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El Pakistán sin ley

Cientos de contrabandistas tribales próximos a los talibanes controlan zonas de la frontera

Francisco Peregil

El camino de tres horas de coche que va desde la ciudad de Quetta hasta la de Chamán, el punto paquistaní más próximo a Afganistán en el sur del país, es todo un cuadro de la historia reciente de los dos Estados. Y lo que ocurrió ayer a cinco kilómetros de Chamán es el ejemplo más claro de hasta qué punto el Gobierno de Pervez Musharraf, presidente de Pakistán, ve menguado su poder en esta zona pastún, claramente protalibán.

La carretera discurre por montañas desérticas entre poblados de refugiados afganos que llegaron hace años. De espaldas a ella y en cuclillas, los hombres orinan y se limpian con la tierra. Algunos camiones van tan abarrotados de productos que miden más de alto que de largo. A medida que nos acercamos a la frontera se vuelven más numerosas las mujeres con burkas y las banderas de barras blancas y negras, símbolo del principal partido integrista de Pakistán. Las casas son de barro, del mismo color marrón claro que el suelo y apenas un metro por encima de él, como al otro lado de la frontera. Todo lo que sea susceptible de comprar o venderse puede encontrarse al borde de ese camino estrecho en el que los conductores de autobuses y camiones no pisan el freno ni ante los tractores ni ante los burros ni los ciclistas.

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Cuando se consigue por fin, al cabo de varios días, un permiso para visitar el campo de refugiados de Chamán, donde se agolpan al menos 1.500 personas que ni quieren volver a Afganistán ni se les deja entrar en Pakistán, una docena de policías escoltan por delante y por detrás a los periodistas.

Ayer, a cinco kilómetros de Chamán, los policías se pararon en seco. Imposible continuar. Decían que había que volverse. Desde lo alto de una montaña se divisaba una cola de al menos un kilómetro de coches parados. Lo que había sucedido es que en el puesto fronterizo de Chamán a la policía de Musharraf se le había ocurrido requisar el material de dos camiones de contrabandistas que se dirigían a Afganistán cargados de material de contrabando. Y los habitantes de la zona, que viven del contrabando desde hace decenas de años y que mantienen sus propias leyes tribales y su propia policía al margen de la de Musharraf, cortaron el paso desde las ocho de la mañana y apedrearon a todo el que intentaba acercarse a la frontera. Los policías decían que no tenían potestad en ese territorio. Que no podrían proteger a nadie. La policía de los contrabandistas dejaba a sus familiares apedrear los coches que intentaban romper el bloqueo. 'No son cientos los manifestantes, son miles', decían los agentes del Gobierno de Musharraf. Y el mensaje que lanzaban los contrabandistas era que no permitirían el paso por la carretera hasta que no se les devolviera el material de los autobuses -electrónico y textil- y se aboliera la aduana de Chamán.

'Los contrabandistas están encantados con el Gobierno talibán', aclaraba un periodista paquistaní, 'porque los talibanes proporcionaron seguridad en las carreteras y su negocio floreció. Hay en esta zona gente muy millonaria. Pero las relaciones con el Gobierno nunca han sido buenas. Cada pocos meses hay refriegas en las que mueren un par de soldados y dos o tres contrabandistas'. A última hora de ayer, la carretera seguía bloqueada.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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