Bonitas burbujas huecas
La apenas nacida y ya célebre Amelie viene avalada por los sonoros ecos de su gran triunfo en Francia, donde el cine francés sigue siendo todo un envidiable e imitable profeta en su tierra. Y es efectivamente este delicioso caramelo de Amelie una película con mucho gancho pastelero, fácil de digerir y muy agradable de ver. A ratos es incluso una caricia a los ojos, preciosa y preciosista, aunque ciertamente es facilona y está en exceso cargada de estampas y, lo que es peor, de estampitas, que, como se sabe, son guapos cromos, fetiches de colorines que se prestan al timo. Y algo de timo hay en el embudo por el que a este baño de azúcar se le quiere dar un alcance artístico del que carece.
AMELIE
Director: Jean-Pierre Jeunet. Guión: Guillaume Laurant y Jeunet. Intérpretes: Audrey Tautou, Mathieu Kassowitz, Rufus, Yolande Moreau, Arthus de Penguern, Urbain Cancelier. Género: comedia. Francia, 2001.
Y timo hay en esquinas de Amelie; no es menos cierto que en otros rincones le surgen brotes de vivísimos destellos de la solera de la vieja comedia de fantasía parisiense, hecha con rizos y más rizos de ingenio a ras de vida cotidiana, de aquellos que bordaron primorosamente en su tiempo gente de humor suave e inefable, como Colette y Marcel Achard. Y también, entre estos rizos, se abren paso ecos y aires de estupendo ingenio a lo René Clair; lo que, con el añadido de unas gotas exactamente medidas, sabia y perfectamente calculadas, de zumo de modernez y de alquimia visual propia de Jean-Pierre Jeunet, quien ya hizo graciosas virguerías en Delicatessen, las degradó en la sosa maquinaria de Alien resurrección, y ahora vuelve a dignificarlas en la delicatesse de un cuento de hadas lleno de la belleza menor, amuñecada, que llamamos lo bonito. Pero ahí están la preciosa Audrey Tautou y el excelente (actor, no director) Mathieu Kassovitz para tirar del adorable reparto y hacer creíble el cuento.
Babelia
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