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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con las botas puestas

Manuel Fraga ha ganado por mayoría absoluta en las elecciones autonómicas gallegas por cuarta vez consecutiva: conseguirlo a los 78 años, y tras 50 de vida pública repartidos en dos siglos y dos regímenes políticos diferentes, es una proeza considerable. Político intenso y contradictorio, ha sido reincidente en el incumplimiento de su compromiso de no presentarse más de dos veces, y en los 12 años que lleva presidiendo la Xunta nunca ha contado con un vicepresidente o ungido a un heredero a la manera de Pujol. No hay duda de que Fraga está dispuesto a morir con las botas puestas, y eso es algo que le envidiarán los que nunca tuvieron botas.

Dando por descontado que el PP conservaría el primer lugar, las incógnitas que se ventilaban ayer eran si Fraga repetiría la mayoría absoluta o surgía una posible alternativa entre el PSOE y el BNG, y cuál de estas dos fuerzas ocuparía la segunda plaza: si la recuperaban los socialistas o, por el contrario, seguían perdiendo votos hacia el nacionalismo radical de la formación que encabeza Xosé Manuel Beiras. También, por tanto, si el Bloque superaba su techo de hace cuatro años o se estancaba en su papel de potente oposición pero sin opción de poder.

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El PP jugaba de nuevo a todo o nada: o mayoría absoluta o pase a la oposición, porque no tiene aliados posibles. Fraga ya recuperó el voto centrista, incluyendo el sector moderado del galleguismo, y más allá sólo están los socialistas y el nacionalismo radical del BNG. Estas dos formaciones gobiernan en coalición en varios ayuntamientos importantes, pero los socialistas nunca se han comprometido claramente a articular una alternativa en alianza con el Bloque. Seguramente estaban dispuestos a hacerlo, pero no se atrevían a adelantarlo por miedo a espantar a un sector de su electorado, y también por temor a los efectos que un pacto con Beiras podría tener para las expectativas del PSOE en el resto de España. Ello ha proyectado una imagen con demasiadas incertidumbres, y ésa ha sido la principal debilidad de la hipotética alternativa.

El PP sabe esto y no ha dejado de emplazar al candidato socialista, Emilio Pérez Touriño, acusándole de ocultar sus verdaderas intenciones. Ante esa presión, la fórmula interna de compromiso fue decir que sólo pactarían con el Bloque si eran ellos, los socialistas, los encargados por el electorado de intentar formar gobierno. Es decir, si Fraga perdía la mayoría absoluta y ellos recuperaban la posición de segunda fuerza, que les arrebató el BNG en 1997.

No ha ocurrido ninguna de las dos cosas. El PP supera con comodidad el listón de los 38 escaños que marcan la mayoría y el PSOE no logra sobrepasar al BNG, aunque es la única de las tres formaciones que mejora sus resultados, lo que afianza al candidato: algo de cierta importancia a la vista de que ha sido el quinto diferente en seis convocatorias, y que en las siguientes no estará Fraga. Y quizás tampoco Beiras. Aunque el veterano líder nacionalista consiguió convertir al Bloque en el primer partido de la oposición, pasando de uno a 18 escaños y del 4% al 25% de los votos, se mantiene muy lejos del PP y también de los porcentajes que suelen alcanzar las formaciones nacionalistas en Euskadi y Cataluña. Sobre todo, el ascenso del BNG se produjo a costa del PSOE, con el que parece mantener una relación de vasos comunicantes, por lo que la alternativa conjunta apenas avanza. En 1997 sumaron 33 escaños, los mismos que en 1989 y uno más que en 1993. Ahora serían 34, ocho menos que Fraga, lo que indica que apenas hay desgaste de poder.

Porque si de algo tiene experiencia Fraga es de utilización de los recursos del poder. El antiguo ministro de Información de Franco ha sabido combinar clientelismo en el reparto de subvenciones (el 90% de las destinadas a los municipios va a los gobernados por el PP) con la utilización de los medios públicos como eficacísimo altavoz de propaganda. La oposición lo denuncia, pero no ha sido capaz de dar credibilidad a un proyecto alternativo. La evolución del BNG confirma que el nacionalismo crece cuando se modera, pero el populismo de Fraga ha resultado hasta el momento eficaz para retener ese voto galleguista que en 1981 apoyó a UCD y en las siguientes elecciones a varios partidos nacionalistas moderados.

El hecho de que en Galicia la reagrupación del nacionalismo se haya producido en torno a su expresión más radical limita su eficacia como instrumento para recoger los votos que previsiblemente perderá el PP tras la retirada de Fraga. Los resultados demuestran que la alternativa debe ser conjunta, pero también que sólo será eficaz si se liquidan los residuos de radicalismo verbal que la lastran.

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