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LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Columna
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Lo que hay de malo

Decir que el País Vasco dispone del 'autogobierno más importante de Europa y del mundo' es 'una solemne tontería', según la nota difundida ayer por el Consejo Nacional del PNV. Sin embargo, su presidente, Xabier Arzalluz, decía en 1985 que 'por lo menos sobre el papel hoy no existe en Europa una autonomía del nivel del Estatuto de Gernika'. Había dudas sobre cómo gestionaría el PNV su victoria del 13-M, resultado de haber aglutinado a todo el voto nacionalista moderado (autonomista) y a la vez arrebatado a HB la mitad del voto independentista. La respuesta es esa astucia de emplazar a que se acepten sus demandas autonomistas con la advertencia de que si Madrid se resiste apelará directamente a la población mediante una consulta de la que sólo se sabe que sería el inicio de una dinámica de ruptura con el Estatuto.

La astucia implica la necesidad de reescribir la historia presentando el Estatuto de Gernika como un acuerdo de mínimos forzado por la presión golpista y desnaturalizado luego por las resistencias centralistas a desarrollarlo. 'Hubo mucha renuncia por nuestra parte', declaró el domingo pasado el ex lehendakari Garaikoetxea. 'El Estatuto está en coma, hay que buscar otro marco', diagnosticaba el consejero de Justicia del Gobierno vasco, Joseba Azkarraga, para quien el Estatuto actual y el de 1979 se parecen 'como un huevo a una castaña'. La idea de la muerte -por agotamiento- del Estatuto fue formulada por primera vez por José Elorrieta, secretario general del sindicato nacionalista ELA-STV, en 1997. El sábado pasado recordaba que esa ocurrencia se le vino a la cabeza en plena 'ofensiva españolista' del espíritu de Ermua.

Todo esto es muy subjetivo. En 1979, Garaikoetxea se mostraba muy satisfecho con lo aprobado, aunque pedía generosidad en su desarrollo. Personas que participaron muy activamente en su redacción, como Emilio Guevara, ex portavoz del PNV en el Parlamento vasco, han recordado estos días que el Estatuto de 1979 colmaba con creces la aspiraciones de los nacionalistas, que apreciaron en particular el hecho de que las Cortes no modificaran el anteproyecto. Y que no fueron ellos, los nacionalistas, sino los otros, quienes más tuvieron que ceder en aras del consenso.

Podrá decirse que también ésa es una opinión subjetiva, pero un dato objetivo es que las elecciones celebradas antes de la aprobación del Estatuto ya revelaban la pluralidad de la sociedad vasca. En promedio, entre las legislativas de 1977 y 1979, los partidos no nacionalistas recogieron el 46% de los votos y los nacionalistas el 42%, pese a lo cual el Estatuto consensuado se acercaba al programa máximo del PNV. Más allá sólo quedaba la independencia. Sobre todo desde que fue aceptado el muy favorable sistema de financiación que, por ejemplo, hace posible que Euskadi disponga hoy de unos recursos per cápita superiores en un 70% a los de Cataluña. Ese resultado fue en buena medida un efecto del chantaje implícito (y a veces explícito) según el cual era imprescindible satisfacer las aspiraciones nacionalistas para dejar sin argumentos a ETA. Ese planteamiento se ha mantenido vigente durante 20 años en la negociación entre Vitoria y Madrid pese a que hace mucho que se sabe que a ETA le tienen sin cuidado las transferencias y demás reclamaciones autonómicas.

La astucia de Ibarretxe-Arzalluz también implica sustituir el debate sobre la independencia (sus ventajas e inconvenientes, incluyendo las consecuencias económicas) por el de la autodeterminación (es decir, sobre el procedimiento), a fin de mantener la unidad del electorado nacionalista a costa de dividir al conjunto de la población. '¿Qué hay de malo en ello?', pregunta Ibarretxe. Que observe en Bosnia, por ejemplo, los resultados de forzar a elegir patria en términos excluyentes a los habitantes de una misma aldea, vecinos de una misma escalera e incluso miembros de una misma familia. El martes pasado, el lehendakari le dijo a Iñaki Gabilondo que consideraría 'una locura' pretender modificar el actual marco político 'con el 51%' de los votos. La pregunta es: ¿Y con el 52,8% que sumaron los nacionalistas el 13-M, sabiendo además que gran parte de esos votantes se consideran autonomistas? Si es una locura y además supone desafiar a la legalidad, provocar un conflicto grave con el Estado y dar oxígeno a ETA, ¿a qué viene seguir agitando esa bandera?

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