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Reportaje:

Los vencidos y los convencidos

Es difícil encontrar, en el arte occidental tradicional, una imagen artística que represente, de forma deliberada, la idea de tolerancia, concepto laico propio del racionalismo ilustrado. Antes del siglo XVIII, lo que estuvo vigente es el concepto cristiano de la caridad, más comprometido y beligerante -se ama al prójimo, pero porque se procura su salvación-, incluso cuando pasivamente se acepta la agresión sin dar una respuesta similar. Es el martirio. Quizá el único antecedente de la moderna tolerancia es el que se contempla en un cuadro como Las lanzas o La rendición de Breda, de Velázquez, donde el vencedor se muestra generoso y comprensivo con el vencido, pero, al margen de lo que esta representación tuvo de resurrección anacrónica del viejo comportamiento medieval de los caballeros andantes, la actitud del general Ambrosio de Spínola, al mando de la coalición española que sometió a la ciudad holandesa rebelde, se parece, sobre todo, a lo que, en la cultura clásica, se entendía como 'compasión'.

La moderna tolerancia supone aceptar al otro incluso cuando no se comparte nada con él
En la dramática vecindad física de la pluma y el puñal está ya contenido el mensaje moral de que 'sólo se vence cuando se convence'

Compadecer al enemigo vencido supone ciertamente compartir con él una misma pasión y, por tanto, saber ponerse en su lugar y comprenderle; pero la moderna tolerancia supone aceptar al otro incluso cuando no se comparte nada con él, ni se le comprende. Por eso, antes de nuestra época, es raro hallar verdaderas imágenes artísticas que simbolicen la tolerancia, porque para ello era preciso que antes se concibiera un modelo de Estado democrático, de fundamentación jurídica laica. A lo largo del siglo XVIII anterior a la Revolución Francesa hubo, eso sí, cada vez más representaciones que exaltaban la magnanimidad del vencedor con el vencido, aunque, la mayor parte, a diferencia del célebre cuadro velazqueño antes citado, que relata una acción contemporánea, remitiendo esa actitud generosa del triunfador a figuras históricas de la antigüedad clásica, como Darío y Alejandro.

También fueron los ilustrados quienes iniciaron esa otra senda hacia la tolerancia a través de la remoción del hasta entonces indiscutido criterio etnocentrista, que miraba como bárbaros e inferiores a quienes no compartían la identidad racial, cultural y religiosa occidentales. En este sentido, fue una moda principalmente literaria, en ciertos círculos de la Ilustración europea, la de someter a crítica las costumbres de las sociedades occidentales a través de la visión de un visitante foráneo, en especial, procedente de una civilización exótica, como la entonces peligrosamente próxima del imperio otomano. Pero, como tal moda literaria, esta imagen crítica 'descentralizadora' dejó una huella inmediata, además de en la novela y el teatro, en la ópera, que era, al fin y al cabo, un drama musical, siendo quizá uno de los ejemplos más significativos al respecto el de la mozartiana ópera de El rapto del serrallo, estrenada el 16 de julio de 1782.

Por todo ello, desde mi punto de vista, el primer cuadro que aborda, con plenitud de sentido, el tema de la tolerancia es el sangriento de Marat asesinado, que pintó el artista jacobino francés Jacques-Louis David (1748-1825), un cuadro realizado en 1793 en los días inmediatamente posteriores al mortal acuchillamiento del líder revolucionario a manos de una mujer, Charlotte Corday. Puede parecer paradójico que me refiera a este famoso y muy truculento cuadro para ilustrar la, a mi juicio, primera representación artística de la moderna tolerancia, no sólo porque la víctima lo fuera por un acto de violencia sangrienta, sino porque fue Marat uno de los más contumaces defensores de la violencia desatada del represivo terror revolucionario.

Por si fuera poco, como ocurrió en la realidad, y así se deja ver palmariamente en el cuadro de David, la argucia usada por la asesina para adentrarse en la intimidad de Marat fue la exhibición de una supuesta lista de traidores, tras cuya delación habrían sido, sin el menor género de duda, inmediatamente ejecutados. No olvidemos, por otra parte, que David era un jacobino, correligionario de Marat, y, como tal, uno de los llamados diputados regicidas que votaron el guillotinamiento de Luis XVI y su mujer, María Antonieta, de la que el pintor nos dejó un estremecedor dibujo cuando era transportada al cadalso.

¿Qué puede tener que ver, por tanto, el Marat asesinado con una representación de la tolerancia, o, si se quiere, en negativo, de la intolerancia? A mi modo de ver, la clave está en, por una parte, la inversión del sentido tradicional de lo heroico -se nos presenta al vencido, el muerto, como vencedor: una especie de 'secularización' de la imagen cristiana del Ecce Homo, sólo que, en este caso, el 'martirizado' es un muy humano servidor público, que, aun postrado por una dolorosa enfermedad cutánea que le obliga a estar sumergido en una tosca bañera, sigue trabajando para el Estado en su retiro doméstico-, pero también, y, sobre todo, en que su mano inerte porta todavía la pluma, junto a la cual, muy significativamente, está el caído cuchillo con el que su asesina le acaba de ejecutar. En esta dramática vecindad física de la pluma y el puñal está ya contenido el mensaje moral de que 'sólo se vence cuando se convence'.

Muy pocos años después, el español Goya proporcionó otro ejemplo equivalente de lo mismo, con su cuadro titulado Los fusilamientos de La Moncloa o del Tres de mayo, aunque, en este caso, dio otro paso más allá, al mostrar, en el papel del héroe como víctima, no a un líder singular, sino a todo un pueblo anónimo, cuya figura más perentoriamente trágica, la del hombre con la camisa blanca iluminada del centro de la composición, abre sus brazos en cruz para recibir las balas. A partir de este par de tan señalados ejemplos, se multiplicaron las obras de arte que, de una u otra manera, incidían en este mismo tipo de representación, por lo menos hasta llegar al Guernica, de Pablo Picasso, que forzó otra nueva vuelta de la tuerca moral al hacer ocupar el papel de las víctimas a quienes sufren sin combatir directamente en una guerra: las mujeres, los niños y los animales.

Aunque, sin duda, hay otras muchas imágenes artísticas similares a las muy célebres que acabamos de destacar, no creo que ninguna tenga su fuerza simbólica y su potente resolución artísticas, o, lo que es lo mismo, su 'universalidad'. Por lo demás, ceñirse en este tema sólo a las obras plásticas sería un despropósito, porque, entre las llamadas nuevas formas de expresión del mundo contemporáneo, como la fotografía y el cine, hay contribuciones decisivas para una iconografía de la tolerancia. En este campo, casi parece ridículo ponerse a hacer distingos entre lo que estas imágenes 'reproducibles' tienen de 'documentación' y 'arte'. Muy significativamente, una de las primeras obras maestras del cine se tituló Intolerancia (1916), del estadounidense David W. Griffith, el cual abrió una senda que, desde entonces, no ha dejado de ser frecuentada.

Por lo demás, sea cual sea lanaturaleza material o técnicas de las imágenes producidas, es obvio que el arte contemporáneo más 'político' o 'comprometido' nos ha proporcionado un inmenso caudal de obras sobre el binomio 'tolerancia-intolerancia', aunque, si nos fijamos en el arte actual, apreciamos quizá una mayor insistencia en lo que podríamos denominar una interpretación 'humanitarista' del tema, o, si se quiere, tras la caída del comunismo, en lo así llamado 'políticamente correcto', justificación en la que caben un montón de reivindicaciones sociales muy diversas de quienes circunstancialmente se sienten en una posición minoritaria, sea cual sea la naturaleza de su forzada inferioridad, incluso cuando desborda el campo de lo estrictamente humano, como los animales, o la misma naturaleza en general sometida a la agresión de la acción interesada de los hombres.

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