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Columna
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Una gran exposición en un pésimo espacio

Siendo, como es, una exposición de enorme calidad, resulta inconcebiblemente torpe y lamentable lo que se ha hecho con la obra del pintor, escultor y poeta Hans o Jean Arp (1887-1966) en Bilbao. Lo que podía haberse convertido en un acontecimiento artístico de primer orden, se ha presentado inadecuado (Sala de Exposiciones de la BBK, Gran Vía 32), sin un ápice de respeto hacia íntima creatividad del alsaciano. Por allí están las esculturas amontonadas y/o apretujadas en dos filas medio pegadas a las paredes; la mayoría de ellas a baja altura, sin otro propósito, al parecer, que dar satisfacción a los habitantes de Lilliput. Su montaje diferirá muy poco del que se producirá dentro de un mes con la exposición anual de belenes.

Todo esto es ridículo, disparatado y absurdo. Pero sobre todo porque la entidad promotora de la muestra de Arp, la BBK, tiene una amplísima sala que lleva su nombre en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Ese era el lugar adecuado para presentar las magníficas obras de Arp. ¿Cómo no ha habido un profundo y coexistente entendimiento entre la BBK y el Museo de Bellas Artes al respecto? ¿No parece razonable pensar que al saber la noticia de la muestra de Arp fuera el propio museo quien se interesaría por darle cobijo y honor en su espacio museal? Porque cada una de nuestras entidades públicas vive en un permanente autismo cultural o porque no están dispuestas a compartir éxitos unas con otras o por lo que sea, lo cierto es que se ha perdido la ocasión de haber mostrado como se merecía una exposición enormemente atrayente y de gran altura plástica.

Por encima de la precaria presentación, las creaciones de Arp son auténticas obras maestras. Hay un amplísimo inventario en su producción, donde su bilogismo investiga las formas en sí y depura al máximo las líneas curvas irregulares. Artista clásico y barroco, es un profundo estudioso de la estructura morfológica de los objetos naturales.

Fundamentalmente, la idea de la naturaleza es el motor principal de sus creaciones, aunque en ocasiones se convierta en el campeón de la acción casual e imprevisible. Es un dadaísta abstracto cuya abstracción se inspira en la naturaleza y cuyos resultados pueden concebirse como la sublimación estética de las formas primitivas de lo orgánico y su vitalidad espiritual. La mejor manera de entender la mayoría de las obras expuestas será tomándolas como evocaciones poéticas de la metamorfosis y el cambio sujetas al ciclo de la vida.

Y en cada visita que hacíamos, hasta nueve gozosas veces, percibíamos cómo secretamente determinadas estructuras biológicas se infiltraban en sus bultos abstractos llenándolos de vida auténtica, como si fueran plantas o animales nuevos, implicados en la lógica del mundo de la zoografía real.

Esto que narramos no es una entelequia gratuita. La contemplación cuidadosa nos lleva a entender que la escultura de Arp, a partir de los primeros años treinta, buscara representar los secretos modos de la naturaleza. Sabemos que a esto lo llamó 'concreciones', y lo definió como un proceso natural de condensación, endurecimiento, coagulación, espesamiento y crecimiento conjunto. Para definirlo dejó escritas estas palabras: 'Concreción es algo que ha crecido; yo quería que mis obras hallaran su lugar humilde y anónimo en los bosques, los montes, la naturaleza'.

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Obviamente, se pueden añadir pasajes de su periplo vital, sacados de los libros de arte contemporáneo, muy en especial porque fue un artista que discurrió con apasionada displicencia por todos los movimientos importantes de la primera mitad del siglo XX. Mas lo esencial de sí mismo lo encontraremos en cada una de sus creaciones. Alguna de esas formas es como si hubieran estado presentes -o hubieran sido creadas- en el tiempo mágico y asombroso de los primeros días de la Humanidad.

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