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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Un ancla estable para la economía de EE UU

Joaquín Estefanía

EL 2 DE AGOSTO DE 1990, Sadam Husein invadió Kuwait. El presidente Bush declaró: 'No lo toleraremos'. Diecinueve días después, el presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan, convocaba a su Comité Federal del Mercado Abierto y decía a sus componentes: 'Estamos en un momento de gran agitación política y económica. En situaciones como ésta es crucial que exista algún ancla estable para el sistema económico. Y, desde luego, no se encontrará del lado del presupuesto; es preciso que provenga del banco central. ¡Tenemos que ser nosotros!' (Greenspan. Bob Woodward).

Es muy difícil establecer analogías entre los conceptos de patriotismo y finanzas. En la mayor parte de las ocasiones son antagónicos. Pero si hay alguien a quien se le pueda aplicar el primer calificativo, en estas circunstancias de recesión y tragedia política, es a Greenspan. Desde los atentados del 11 de septiembre ha reunido dos veces a los responsables de la Fed, y en las dos ha bajado los tipos de interés en medio punto, poniendo el precio del dinero en su nivel más bajo desde 1962. La de este año (nueve veces han bajado los tipos) es la más intensa ronda de estímulos monetarios en varias décadas.

No basta la política monetaria, como en la guerra del Golfo. Se discute sobre la cuantía y la composición de las ayudas presupuestarias necesarias para salir de la recesión. El superávit ha pasado a mejor vida

Pero ahora Greenspan no se opone a que actúe el presupuesto para expandir la demanda, en una típica acción keynesiana. En una reunión hace casi 15 días, en el comité de Finanzas del Senado, recomendaba que cualquier paquete de estímulo fiscal para levantar la economía americana había de ser 'grande', y avanzó dos cifras: una inyección en el sistema de alrededor de 100.000 millones de dólares, o el equivalente al 1% del PIB de EE UU.

En estos días de crisis, Greenspan ha aumentado su papel de liderazgo económico (no sólo monetario) ante la ausencia de ideas claras sobre qué hacer. Dado que nadie duda ya de la necesidad de utilizar la política presupuestaria (lo que significa ya un cambio profundo en las creencias de los economistas y de los políticos de la Casa Blanca), las preguntas que están encima de la mesa son, entre otras, las siguientes: ¿Hay que hacer mayor énfasis en la reducción de impuestos o en el incremento del gasto público?; los protagonistas de las ayudas ¿deben ser los inversores -las empresas- o los consumidores -las familias-?; las ayudas ¿han de tener un carácter permanente o temporal?; etcétera.

Hasta el pasado miércoles, Bush no se manifestó sobre la naturaleza genérica de las muletas públicas a la economía. Mientras lideraba las acciones directas contra el terrorismo, el Congreso se dedicaba a la intendencia. Son los legisladores los que discutían el paquete presupuestario que se necesita para salir de la recesión y cebar la bomba de la demanda. Ese día, el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, acudió al Senado y avanzó que las ayudas podrían llegar a los 130.000 millones, pero no concretó su naturaleza. Las posturas son básicamente dos, aunque llenas de matices: los republicanos preferirían bajar los impuestos empresariales para atacar lo que entienden el principal foco de debilidad: la caída de la inversión. Los demócratas sostienen que hay que extender el seguro del desempleo, aumentar el gasto federal en infraestructuras (sobre todo, en ferrocarriles de alta velocidad), y un reembolso de impuestos adicional a los consumidores, no a las empresas; entre ellos hay quienes piensan que el conjunto de las medidas (incluyendo los 40.000 millones de dólares ya asignados para defensa, rescate, recuperación y antiterrorismo, y los 15.000 millones de ayudas a las aerolíneas) debería llegar a los 200.000 millones.

En todos los casos, el riesgo existente es que mayores gastos e impuestos decrecientes desvanezcan el superávit de la era Clinton y las perpectivas de los próximos años. Seguramente es por esto por lo que los tipos de interés a largo plazo de los bonos se han mantenido altos en las últimas tres semanas.

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