_
_
_
_
_
Entrevista:Fernando Lázaro Carreter | EL ESPAÑOL, UNA LENGUA DIVERSA

'Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento'

Javier Rodríguez Marcos

Desde que, después de siete años en el cargo, dejó en 1998 la dirección de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter (Zaragoza, 1923) ha vuelto a lo que él llama sus 'estudios'. Actualmente simultanea los artículos sobre el uso de la lengua que continúan la serie de El dardo en la palabra (Círculo de Lectores) con el prólogo para una nueva edición de El Buscón, un clásico en el que es toda una autoridad. Para ello revisa sus propias tesis y las de los quevedistas más contemporáneos. 'Me lo paso muy bien dándome la razón', afirma irónicamente. La ironía y la sabiduría -esa especie de erudición teñida de humanidad y humor- son, precisamente, dos de los rasgos fundamentales del carácter de este profesor cuyos libros han sido el mapa del territorio de la lengua para varias generaciones de estudiantes y filólogos. Aunque insiste en que su participación en el Congreso de Valladolid será testimonial y en la nueva edición del Diccionario de la RAE ha sido la de alguien que 'sólo' pertenece a una comisión, la opinión de Lázaro Carreter tiene el valor de ser la de alguien tan atento al pasado -entre sus proyectos sigue una Historia de la lengua literaria- como al frenético presente del español, o sea, a su futuro.

'No tenemos un diccionario del nivel de otras lenguas, como el Oxford o el Robert. Las editoriales privadas no se dedicen a implicarse'
'La dejadez de los políticos es total. No hay oradores como Azaña, que decía: 'No pensaba intervenir hoy, pero...', e improvisaba un discurso de ocho folios sin un anacoluto'
Más información
Ninguno de los tres aspirantes a la vacante de Laín en la RAE logra los votos necesarios
Fernando Lázaro Carreter, maestro de la lengua y académico, fallece en Madrid a los 80 años

PREGUNTA. ¿El nuevo diccionario se acerca más al ideal que el anterior?

RESPUESTA. No tengo todos los datos porque yo sólo formo parte de una comisión, pero la nueva edición es notablemente mejor que la anterior. Se han cambiado más de dos tercios del contenido. La gran ventaja es que, por una parte, todo el proceso está informatizado -ahora será más fácil reeditar el diccionario con mayor frecuencia, cada tres o cuatro años-, y por otra, el texto se ha revisado por comisiones y se ha leído completamente. En otras ediciones sólo se había revisado parcialmente. Claro, que hay que tener cuidado con las comisiones. Alguien decía que éstas deberían ser impares y, a ser posible, no tener más de un miembro. Y ya sabe usted la definición del dromedario: 'Camello diseñado por una comisión'. No obstante, hablando en serio, un diccionario nunca es ideal. En ninguna lengua. El otro día hablaba con un colega helenista y le decía: 'Para vosotros es más fácil porque la lengua ya está fijada', y me decía que no era así porque continuamente aparecen nuevos documentos. Que un diccionario fuese ideal significaría que la Historia habría terminado.

P. ¿Qué aporta esta nueva edición?

R. Más información sobre morfología, sobre formaciones del plural de las palabras extranjeras... Entran, además, muchos anglicismos y extranjerismos en general que estaban ya totalmente admitidos en el uso común. Boutique, por ejemplo, que es algo específico, ni una tienda cualquiera ni una panadería. Es una palabra de origen francés, pero también la palabra jamón lo es.

P. ¿En cuanto a diccionarios y gramáticas estamos a la altura de la importancia del español?

R. Aún no. No tenemos un diccionario Oxford, ni un Robert. No tenemos ningún diccionario del nivel de otras lenguas extranjeras.

P. ¿Cuál es la asignatura pendiente? ¿El diccionario histórico, la gramática...?

R. El diccionario histórico, porque la gramática, que será espléndida -puedo decirlo porque mi contribución ha sido pequeña-, ya está prácticamente lista. Saldrá, seguramente, este mismo curso. Ahora que el trabajo de la Academia se ha informatizado contamos con las bases para afrontar el diccionario histórico, pero todavía falta mucho camino. Por otra parte, tampoco las editoriales privadas se deciden a implicarse en un proyecto así, como sí sucede en Francia.

P. Las editoriales no se atreven a publicar ese gran diccionario, sin embargo, los libros de divulgación sobre la lengua, como El dardo en la palabra o el propio Diccionario de la RAE tienen un gran éxito.

R. Es cierto, pero, por otra parte, el desinterés por el uso correcto de la lengua es cada vez mayor. Parece mayor el interés por comprar que por leer y aceptar. Claro que es más fácil comprarse un código de circulación que conducir bien.

P. ¿Dónde está el problema?

R. En los medios de comunicación y en el desinterés de los políticos por la enseñanza del idioma y por su propio uso.

P. ¿En qué fallan los medios?

R. El problema es que cada vez hay más gente que tiene acceso a los medios, y no sólo como oyentes o como lectores, sino como locutores en la radio o colaboradores en la prensa. Eso hace que los errores y su difusión se multipliquen. Antes los periodistas, por ejemplo, eran menos y tenían una formación más consistente, con más lecturas. Hoy cualquiera recién salido, o sin haber salido siquiera, de la facultad comienza a colaborar en los medios. Hoy los micrófonos están abiertos a mucha gente. Luego está la rapidez con que se producen los cambios y con la que se transmiten las noticias. Eso contribuye a la precipitación en la escritura y, de nuevo, a los errores. Ahora, por ejemplo, tras los atentados en Nueva York se repite continuamente que hay cuatro mil efectivos desplegados en Afganistán, cuando efectivos son todos, los soldados y los cañones. ¿Se imagina la canción Soldadito español como efectivo español? Es absurdo. Los periodistas caen continuamente en clichés de la jerga profesional que empobrecen la lengua. ¿Por ejemplo? Repetir continuamente 'en otro orden de cosas'. Parece que uno ya no es periodista si no dice 'en otro orden de cosas'. Los grandes periodistas son los que se apartan del cliché y crean su propia lengua: Joaquín Vidal, Eduardo Haro...

P. ¿No existe ya la creatividad popular?

R. Yo veo poca. Por seguir en el periodismo, la mayor creatividad se da en los deportes, que es a la vez, el ámbito en el que se producen mayores dislates, pero expresiones como 'lamer el travesaño', 'la cepa del poste' o 'miedo escénico' son muy audaces. Luego está la creatividad técnica, que no crea lenguaje, sino terminología dentro de un campo cerrado. En general, no obstante, se van perdiendo precisión y matices. Ya nadie diferencia entre oír y escuchar. En la radio dicen continuamente me escucha usted, me escucha. La expresión se empobrece de una manera escandalosa.

P. ¿Quiere eso decir que también se empobrece el pensamiento?

R. Evidentemente. Van unidos. El lenguaje nos ayuda a capturar el mundo, y cuanto menos lenguaje tengamos, menos mundo capturamos. O más deficientemente. Una mayor capacidad expresiva supone una mayor capacidad de comprensión de las cosas. Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento.

P. ¿Ve alguna solución?

R. En la escuela deberían hacer, simplemente, esta reflexión: que la gente entienda que hay muchas maneras de decir las cosas y que hay una más correcta que las demás. No todo da lo mismo.

P. ¿Qué le parece la manera de expresarse de los políticos?

R. De entrada, los periodistas ya sólo hablan de formaciones. No sé si es que la palabra partido tiene mala fama. Los políticos son un reflejo de la sociedad. Son los representantes eximios del pueblo. En todos los sentidos. Calidad idiomática en los políticos yo no encuentro ninguna. La dejadez es total. En el Parlamento ya no se oye un solo participio terminado en 'ado'. A los políticos no les preocupa el idioma. Tampoco, claro, les interesa la persuasión, sino descalificar al contrario. Sólo tratan de convencer a los convencidos. Ya no existen oradores como los parlamentarios de las Cortes del siglo XIX, o los de la República. Ahí están los discursos de Alcalá Zamora o Gil Robles, o los de Manuel Azaña, que decía: 'No pensaba intervenir hoy pero...', e improvisaba un discurso de ocho folios sin un solo anacoluto.

P. La unidad del español es uno de los grandes temas del Congreso de Valladolid. ¿Corre peligro?

R. Absolutamente ninguno. Yo leo cada noche los diarios americanos en Internet y salvo en algún caso en los titulares no hay grandes problemas de comprensión. Hay variantes locales en América como las hay en Murcia o en Badajoz, pero no impiden la comunicación. Cuando a Borges le decían que había tangos argentinos que eran difíciles de entender respondía que probasen con una copla andaluza. La lengua es un ser vivo. Aunque se interprete de diferentes maneras y con distintos instrumentos, lo importante es que la partitura mantenga su unidad. Y ésta la garantiza la ortografía.

P. ¿No hay peligro de disgregación ni siquiera en Estados Unidos con el spanglish?

R. Tampoco es mayor peligro. No alcanza los medios de comunicación hispanos. Es, eso sí, un fenómeno muy duradero que se renueva continuamente. Hay, por otro lado, muchos hispanos con conciencia clara de que el español, aunque sea para rechazarlo, pertenece a aquello que quieren dejar atrás. Lo importante es que exista esa conciencia, aunque sea para hablar un buen inglés, porque eso es también bueno para el español. Evita la contaminación entre los dos idiomas. El spanglish es un gesto de afirmación personal sin conciencia. A alguien que dice lookear por mirar y rentar por alquilar le da lo mismo la lengua. Sólo quiere hacerse entender.

P. ¿Quiere decir que el spanglish terminará por desaparecer?

R. Dependerá del papel de México, que es el gran potencial, y de sus relaciones fronterizas con Estados Unidos. Es un problema político.

P. ¿No hay un desfase entre el potencial lingüístico del español y el peso político y económico de los países hispanohablantes?

R. Estados Unidos tienen el 40% de la renta mundial y el resto se lo reparten los demás países. El porcentaje de los países hispanos es muy bajo. Eso demuestra que no es la cantidad de hablantes lo que hace grande un idioma, sino, por una parte, la demanda que se tiene de él, por ejemplo, su presencia como lengua oficial en los organismos internacionales (la Unión Europea, la Unesco...), en los que el español es oficial, pero en la práctica se usa mucho menos que el inglés o el francés y, por otra, la influencia que ha tenido en la cultura mundial. Por supuesto que está bien viajar de punta a punta de un continente hablando tu lengua, pero la importancia se mide por la necesidad que los otros tienen de esa lengua. Lo que importa es la estima de los demás, no la propia. Además, la expansión ha de ser cualitativa, no demográfica.

P. A un defensor del multiculturalismo no le sonaría muy políticamente correcto.

R. El bantú, por ejemplo, será una lengua muy hermosa y rica y gramaticalmente admirable en sus modulaciones, pero, lo siento, la importancia de una lengua está en su peso en la cultura mundial y por su contribución a la historia de la humanidad. Eso es un hecho objetivo. Para medir la importancia de una lengua hay que preguntarse qué ha supuesto para la humanidad. Una vez conocí a un japonés que me dijo que había aprendido español para leer a Cervantes en el original. Y ahí está el caso de Unamuno, que aprendió danés para leer a Kierkegaard. A veces, como en el caso del ruso o del chino, el peso de una lengua no va de la mano siquiera de la influencia política. Se mide por los libros traducidos a otros idiomas, por ejemplo. También por ahí hay mucho camino que andar todavía.

P. Rafael Sánchez Ferlosio escribió que el Ministerio de Cultura no debería subvencionar traducciones de Lorca al alemán porque nosotros ya podemos leerlo, sino traducir autores alemanes a los que no tenemos acceso en el original.

R. Tiene mucha razón. Si tenemos que pagar porque nos traduzcan no merece la pena. Cuando yo era decano en Salamanca pedimos un lector de inglés al Gobierno británico y nos dijeron que ellos no lo enviaban, que si lo queríamos, lo pagáramos puesto que el interés era nuestro, no suyo. Eso es lo que hace una lengua fuerte. El español no está todavía, ni mucho menos, en esa situación de predominio. Nuestro problema es que nadie quiere todos los lectores que estamos dispuestos a enviar. La importancia de una lengua no la deciden sus propios hablantes, ya digo, sino aquellos que no la tienen como materna. El peso de una lengua se mide por ese tipo de datos, por el número de libros editados, por los artículos en las revistas científicas o por la presencia en Internet.

P. ¿Es importante el español en Internet y en la ciencia?

R. Estamos en lo mismo. ¿Demanda la gente noticias u objetos de España o de Hispanoamérica o en español? Eso es lo decisivo. Lo es incluso el cuidado de las traducciones, que suele ser infame. Un día entré en un portal y pedí la versión española. Era ininteligible. Lo mismo me pasó con las instrucciones en la habitación de un hotel en París. Por no hablar de las traducciones de las instrucciones de uso de los electrodomésticos. La pregunta es si el español es imprescindible o todavía no, porque la oferta en inglés es todavía infinitamente más variada y con un tratamiento mucho mejor. Internet es un fenómeno muy importante para las comunicaciones, pero creo que todavía su influencia en la lengua no es decisiva, claro que yo no conozco esos chats en los que las palabras se sustituyen por símbolos y se tiende a la extinción del lenguaje, como en los teléfonos móviles. Algo propio de un lenguaje rápido y sincopado.

P. Usted habla del español en relación con el resto de las lenguas que no sean las de España, para lo que sugiere el término castellano. ¿Cómo ve la situación del bilingüismo?

R. No querría ser políticamente incorrecto, pero el bilingüismo real es el que practican, por ejemplo, los catalanes que pasan de una lengua a otra sin problema. Eso es algo que los castellanoparlantes no suelen entender. Dicen: 'España es bilingüe, hábleme en castellano'. Eso no es bilingüismo. Habría que decirles: 'El bilingüismo es el que practican los catalanes, no el que practica usted'. Hay extremistas en todas partes, pero son una minoría. La gente de la calle vive sin traumas las relaciones entre las lenguas.

P. ¿Existe algún argumento que no sea ni nacionalista ni sentimental para concederle alguna importancia al español?

R. No lo hay más que para los profesionales de la lengua, para los filólogos. Alguna vez he dicho que la lengua es la piel del alma. Es lo más nuestro, lo más propio. Uno hablará mejor o peor, pero todos sienten que la lengua es algo suyo.

P. O sea que, contando con que goza de buena salud, aunque desapareciera el español no sucedería absolutamente nada.

R. Seguramente no suceda nada, pero, también es seguro que yo no estaré aquí para verlo, ni usted. Puede que para entonces seamos moléculas en una planta. Ya Rubén Darío se preguntaba si en un futuro hablaríamos todos inglés. No lo sé, pero me temo que entre nosotros y ese momento media la muerte, que no es una mediación muy grata.

La información y el conocimiento

'EL ESPAÑOL en la sociedad de la información' es el lema del II Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebrará en Valladolid y en cuya inauguración se presentará una nueva edición del Diccionario de la RAE -la 22ª, que sustituye a la de 1992- cuyos detalles se guardan en el mayor secreto hasta ese momento. Cuando Fernando Lázaro Carreter repara en que, en uno de los avances del programa, en el título de la sesión que él presentará, si se lo permite la salud, se ha cambiado la palabra 'información' por 'conocimiento', apunta: 'No es lo mismo, claro. El conocimiento es información, como dicen ahora los informáticos, procesada'. Ponencias, mesas redondas y paneles -publicados éstos en Internet con anterioridad al congreso: cvc.cervantes.es- tratarán durante cuatro días los temas más diversos, tanto los más habituales en un encuentro de este tipo como los menos previsibles: desde las zonas dialectales, la dimensión léxica o el contacto lingüístico hasta la publicidad, la música o el español como industria pasando por su presencia en Estados Unidos o en Internet. Así, junto con la presencia de filólogos (José Manuel Blecua, Violeta Demonte, Alonso Zamora Vicente), las sesiones contarán con la de directores de cine (Gonzalo Suárez, Marcelo Piñeyro, Sergio Cabrera), científicos (Jorge Wagensberg, Juan Luis Arsuaga o Javier Echeverría) o representantes del mundo de la edición y de la música (Thalía Dorwick, de Macgraw Hill, una de las principales editoriales científicas de Estados Unidos, o Emilio Estefan, productor de pop latino). Y habrá, por supuesto, escritores. Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela participarán en la inauguración de un congreso cuya primera edición -la celebrada en Zacatecas (México) en 1997- se abrió con la polémica proclama en la que Gabriel García Márquez, ausente ahora, pedía mayor libertad para la ortografía, a la que, precisamente, Lázaro Carreter llama el esqueleto del idioma, la 'partitura' que garantiza su unidad más allá de los intérpretes y las interpretaciones.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_