencia o usos diferenciales.

En términos concretos, el problema se sitúa para Kymlica en el punto de encuentro para esos grupos diferenciados en el Estado multicultural que despunta entre las 'protecciones externas' y las 'restricciones internas'. Lo que es fácil de resolver en abstracto, resulta mucho más complejo al aproximarse a la realidad. De entrada cabe poner en tela de juicio la tentación comunitarista de evitar un 'sectarismo liberal', por la cual un Estado democrático debiera renunciar a que los colectivos de procedencia exterior se sometieran a sus valores, permitiendo en consecuencia su autoorganización, no sólo en el plano de la cultura, sino en el respeto a normas de una legalidad propia y a las correspondientes pautas de comportamiento. Sería una actualización del régimen de los 'millet' en el Imperio turco, comunidades definidas por la religión de sus miembros con una ley interna, bajo la autoridad política del sultán. Primero, fue una forma de tolerancia marcada, como la situación de los 'dhimmies', cristianos o judíos 'protegidos' en el islam, por una subordinación radical al colectivo dominante, turco y/o musulmán. Bien para la Edad Media, pero que cuando el 'protegido' busca ser igual o independiente puede acabar en genocidio. Y segundo, su traducción a un Estado moderno implicaría la posibilidad de regulaciones internas de la comunidad que vulnerasen los derechos humanos reconocidos por la Constitución y por la ONU. Desde ambas vertientes, tendría lugar una eliminación inaceptable de la condición de ciudadano y un riesgo evidente para la cohesión democrática del conjunto de la sociedad.

La tolerancia democrática implica entonces el reconocimiento de la pluralidad, la protección externa -sin interferencias- en los grupos que van a configurar una sociedad multicultural. Ello implica en gran medida una revolución en nuestras mentalidades aún por hacer. Y también esa compleja e incómoda labor de ganar para el principio de autonomía a colectivos donde el sentimiento de comunidad se encuentra sólidamente enraizado.

'Mis primas en la playa', de Bruno Boujdejal. Fotografía extraída de la exposición 'Argelia, 1979-1999', en gira por el circuito de Fnac.
'Mis primas en la playa', de Bruno Boujdejal. Fotografía extraída de la exposición 'Argelia, 1979-1999', en gira por el circuito de Fnac.COLLECTION PHOTO FNAC

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