Terrorismo y transición en los Balcanes
Se acaba de celebrar en Madrid el foro organizado por las fundaciones FRIDE y Gorbachov sobre las transiciones democráticas, en el que participan expertos, jefes de Estado y políticos de 26 países. Como era de esperar, el ataque terrorista del 11 de septiembre ha influido en la agenda del encuentro. Sin embargo, sorprende el poco interés que se ha dedicado a la previsible influencia de la nueva estrategia antiterrorista en los Balcanes. No porque este territorio presente problemas más graves que los países islámicos o Colombia, por ejemplo, sino porque durante los 10 últimos años los países balcánicos han sido para Estados Unidos y la Unión Europea una de las principales preocupaciones y desafíos en su política exterior, y, sobre todo, porque es obvio que la nueva política internacional influirá en la transición democrática en los Balcanes. Tan obvio como que la situación de dichos países no ha dejado aún de representar una amenaza para la estabilidad europea.
¿Cómo pueden afectar a la región los cambios en la política exterior de la comunidad internacional? El secretario de la OTAN, lord Robertson, ha declarado que no se puede permitir que los Balcanes se conviertan en otro 'agujero negro' de terrorismo, como Afganistán. No parece que Robertson se refiera a las redes de narcotráfico que existen en Kosovo, o a los voluntarios afganos que se quedaron en Bosnia después de la guerra, sino más bien a los efectos de la nueva política mundial sobre el área. Bosnia y Kosovo son las consecuencias del experimento con que se puso fin a la guerra fría: unos protectorados internacionales que teóricamente deberían paliar los conflictos étnicos entre la población. Pero representan a la vez una paz impuesta, sin convivencia, mantenida por representantes de ejércitos difícilmente reconocibles, porque se esconden tras acrónimos como Sfor o Kfor o se disuelven entre las mil ONG presentes en Bosnia. Suponen también un gasto que Europa y EE UU no pueden afrontar por mucho tiempo más, obligados a invertir grandes presupuestos en la nueva guerra. El experimento quizás habría funcionado a largo plazo, pero la aplicación de la ayuda económica no se puede controlar por falta de instituciones políticas, jurídicas y legislativas que garanticen su transparencia. Por otra parte, todos los países del área aspiran a cumplir pronto los requisitos para el ingreso en la UE, pero no se han restablecido las relaciones entre los vecinos más próximos. Kosovo está en una permanente crisis y Macedonia dista de solucionar sus problemas con la minoría albanesa. Los únicos que colaboran en los Balcanes, sin ningún prejuicio étnico, son las mafias. Un paisaje desesperante, que puede empeorar si la comunidad internacional retira su apoyo político, militar y económico. Si esto ocurriera, significaría el fracaso de Europa, que demostraría una vez más su incapacidad para ordenar su propio patio.
Los Balcanes nada pueden aportar a la lucha contra el terrorismo, pero ponen de relieve la ambigüedad moral que preside la identificación de los terroristas. Los conflictos étnicos que destruyeron la antigua Yugoslavia trajeron consigo la proliferación de grupos paramilitares, capitaneados por señores de la guerra y financiados por redes de narcotráfico y prostitución, que bien podrían ser definidos como terroristas. Pero la mejor prueba de que la definición del terrorismo depende más de las circunstancias que de unos criterios éticos o políticos inmutables es el tratamiento de 'separatistas armados', 'luchadores por la libertad' o 'guerrilleros' que se otorgó a los paramilitares albaneses en Kosovo y Macedonia. En febrero de 1998, James Becker, el secretario de Estado de seguridad norteamericano, no dudó en definir como terroristas a los grupos del ELK que actuaban en Kosovo contra los civiles y policías serbios, y lo mismo hizo Javier Solana respecto a los paramilitares albaneses que se infiltraron en el sur de Serbia y en Macedonia, negando que fuera deseable cualquier negociación con los mismos. Pero como el régimen de Milosevic carecía de la mínima credibilidad democrática, y dado que la policía serbia castigaba a la población civil albanokosovar por cada ataque del ELK, los terroristas albaneses de Kosovo se convirtieron en patriotas y aliados potenciales del Occidente democrático.
El problema del terrorismo en los Balcanes está lejos de encontrar una definición clara. A causa de la inexistencia de Estados de derecho que sirvan de referencia para identificar los valores democráticos, los conflictos enfrentan entre sí a comunidades colectivas que luchan por una justicia étnica. Los grupos armados como el ELK, que no respetan los poderes establecidos y atacan a la población civil, no han sido ni son terroristas para buena parte de los países occidentales, comenzando por EE UU. Un círculo vicioso: la violencia impide las transiciones democráticas, y no desaparece por la ausencia misma de instituciones democráticas.
Mira Milosevich es socióloga, autora de Trigo de la guerra.
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