El Peñón se mueve
En poco tiempo se han abierto nuevas y prometedoras perspectivas respecto al contencioso histórico sobre Gibraltar. Este periódico anticipó semanas atrás que Londres estaba dispuesto a introducir la cuestión de la soberanía en sus negociaciones con Madrid. La prensa británica ha añadido estos días que el Gobierno de Blair trabaja en un 'acuerdo secreto' para resolver la disputa sobre el Peñón para finales de 2002. La propuesta sería similar a la aplicada en su día a Hong Kong. Es evidente que no será fácil armonizar todos los intereses enfrentados, pero hay que aprovechar la ocasión para acabar con el anacronismo de una colonia en el interior de la Unión Europea y de un conflicto que envenena las relaciones entre dos socios de la OTAN. Esa oportunidad abierta debería ser reconocida por Aznar y Blair en su encuentro informal de la próxima semana, y concretada en la reunión del 20 de noviembre en Barcelona entre los ministros de Exteriores.
Los motivos de Londres para dar este paso ahora no están claros. El primer movimiento del Gobierno de Blair unas semanas atrás sorprendió a la parte española. Probablemente se abre una ventana de oportunidad cuando tanto el primer ministro británico como el presidente Aznar disponen de casi toda una legislatura por delante, y con nuevos titulares de Exteriores. El episodio de la larga avería del submarino nuclear Tireless en Gibraltar también ha servido para poner de manifiesto que la última colonia del continente europeo es algo más que una china en el zapato español. Los atentados del 11 de septiembre han puesto en marcha, por añadidura, una nueva dinámica contra los paraísos fiscales. Sea como sea, la iniciativa ha partido esta vez de Londres.
Se trata de avanzar, por una parte, en la solución de problemas concretos, ensayando formas de cooperación entre Gibraltar y su entorno, como la gestión conjunta del aeropuerto, pactada en los ochenta y nunca aplicada. A la vez, habrá que diseñar el futuro de la soberanía formal sobre el Peñón. Las opciones no son infinitas, sino más bien limitadas. El Tratado de Utrecht de 1713 por el que Gran Bretaña se quedó con el Peñón sólo contempla la soberanía británica o su retrocesión a España. La negociación, que tendrá que concluir en un compromiso, se mueve en dos dimensiones básicas: los plazos, que pueden ser largos, y la soberanía, con alguna fórmula temporal de co-soberanía o una definitiva de titularidad española, con una amplísima autonomía para los habitantes del Peñón que les garantice un régimen de vida similar al que tienen. Nada de esto hubiera sido posible sin una democracia asentada en España.
Pese a que los llanitos la reclamen, la autodeterminación no es posible en este caso, aunque tampoco Londres aceptará ningún acuerdo en contra de la voluntad de la población. Es, por tanto, una condición ineludible hacer ver a los gibraltareños, reticentes a contemplar otro futuro que la continuidad de la situación actual, que vivirán mejor una vez normalizada la situación. Por ello, es importante que participen activamente en las negociaciones dentro de la delegación británica.
La perspectiva de una solución, aunque sea a largo plazo, del secular contencioso del Peñón abrirá la cuestión de la soberanía de Ceuta y Melilla. Son problemas histórica y jurídicamente muy distintos, pero la psicología de los mapas lleva a pensar que por la puerta abierta del otro lado del Estrecho, Marruecos intentará hacer entrar también su reivindicación sobre las dos ciudades norteafricanas. Sin duda, el Gobierno de Aznar, como sus predecesores, es consciente de ello, y también de que no cabe descartar salidas imaginativas, siempre y cuando Marruecos avance por la vía de su democratización.
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