Un líder para una 'revolución silenciosa'
Fraga se ve como el modernizador de Galicia
'Sólo me falta ser de Ourense para ser perfecto', proclamó Manuel Fraga en uno de los últimos mítines de campaña en esa ciudad gallega. Algunos días antes, ya se había elevado a sí mismo a tan inalcanzables cumbres cuando consideró su gestión 'casi perfecta'. Enfervorizado por su larga permanencia en el poder y el tenaz apoyo de los votantes, el ex ministro franquista al que trituraron los avatares de la transición democrática parece sentirse, camino de los 79 años, en los umbrales de la eternidad, allí donde se diluyen los defectos y se roza la perfección. Si no le critican en los periódicos es 'porque hay poco que criticar', argumenta el presidente. Si se le acusa de aplastar a la oposición, es porque ésta resulta 'perfectamente aplastable'. Si apenas le afecta el desgaste del poder es porque no podía ser de otro modo 'después de todo lo hecho', concluye con su lógica devastadora.
¿Cómo era Galicia antes de Fraga? ¿Había carreteras, universidades, aeropuertos, hospitales o teléfonos? Según él mismo, en los 12 años de su Gobierno, la comunidad progresó más 'que en los 120 anteriores'. El retrato que ofreció Fraga en los mítines de la campaña tampoco deja lugar a dudas. El presidente de la Xunta ya no compara la Galicia actual con la de 1989, cuando ganó las primeras elecciones. Se remonta a la 'Galicia de los menciñeiros [curanderos]', a la época en que no había dentistas en los pueblos y se andaba 'por las corredoiras [caminos de carro]'. A él se debe 'la fe' que ha permitido a los equipos gallegos de fútbol triunfar en España y Europa; él ha creado las circunstancias favorables para que Zara, Zeltia y Pescanova campen por los mercados mundiales; con él se abrieron las tres universidades que en realidad creó su antecesor socialista Fernando González Laxe; gracias a él se construyeron las autovías, aprobadas por el Gobierno de Felipe González y supervisadas entonces por su rival del PSdeG en estas elecciones, Emilio Pérez Touriño; y con Fraga aparecieron los tres aeropuertos que Galicia ya tenía cuando él era embajador en Londres.
Galicia ha vivido una 'revolución silenciosa' al mando de quien su fiel Jaime Pita, consejero de Presidencia de la Xunta, ha llamado estos días 'presidente fundador de España y presidente de todo', 'el mejor presidente de las 160 regiones europeas'. Frente a ese titán, se alzaba una confusa coalición para colocar en la Xunta al nacionalista Xosé Manuel Beiras, cuyos siniestros planes fueron desenmascarados por el consejero de Obras Públicas y pretendido delfín de Fraga, Xosé Cuiña: 'Su lema es romper las autovías y los puertos que ha hecho don Manuel'. Pita alertó de las terribles consecuencias a las que se exponía Galicia, con esta ecuación: 'Touriño es un monaguillo de Beiras; Beiras es un monaguillo de Arzalluz, y Arzalluz es un monaguillo de HB'.
Fraga comenzó la campaña bajo el impacto de un huevo que le arrojaron los quince independentistas que siempre logran colarse en las pegadas de carteles del PP y volvieron a conseguirlo esta vez. Mientras se secaba la chaqueta, el presidente de la Xunta marcó a sus seguidores el objetivo de la batalla: 'Hay que derrotar a los bárbaros'. El lanzamiento del huevo era un acto comparable a la Intifada, según la cabeza de lista del PP por Ourense, Inmaculada Rodríguez. Fraga ascendió en la línea argumental: 'De los que lanzan huevos y piedras' saltó a los 'que estrellan aviones contra los rascacielos', un diabólico enemigo a cuya derrota los gallegos tenían que contribuir votando de nuevo por quien han votado siempre y permaneciendo 'juntos y unidos en una gran piña'.
A pesar de su cojera y de sus visibles altibajos físicos, Fraga ha resistido la campaña aparentemente bien. Ha vuelto a acaparar los mejores minutos de televisión porque el presidente de la Xunta -a la vez candidato electoral del PP- en estos días ha inaugurado y reinaugurado, desde un congreso sobre la emperatriz Sissí a dos teléfonos particulares. Su batidora verbal ha funcionado a más revoluciones que nunca y, sin solución de continuidad, ha saltado de las vacas gallegas al ataque a las Torres Paralelas (sic), de los gaiteiros a Fukuyama, de las bromas sobre el pánico al ántrax a los incendios forestales, de las disquisiciones acerca del concepto escolástico de materia prima a los comentarios sobre 'cómo se organiza la carne' en algunas mujeres.
Por el eterno asunto de su sucesión ha vuelto a pasar de puntillas, sin otra novedad que la promesa genérica de que en el Partido Popular de Galicia también aparecerá 'un Aznar'. En la campaña de 1997, Manuel Fraga declaró a este periódico: 'Voy a seguir cuatro años más y después ya veremos. Pero reconozco que es improbable que vuelva a presentarme'. Estos días se le preguntó si aspira a acudir también a las elecciones de 2005. 'En principio, no lo tengo previsto', respondió.
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