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Tribuna:LAS REGLAS DEL COMERCIO MUNDIAL
Tribuna
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Arreglar, no hundir la OMC

El autor defiende la utilidad de la Organización Mundial de Comercio para fijar reglas frente a quienes la cuestionan

George Soros

Son pocas las personas que cuestionan los beneficios del comercio internacional. Y puesto que los mercados globales requieren de instituciones internacionales capaces de sostenerlos, la Organización Mundial de Comercio (OMC) resulta una institución valiosa y, sin duda, de muchas maneras, la institución internacional más desarrollada. Ha tenido éxito no sólo al crear leyes internacionales, sino también al adjudicar disputas y al hacer cumplir sus decisiones.

Pero las fracturas económicas de la última década, unidas a la falta de redes adecuadas de seguridad social, han generado un tremendo resentimiento contra la globalización. Puesto que los países miembros se alistan para reunirse en Qatar este viernes, la OMC es objetivo principal de los opositores de la globalización. Su intención de 'reducir o hundir a la OMC' es un objetivo erróneo.

La OMC, como todas las instituciones, tiene sus fallas. Pero las principales objeciones contra la OMC no pueden ser resueltas por la OMC misma, pues la tarea de la OMC es establecer reglas básicas para el comercio internacional; no está diseñada para perseguir otros objetivos sociales. Entonces, las dificultades no se relacionan tanto con la OMC, sino con la falta de instituciones de similar poder y eficacia que se centren en esos objetivos sociales. En efecto, el problema más fundamental del orden global de la actualidad es que la producción de bienes privados ha adquirido prioridad sobre el desarrollo social; es decir, el suministro de bienes públicos.

La OMC no sólo no está diseñada para tratar con la protección del ambiente, la seguridad alimenticia, los derechos humanos y los derechos laborales, sino que su modus operandi no es adecuado para el suministro de bienes públicos. La fuerza de la OMC se encuentra en su mecanismo para hacer cumplir las reglas, que los países están dispuestos a aceptar porque quieren obtener los beneficios del comercio. No lo aceptarán, sin embargo, en otras áreas. ¿Sería concebible que China (que pronto será miembro) aceptara la inclusión de los derechos humanos? ¿Podría ser Estados Unidos más sensible con cuestiones del medio ambiente?

Hacer cumplir las reglas aceptadas con anterioridad tampoco es apropiado para alcanzar metas sociales, porque muchos países no tienen los recursos para lograr los estándares internacionales.

En lugar de imponer requerimientos, sería mucho mejor proveer recursos para permitir que los países pobres cumplan con las reglas voluntariamente. Consideremos el trabajo infantil. En lugar de introducir una regla de la OMC que prohíba que los menores trabajen, deberíamos proveer recursos para la educación primaria universal. Entonces podríamos demandar que quienes reciban apoyo eliminen el trabajo infantil en algún momento. Este método sería más efectivo que intentar forzar a uno u otro país a cumplir las reglas.

Aun así, deberían hacerse cambios significativos a los reglamentos de la OMC para atender las objeciones válidas. En cierto sentido, la OMC es víctima de su propio éxito. Es prácticamente la única institución internacional a la que los países están dispuestos a subordinarse. Esto la vuelve supuestamente demasiado poderosa, porque las reglas de la OMC relacionadas con la liberalización del comercio sobrepasan a los reglamentos locales enfocados en otros importantes valores sociales.

Sería indicado, por lo tanto, cambiar el estatus de realeza de la OMC. Primero, si hemos de evitar un desmantelamiento total, el orden de precedencia entre las leyes de la OMC y las leyes de cada nación debe ser invertido. Como funcionan las cosas ahora, ningún país puede usar las sanciones comerciales para imponer sus propios estándares a otro país cuando un producto importado es físicamente igual al producido a nivel nacional. Prohibir la carne de res tratada con hormonas, por ejemplo, no está permitido, a menos de que haya evidencia de que la carne tratada con hormonas es distinta de la carne producida localmente. La única excepción se da cuando existe un acuerdo internacional que ambos países hayan suscrito. Pero esos acuerdos son difíciles de lograr.

Propongo invertir ese orden de preferencia: debería permitirse que los países apliquen sus estándares nacionales más altos tanto a las importaciones como a los bienes locales, a menos de que un panel de expertos patrocinado por la OMC encuentre que tales estándares deberían estar prohibidos o simplemente son innecesarios. A diferencia de la forma en que funciona bajo el sistema actual, en el que los países que cuentan con leyes laborales o estándares ecológicos no cuentan con incentivos para negociar acuerdos internacionales en base a estándares más altos, la nueva regla cambiaría el desbalance entre el comercio y otros valores al proveer incentivos para lograr acuerdos internacionales apropiados.

Segundo, quizá la OMC se extendió más de lo necesario cuando se involucró en los derechos de propiedad intelectual. Los derechos de propiedad intelectual han ayudado a convertir la ciencia en una actividad empresarial y los negocios, claro, están motivados por la ganancia. Se puede argumentar que este proceso ha ido demasiado lejos, planteando un obstáculo a la investigación, la cual es de gran importancia para el mundo en desarrollo. Se gasta mucho más dinero, por ejemplo, en el desarrollo de cosméticos que en la cura de enfermedades tropicales.

Una solución total para este problema, el cual demanda nuevos incentivos para fomentar la investigación con miras al desarrollo de drogas que necesitan países menos desarrollados, está fuera del alcance de la OMC. Pero la OMC debería reconsiderar su participación. Las patentes y el copyright son necesarios, pero esa protección constituye una limitación al comercio. ¿Que tanta restricción está justificada? El cálculo es bastante distinto entre los países tecnológicamente avanzados, que obtienen ganancias de las innovaciones (y presionan en la OMC para que sean protegidas por la misma), y los países menos desarrollados, que tienen que pagar por ellas. Los países menos desarrollados tienen razón al estar molestos con la actual posición de la OMC en cuanto a los aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (o TRIP).

Tercero, el acuerdo sobre Medidas de Inversión Relacionadas con el Comercio (TRIM, por sus siglas en inglés) debería renegociarse para permitir algún apoyo para las empresas pequeñas y medianas creadas localmente. Las TRIM están diseñadas para nivelar el campo de juego entre las empresas extranjeras y locales. Pero en un mundo en el que el capital tiene libertad de movimiento, el campo de juego está severamente inclinado en favor de los inversionistas internacionales y las corporaciones multinacionales. Las TRIM institucionalizan y refuerzan esta predisposición.

Los países con frecuencia ofrecen incentivos fiscales y otros subsidios a las corporaciones transnacionales porque deben competir para atraer la inversión externa. Las concesiones a menudo son también compradas a través de sobornos. La OMC no ha hecho ningún intento por enfrentar estos asuntos y no cuenta con reglamentos en contra de las actividades de corporaciones transnacionales que son dañinas para los países en los que operan.

Las reglas basadas en las TRIM tampoco reconocen que el fomento de empresas locales pequeñas y medianas sea un caso válido. A pesar de que los incentivos para esos negocios locales (como el microcrédito y un mejor financiamiento) deberían proporcionarse afuera de la OMC, las reglas de comercio deberían ser modificadas para dar cabida a tal apoyo.

Los inconformes que quieren 'hundir o reducir' a la OMC destruirían a la gallina de los huevos de oro. Aunque debemos rechazar firmemente esas demandas, debemos prestar la atención debida a las preocupaciones legítimas de los críticos acerca de cómo se usan y se distribuyen esos huevos de oro.Son pocas las personas que cuestionan los beneficios del comercio internacional. Y puesto que los mercados globales requieren de instituciones internacionales capaces de sostenerlos, la Organización Mundial de Comercio (OMC) resulta una institución valiosa y, sin duda, de muchas maneras, la institución internacional más desarrollada. Ha tenido éxito no sólo al crear leyes internacionales, sino también al adjudicar disputas y al hacer cumplir sus decisiones.

Pero las fracturas económicas de la última década, unidas a la falta de redes adecuadas de seguridad social, han generado un tremendo resentimiento contra la globalización. Puesto que los países miembros se alistan para reunirse en Qatar este viernes, la OMC es objetivo principal de los opositores de la globalización. Su intención de 'reducir o hundir a la OMC' es un objetivo erróneo.

La OMC, como todas las instituciones, tiene sus fallas. Pero las principales objeciones contra la OMC no pueden ser resueltas por la OMC misma, pues la tarea de la OMC es establecer reglas básicas para el comercio internacional; no está diseñada para perseguir otros objetivos sociales. Entonces, las dificultades no se relacionan tanto con la OMC, sino con la falta de instituciones de similar poder y eficacia que se centren en esos objetivos sociales. En efecto, el problema más fundamental del orden global de la actualidad es que la producción de bienes privados ha adquirido prioridad sobre el desarrollo social; es decir, el suministro de bienes públicos.

La OMC no sólo no está diseñada para tratar con la protección del ambiente, la seguridad alimenticia, los derechos humanos y los derechos laborales, sino que su modus operandi no es adecuado para el suministro de bienes públicos. La fuerza de la OMC se encuentra en su mecanismo para hacer cumplir las reglas, que los países están dispuestos a aceptar porque quieren obtener los beneficios del comercio. No lo aceptarán, sin embargo, en otras áreas. ¿Sería concebible que China (que pronto será miembro) aceptara la inclusión de los derechos humanos? ¿Podría ser Estados Unidos más sensible con cuestiones del medio ambiente?

Hacer cumplir las reglas aceptadas con anterioridad tampoco es apropiado para alcanzar metas sociales, porque muchos países no tienen los recursos para lograr los estándares internacionales.

En lugar de imponer requerimientos, sería mucho mejor proveer recursos para permitir que los países pobres cumplan con las reglas voluntariamente. Consideremos el trabajo infantil. En lugar de introducir una regla de la OMC que prohíba que los menores trabajen, deberíamos proveer recursos para la educación primaria universal. Entonces podríamos demandar que quienes reciban apoyo eliminen el trabajo infantil en algún momento. Este método sería más efectivo que intentar forzar a uno u otro país a cumplir las reglas.

Aun así, deberían hacerse cambios significativos a los reglamentos de la OMC para atender las objeciones válidas. En cierto sentido, la OMC es víctima de su propio éxito. Es prácticamente la única institución internacional a la que los países están dispuestos a subordinarse. Esto la vuelve supuestamente demasiado poderosa, porque las reglas de la OMC relacionadas con la liberalización del comercio sobrepasan a los reglamentos locales enfocados en otros importantes valores sociales.

Sería indicado, por lo tanto, cambiar el estatus de realeza de la OMC. Primero, si hemos de evitar un desmantelamiento total, el orden de precedencia entre las leyes de la OMC y las leyes de cada nación debe ser invertido. Como funcionan las cosas ahora, ningún país puede usar las sanciones comerciales para imponer sus propios estándares a otro país cuando un producto importado es físicamente igual al producido a nivel nacional. Prohibir la carne de res tratada con hormonas, por ejemplo, no está permitido, a menos de que haya evidencia de que la carne tratada con hormonas es distinta de la carne producida localmente. La única excepción se da cuando existe un acuerdo internacional que ambos países hayan suscrito. Pero esos acuerdos son difíciles de lograr.

Propongo invertir ese orden de preferencia: debería permitirse que los países apliquen sus estándares nacionales más altos tanto a las importaciones como a los bienes locales, a menos de que un panel de expertos patrocinado por la OMC encuentre que tales estándares deberían estar prohibidos o simplemente son innecesarios. A diferencia de la forma en que funciona bajo el sistema actual, en el que los países que cuentan con leyes laborales o estándares ecológicos no cuentan con incentivos para negociar acuerdos internacionales en base a estándares más altos, la nueva regla cambiaría el desbalance entre el comercio y otros valores al proveer incentivos para lograr acuerdos internacionales apropiados.

Segundo, quizá la OMC se extendió más de lo necesario cuando se involucró en los derechos de propiedad intelectual. Los derechos de propiedad intelectual han ayudado a convertir la ciencia en una actividad empresarial y los negocios, claro, están motivados por la ganancia. Se puede argumentar que este proceso ha ido demasiado lejos, planteando un obstáculo a la investigación, la cual es de gran importancia para el mundo en desarrollo. Se gasta mucho más dinero, por ejemplo, en el desarrollo de cosméticos que en la cura de enfermedades tropicales.

Una solución total para este problema, el cual demanda nuevos incentivos para fomentar la investigación con miras al desarrollo de drogas que necesitan países menos desarrollados, está fuera del alcance de la OMC. Pero la OMC debería reconsiderar su participación. Las patentes y el copyright son necesarios, pero esa protección constituye una limitación al comercio. ¿Que tanta restricción está justificada? El cálculo es bastante distinto entre los países tecnológicamente avanzados, que obtienen ganancias de las innovaciones (y presionan en la OMC para que sean protegidas por la misma), y los países menos desarrollados, que tienen que pagar por ellas. Los países menos desarrollados tienen razón al estar molestos con la actual posición de la OMC en cuanto a los aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (o TRIP).

Tercero, el acuerdo sobre Medidas de Inversión Relacionadas con el Comercio (TRIM, por sus siglas en inglés) debería renegociarse para permitir algún apoyo para las empresas pequeñas y medianas creadas localmente. Las TRIM están diseñadas para nivelar el campo de juego entre las empresas extranjeras y locales. Pero en un mundo en el que el capital tiene libertad de movimiento, el campo de juego está severamente inclinado en favor de los inversionistas internacionales y las corporaciones multinacionales. Las TRIM institucionalizan y refuerzan esta predisposición.

Los países con frecuencia ofrecen incentivos fiscales y otros subsidios a las corporaciones transnacionales porque deben competir para atraer la inversión externa. Las concesiones a menudo son también compradas a través de sobornos. La OMC no ha hecho ningún intento por enfrentar estos asuntos y no cuenta con reglamentos en contra de las actividades de corporaciones transnacionales que son dañinas para los países en los que operan.

Las reglas basadas en las TRIM tampoco reconocen que el fomento de empresas locales pequeñas y medianas sea un caso válido. A pesar de que los incentivos para esos negocios locales (como el microcrédito y un mejor financiamiento) deberían proporcionarse afuera de la OMC, las reglas de comercio deberían ser modificadas para dar cabida a tal apoyo.

Los inconformes que quieren 'hundir o reducir' a la OMC destruirían a la gallina de los huevos de oro. Aunque debemos rechazar firmemente esas demandas, debemos prestar la atención debida a las preocupaciones legítimas de los críticos acerca de cómo se usan y se distribuyen esos huevos de oro.

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