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SALUD MENTAL

Los pacientes psicóticos sufren menos recaídas si son tratados con terapias psicosociales

La falta de recursos aumenta la gravedad de las crisis, según un estudio

Alberto se despierta a menudo desolado, todo lo ve negro y sólo desea quedarse recluido en su habitación, como ha hecho tantas veces cuando inesperadamente aflora su enfermedad, la esquizofrenia, y le sume en una terrible angustia. Desde hace meses la mayoría de sus horas transcurren en el bar que hay junto a su casa, y recuerda con añoranza las experiencias vividas en el Centro Terapéutico El Casal de Mataró (Barcelona), donde participó en un programa experimental de intervención psicosocial. 'Durante aquel tiempo -entre los años 1995 y 1998- prácticamente no sufrió crisis, se levantaba cada día con ilusión porque tenía actividades para hacer que le satisfacían y regresaba contento a casa', explica la hermana de Alberto (el nombre es ficticio).

La falta de programas de integración social acaba aumentando el gasto sanitario
La reinserción laboral de los pacientes es la asignatura pendiente de la salud mental

Ahora este paciente, de 43 años, lleva varios meses en lista de espera para obtener plaza en un centro de día. Su familia, mientras tanto, espera que las temidas crisis no se agudizen y que no se presenten cada vez con más frecuencia.

Alberto fue una de las 24 personas que participaron en El Casal de Mataró en una investigación que ha demostrado la gran eficacia de la intervención psicosocial en pacientes psicóticos crónicos. Los participantes del grupo que fue sometido a la terapia -actividades que fomentaban la relación con los demás, la autoestima, la integración a la comunidad y el conocimiento de la propia enfermedad, entre otros objetivos- sufrieron menos recaídas mientras duró la investigación y experimentaron una mejora en su calidad de vida muy superior respecto a los pacientes del grupo de comparación, que no fueron sometidos a dicha intervención psicosocial.

Más del 70% de los pacientes que participaron en el estudio, financiado por el Fondo de Investigación Sanitaria (FIS) y por la Universidad Ramon Llull de Barcelona, presentaban esquizofrenia, el principal problema de salud mental por su gravedad y frecuencia. El aislamiento, los delirios y las alucinaciones son algunos de los síntomas de esta patología, que suele impedir a quienes la sufren llevar una vida normal, acabar los estudios, mantener un trabajo de forma constante o independizarse. Las recaídas o fases agudas de la enfermedad exigen a menudo el ingreso del paciente en un centro psiquiátrico.

Profesionales y familiares coinciden en que la salud mental adolece de falta de recursos. Se trata de un pez que se muerde la cola: si no hay suficientes centros de día ni programas psicosociales y de reinserción social -recursos que han demostrado mejorar el estado de estas personas-, aumentan las necesidades farmacológicas, las visitas programadas y de urgencias y los ingresos psiquiáticos. Es decir, se eleva el gasto sanitario.

La autora del trabajo, Núria Farriols, doctora en psicología de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación Blanquerna de la Universidad Ramon Llull de Barcelona y psicóloga del Centro de Salud Mental de Mataró, se pregunta por qué las administraciones no dedican más recursos a impulsar programas de intervención psicosocial si se ha demostrado que acaban redundando en un abaratamiento de los costes en salud mental.

Se trata de una cuestión que se plantea una y otra vez la presidenta de la asociación de enfermos mentales de Mataró, María José González, madre, a su vez, de uno de los pacientes que participó en la investigación en El Casal. El centro se cerró hace un par de años porque, aunque el personal que trabajaba allí era voluntario, el ayuntamiento dejó de ceder el local. Las familias y los propios enfermos todavía lamentan el cierre de El Casal.

El hijo de María José, Quique, de 40 años, admite que los enfermos de esquizofrenia como él tienen ciertas 'limitaciones', pero añade: 'Hay muchas cosas que podemos hacer bien y tenemos derecho a que nos den una oportunidad para sentirnos útiles'. La reinserción laboral de estos pacientes es, sin embargo, 'la gran asignatura pendiente de la salud mental', advierte María José. En El Casal, durante los años en que Quique participó en la experiencia, se sintió 'más útil y más persona'. 'Explicábamos nuestras experiencias y nos ayudábamos unos a otros'. 'Regresábamos a casa muy positivos', añade Quique, que tras años de absoluta soledad empezó a salir de casa y a hacer sus primeros amigos gracias a El Casal.

Pero la experiencia no sólo resultó positiva para los enfermos. 'Las familias nos sentimos más liberadas', explica María José González, que asegura haber 'entregado la vida' en el cuidado de su hijo, en entender su enfermedad y en ayudarle en los momentos de sufrimiento durante las recaídas. María José, como la mayoría de familias de estos enfermos, ha tenido que suplir con un esfuerzo ingente las carencias del sistema sanitario. '¿Y qué pasará cuando yo falte?', pregunta María José González, entre preocupada e indignada. 'Debería morirme yo antes que mi madre', responde Quique sin vaciliar.

Una cuestión de autoestima

Algo tan simple como salir a tomar una coca-cola con un amigo puede resultarle extraordinariamente difícil a un enfermo psicótico, que tiene grandes dificultades para relacionarse con los demás. 'Hay que motivarles a salir, a mantener relaciones sociales, porque aunque les cueste, les ayuda a sentirse mejor', explica Montse Ramos, psicóloga que coordinó la intervención en el centro El Casal de Mataró. Actividades que fomentaban la relación, la autoestima, el cuidado personal y la autonomía de estos enfermos se combinaron con el tratamiento farmacológico y psiquiátrico, que se realizaba en el Centro de Salud Mental de Mataró. El estudio incluía a las familias, desbordadas a menudo por la enfermedad de los hijos. Un grupo de 20 pacientes participaron durante un promedio de dos años la intervención psicosocial y cada uno de ellos se comparó con otro enfermo que no tomó parte en la experiencia. Durante el primer año de intervención sólo uno de los 20 pacientes que siguieron la intervención tuvo que ser ingresado en un psiquiátrico por una recaída. En el segundo año no se registró ningún ingreso. En el grupo de comparación también disminuyeron los ingresos, aunque en menor medida, lo que la autora del estudio, Núria Farriols, atribuye a que estos enfermos partían de una situación previa peor. Las relaciones interpersonales mejoraron en el grupo de intervención, pero empeoraron entre los pacientes que no participaron en el programa. También aumentó la calidad de vida subjetiva entre los pacientes del primer grupo, lo que no sucedió en el segundo.

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