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Columna
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El noble Delibes

Allá por los años ochenta del pasado siglo arreciaba en Cataluña la controversia en torno al uso del catalán en las escuelas. Hubo incluso algún disparo incívico que hirió en las piernas al castellanista y ultraconservador Jiménez Losantos. Grupos y grupúsculos, nacionalistas de distinto signo, discutían con la sangre y la lengua calientes. Si no se me enfría la memoria, creo recordar que en un entrevista que se le hizo a Miguel Delibes por aquel entonces le formularon una pregunta en torno al polémico tema, y el maestro de las palabras castellanas vino a contestar serenamente que, puestos a vivir en Cataluña y con los hijos en edad escolar, lo más oportuno sería la inmersión lingüística por tal que los niños aprendiesen con rapidez la lengua autóctona; esa lengua que es una variante del valenciano de nuestros grandes poetas y viceversa. Siempre lúcido, siempre sereno, el tolerante y católico, el octogenario y castellano Delibes acaba de ponerle el broche final al II Congreso de la Lengua Española, en Valladolid, y ha dicho que él no es un hombre de letras sino de palabras, de las palabras castellanas de su pueblo que él rastreó hasta conseguir una expresión propia. Y mientras las imágenes grabadas del escritor vallisoletano clausuran el congreso de una lengua castellana y plural con mil y un acentos diversos, por estos pagos mediterráneos echamos a faltar la figura de un Delibes valenciano. Un Delibes que sustituyera, en nuestra vida pública, la artificial sinrazón del secesionismo y la polémica lingüística, siempre larvada y patente, por la sensatez. Porque desde aquí podemos ver con agrado cómo en el congreso de Valladolid se habla castellano con mil variantes diferentes que no rompen sino enriquecen la unidad de esa lengua; y aquí se utiliza el valenciano, variante de la misma lengua que se habla en Manresa o Ibiza, para atizar la confrontación y la artificial polémica en torno a ese mismo valenciano desde instancias oficiales. En los no tan lejanos tiempos en que Joan Lerma dirigía la Generalitat, se rastrearon palabras valencianas para evitar su uso. Así ocurrió en la televisión autonómica de la que se ocupaba Amadeu Fabregat. Empobrecer el valenciano, socavar la unidad lingüística, esa era la intención larvada. Ahora se rastrean palabras y nombres en decretos oficiales de la Generalitat para borrarlos, para olvidarlos. Ahora, los jerarcas de nuestra derecha borran o eliminan nombres de autores de nuestra literatura, que no nacieron por estas latitudes, en el decreto sobre la literatura valenciana que se ha de enseñar en las escuelas; se justifican con su inquebrantable amor a la patria valenciana, cuando cuanto les mueve es el secesionismo larvado y el desdén hacia lo valenciano. ¿Se imaginan ustedes al ministro de cultura de Baviera suprimiendo u olvidando el nombre de Max Frisch de un currículo escolar de la lengua alemana porque el dramaturgo nació en Suiza? ¿Quizá un gobernador de New Hampshire olvidó o borró del currículo del inglés americano el nombre de Shakespeare porque nació en Stratford y no en los Estados Unidos? ¡Qué mala leche y qué mal tiento tiene un sector relevante en la teórica izquierda y de la gobernante derecha hacia lo valenciano y en valenciano! De nada van a servir costosas academias valencianas de la lengua si falta la sensatez del noble Miguel Delibes, del octogenario que rastreó las palabras castellanas de su pueblo y, por eso quizás, asumía las palabras de otras lenguas y otros pueblos hispanos en la escuela y fuera de la escuela.

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