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Columna
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Acollonados en su rincón

Todos vieron cómo le temblaba la sotabarba, cuando un Rato regañón galleó con echarlo a los pies de los jueces. Su señoría se arrugó y se quedó lívido, a la sombra de la anunciada querella. Aquello era demasiado para su cuerpo de escaño prét à porter. La oposición socialista apenas si le ha sacado punta a Gescartera: ha liado tanto la madeja que se le ha perdido el hilo y el rastro, como se le perdieron otros rastros y otros rostros, y ahora se lame de nuevo en el rincón de sus infortunios. La oposición socialista ha puesto todo su nervio en la consagración de la tranquilidad, hasta agotar su musculada dialéctica: una cándida estrategia, diseñada en origen para recuperar la confianza del vecindario y una imagen de partido formal y con diploma de honor en el examen de conciencia. Y sin embargo ha caído en un espectacular grupo estatuario muy fino, muy dócil, muy estilizado, pero sin tirón, ni embestida, ni audacia. La percepción que tiene el futuro votante de esa oposición es la de una cofradía resignada que no acierta a despojarse ni de sus fantasmas ni de ese complejo de culpa que le adjudica el PP, con una retórica de pescozones y sarcasmos, y que acepta sin rechistar: una oposición más mansurrona que tranquila. Porque la tranquilidad no excluye la firmeza, ni la fiereza, ni la épica que se le supone al militante, ni la piña parlamentaria. Lo que no debe tolerar esa oposición es que su dilatada permanencia en la minoría termine por vararla en el conformismo y achicarla, más de lo que ya está. Y nada de ampulosos pactos de Estado, que no pasan de pactos a dos bandas. O van por ahí y se ponen críticos y achuchan en serio, o que se preparen a soportar la tira de esquinazos electorales.

Zaplana, a quien le han dado un primer papel de galán, en el reparto de la última comedia de Aznar, que se estrenara en enero, mientras se calzaba el coturno, el otro día en Alicante, se puso tan expansivo como el Universo, y mandó a la oposición al cuarto oscuro de la demagogia. Luego, sin duda, en un rasgo de ese mismo humor nefasto del que han echado mano Rodrigo Rato y su furriel Montoro, para salvar la cara de tanta inmundicia como se les desplomaba encima, le envió un mensaje a Joan Ignasi Pla: que no, muchacho, que la minoría no puede pervertir el sistema democrático. Un sistema democrático en el que no participan más que una panda de elegidos, por los dioses del dinero y de los escándalos financieros, en primera instancia, y en segunda, por los braceros temporales de la urna. La percepción que tiene el futuro votante de ese poder a grupas del ejecutivo, es el del legado ordenancista y devastador de una estatua ecuestre, con cuarenta años galopando la corrala patria. Aún se juega al ventajismo de su evocación.

Y justo cuando el vicepresidente económico del Gobierno en la farsa de su comparecencia ante la comisión que investigaba el fraude de Gescartera, hizo el númerito de romper la baraja, Zaplana ha pretendido enmendarle la plana y ha sentenciado que hay que respetar las reglas democráticas. O sea que nada de imposición de la minoría, sino disposición de la mayoría que él representa, por supuesto. Pero todo esto más que a imposición, proposición o disposición, huele que apesta a deposición. A puro y duro zurullo.

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