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Crítica:CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sensible acercamiento al compromiso

Autor de varios interesantes -alguno incluso turbador- cortometrajes; hombre vinculado desde hace tiempo tanto a la industria como a la crítica y el ensayo cinematográficos, Sigfrid Monleón llega al largometraje comercial con un bagaje profesional, con un saber estar tras la cámara que, por una vez, se ve, se siente; se derrama sabiamente por las bellas imágenes de esta Isla del holandés, adaptación de la novela homónima de Ferran Torrent (el guión, un tanto abusiva aunque no injustamente, ganó el premio del pasado festival de Málaga) de la que cabe decir que, como poco, es estimulante, personal e inteligente.

Metáfora

LA ISLA DEL HOLANDÉS

Director: Sigfrid Monleón. Intépretes: Pere Ponce, Cristina Plazas, Feodor Atkine, Juli Mira, Roger Casamajor, Francesc Garrido. Género: drama. España, 2001. Duración: 103 minutos.

Ambientada en los años finales del franquismo en una isla de la costa levantina -una isla que es ella misma una metáfora, un mundo fuera del mundo, que sabiamente deformada refleja sin embargo la realidad del resto del país-, la película cuenta las vicisitudes de un preso político confinado en ese remoto lugar. Un hombre como tantos héroes aventureros: alguien que terminará por abandonar sus planes de fuga para fundirse con una realidad ajena que, de pronto, descubrirá que puede ser la suya propia.Hay un poco de todo, y casi todo bueno, en esta película curiosa en la que el compromiso -y no sólo el político: también el personal, y no digamos ya el amoroso- se erige en norte y sentido de la narración.

Hay unos actores espléndidos; hay un descubrimiento deslumbrante, Cristina Plazas, actriz de raza, gran presencia y temperamento; hay un milimétrico cuidado en la composición del encuadre que denota un raro gusto por ese elemento central del trabajo del director -y que tanto debutante parece desconocer-.

Hay también, en fin, algún exceso, como ese final tan ortopédico, que desluce un tanto, aunque no borra, la excelente impresión que deja una ópera prima tan primorosa como excitante, tan luminosa, tan recomendable.

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