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HORAS GANADAS
Columna
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El sargento Trati

Rafael Argullol

Con inesperada precisión sabemos que Barcelona fue bombardeada desde el aire a las 14.15 horas del día 17 de marzo de 1938. Quien nos informa con tanta exactitud es un tal sargento Trati, que ha escrito estos datos en el reverso de una fotografía tomada por una cámara automática desde el avión italiano -un Saboya SM-79- que, en aquel mismo instante, dejaba caer las bombas sobre la ciudad. Podemos conjeturar que Trati iba en el aparato y quiso dejar constancia de la acción (quizá hazaña para él). Con posterioridad, la fotografía pasó por varias manos sucesivas y fue materia prima de exposiciones. Ahora cuelga en las paredes del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) en la exposición La guerra civil española.

Es una fotografía desacostumbradamente limpia para la época. Frente al barroquismo de las escenas bélicas es casi abstracta. Una nube blanca se eleva sobre la cuadrícula del Ensanche proyectando su sombra sobre varias manzanas de edificios. Es fácil adivinar que la columna de humo se apoya en un punto cercano a la Gran Via, quizá la plaza de la Universitat o la misma plaza de Catalunya. Pero para quien no esté familiarizado con la red urbana de Barcelona la foto es tan diáfana como un cuadro de Mondrian al que se hubiera pegado una bolita de algodón.

La fotografía nos informa meticulosamente del momento en que todo sucedió. Sin embargo, si queremos saber lo que en realidad pasó a las 14.15 horas del día 17 de marzo de 1938 debemos excavar en la imagen más allá de la limpieza con que nos es presentada. Tal vez el sargento Trati (un buen hombre, posiblemente), de regreso a Italia, enseñaba la fotografía como un inocuo trofeo. Es probable que esta fuera su verdad.

No obstante, para conocer la otra verdad nos es necesario sumergirnos en el subsuelo de la pulcra imagen, como si estuviéramos en posesión del zoom que nos traslada desde las grandes perspectivas generales hasta los pequeños fragmentos de la existencia: entonces podremos vislumbrar los frutos auténticos de la destrucción.

Poseemos en parte ese zoom inquietante cuando nos enfrentamos a las demás fotografías que acompañan a la del bombardeo de Barcelona en la exposición del MNAC. En la inmensa mayoría de ellas la imagen casi geométrica se rompe en cien pedazos para ponernos frente a frente con el sufrimiento individual y la muerte concreta. Empezamos a intuir qué hay tras el inocuo trofeo del sargento Trati: cadáveres sobre el asfalto, rostros aterrorizados, casas calcinadas. Y qué habrá: largas filas de desterrados hacia rumbos imposibles.

El sargento Trati tuvo el oscuro privilegio de ser un pionero en el bombardeo de ciudades y, por tanto, de poblaciones civiles. Sus compañeros alemanes fueron todavía más demoledores en Guernica. Pronto empezaría la furia exterminadora de la II Guerra Mundial, con el arrasamiento sin precedentes de grandes ciudades: Stalingrado, Londres, Berlín.

Estos días, a propósito de los bombardeos sobre Afganistán, he escuchado a algunos colegas norteamericanos del sargento Trati. Sobre todo estaban pendientes de la perfección de sus máquinas, pero también comentaban sus trofeos, infinitamente más sofisticados que los de su predecesor italiano. Y asimismo más abstractos: casi un blanco sobre blanco cruzado por fulgurantes procesiones de luciérnagas. Daban la impresión de ignorar completamente todos los detalles disimulados por la gran abstracción. Ninguno de los pilotos se refirió, ni indirectamente, a la posibilidad de víctimas. Parecían ajenos a su propia función destructora, ya que ésta se asignaba exclusivamente a los artefactos técnicos. Resolvían las máquinas, no los hombres.

Además, sus declaraciones demostraban que apenas sufrían el compromiso psicológico del enfrentamiento guerrero puesto que este enfrentamiento, consecuente con una cierta igualdad de fuerzas, no existía. No sé si el sargento Trati experimentó algún miedo ante las defensas antiaéreas de Barcelona, por débiles que éstas fueran. Sí lo sintieron, con seguridad, los aviadores que atacaron Stalingrado, Londres o Berlín. En estos escenarios se mataba, pero también se moría. Hace 10 años que desde el cielo de Afganistán, aún más radicalmente que desde el cielo de Trati, sólo se mata. La falta de enfrentamiento real agudiza todavía más la tentación de disfrazar la destrucción con una escenografía virtual.

En general, sin embargo, las percepciones que se han transmitido diariamente a todo el mundo no son muy distintas de las de los protagonistas directos, los pilotos norteamericanos. Casi oculta la herida concreta, la sangre individual, hemos asistido machaconamente a la reproducción de este blanco sobre blanco como pintura de un país espectral. Pero lo cierto es que tras estas imágenes fulgurantemente abstractas, como tras la fotografía del sargento Trati (o como tras la hecatombe terriblemente limpia de las Torres Gemelas), crece un universo de sombras.

Por camuflados y cristalinos que aparezcan, de esos días aciagos puede decirse lo que escribió Joseph Conrad en El alma del guerrero con respecto al paisaje posterior a la destrucción bélica: 'En mi vida he visto lo creado con un aspecto tan siniestro como aquel día'.

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