'En mis novelas cuento lo que hubiera querido ser y no fui'
'El mundo que vivimos me parece profundamente despreciable. No me interesa'
En La nieve del almirante, Álvaro Mutis (Bogotá, 1923) hace escribir a Maqroll el Gaviero en su diario las siguientes palabras: 'Ahora que vuelvo a pensar en ello, me doy cuenta de que el sentido que se embota primero, a medida que la vida se va viniendo encima, es el de la piedad'. La frase resuena con una trágica intensidad en estos días de guerra. 'Hemos perdido totalmente la noción de piedad porque hemos perdido la noción del individuo', dice Mutis en una conversación telefónica desde México DF, la ciudad donde vive. 'Nos comunicamos a través de sombras electrónicas. El contacto físico -darse la mano, un abrazo, ver los ojos del otro-, todo eso, se acabó. En estos días siento una mezcla de miedo y de terror, y de profundo desprecio y asco por cuantos están mezclados en esta estúpida carnicería'.
Se acaban de reunir en un único volumen, Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (Alfaguara), las siete novelas protagonizadas por el legendario aventurero que creó Mutis en los inicios de su obra literaria. 'Es una reedición, pues los libros ya se habían reunido antes, pero esta vez se ha corregido cada página a fondo y se han limpiado todas las erratas, por lo que considero que se trata de la edición definitiva de estas novelas', explica el escritor colombiano.
Pregunta. Maqroll y gaviero. Un nombre raro y un oficio desconocido.
Respuesta. Pensé en un nombre que pudiera ser pronunciado de la misma manera en cualquier idioma. Algo así como la marca Kodak, que se dice igual en todas partes. Y surgió Maqroll, que es un hombre que no tiene nacionalidad alguna, que está al margen de todo. Fue gaviero de joven. Es decir, fue ese marinero que sube a la gavia, la vela más alta, y desde una especie de canasta va anunciando lo que ve.
P. Aventurero y viajero, hombre de acción a pesar de sí mismo, ¿cómo es Maqroll?
R. Es un personaje que tiene una filosofía que consiste en dos principios. No juzgar. A nadie, ni ninguna situación. Y dejar pasar las cosas. No tratar de mejorar ni al mundo ni a los hombres. Evitar rectificar los caminos que cada cual ha escogido.
P. Su personaje es un ávido lector de los memorialistas franceses, y los críticos ven en su obra la influencia de Conrad, Kipling, Melville y Stevenson...
R. He leído desde muy joven más historia que literatura. Creo que la historia es una especie de novela de la realidad. En cuanto a Maqroll, me pareció simpático que se interesara por libros de memorias, y ya sabe que los mejores memorialistas son los franceses: Saint-Simon, Chateaubriand, el cardenal de Retz... En cuanto a los escritores que cita, marcaron sin duda mi juventud. Pero no fueron esos autores los que me hicieron interesarme por el mar. Lo que pesó en esa gran pasión fueron los viajes que hice de niño. Mis padres vivían en Bélgica, porque trabajaban en el servicio diplomático, y todos los años íbamos a Colombia por distintas circunstancias y siempre lo hacíamos en barco. Ese viaje, desde el puerto de Amberes a Buenaventura, en Colombia, no era sólo una vacación, era un verdadero milagro. La inmensidad del mar, y saber que navegas sobre él. Me pasaba el tiempo embobado con las historias que me contaban los marineros.
P. Maqroll considera que el siglo XVIII es la última época en la que merecía la pena haber vivido. Usted dice que el último hecho político que de verdad le concierne es la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453.
R. Tengo una fascinación absoluta por Bizancio. Fue una civilización de un esplendor extraordinario y fue entonces cuando Europa perdió la oportunidad histórica de haber hecho de Constantinopla su capital, justo ahí, al borde de Asia.
P. Usted se define como 'gibelino, monárquico y legitimista'.
R. El mundo que vivimos me parece profundamente despreciable. No me interesa. Hemos entrado en una barbarie criminal desde hace muchos años ya. Soy gibelino porque gibelinos eran los partidarios del Sacro Imperio Romano Germánico. Creo que aquélla fue la última gran experiencia política de Occidente. Por otro lado, he sido monárquico toda la vida, y no se puede ser monárquico sin ser legitimista.
P. Ha dicho que la finca de café y caña de azúcar en la que pasaba en Colombia sus vacaciones ha marcado toda su obra. ¿En qué sentido?
R. Cuando llegaba de un país como Bélgica, un tanto adusto y de luces oscuras y sombrías, al trópico, con su calor, sus ríos y su vegetación, para mí aquello era el paraíso. Y siempre se intenta volver al paraíso.
P. ¿Y ese gusto por meter a sus personajes en las aventuras más disparatadas?
R. Cuento lo que yo hubiera querido ser y no fui. Hago que mis personajes disfruten y gocen todo aquello que yo no pude hacer. Al fin y al cabo, y pese a haber hecho un poco de todo, siempre he vivido como un burgués, de forma tranquila.
P. La mujer es central en su obra.
R. Las mujeres saben mucho más, ven mucho más lejos de lo que lo hacemos los hombres. Tienen una intuición y sabiduría mucho mayor. Son los únicos seres que tienen de verdad los pies sobre la tierra. Los hombres terminamos la vida siendo todavía niños. Una mujer de dieciocho años sabe más que cualquier anciano.
Babelia
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