Una mejor que dos
¿Se pueden correr dos grandes carreras por etapas, como el Tour de Francia y la Vuelta a España, en un mismo año y rendir al máximo nivel posible en cada una de ellas? A simple vista, la respuesta es 'no'. Y más aún si tenemos en cuenta que la Vuelta se disputa en septiembre, cuando la temporada va llegando a su fin y las piernas de los ciclistas están saturadas de kilómetros. Más de 30.000. Más de los que suele recorrer anualmente el automóvil de un ciudadano medio. ¿Qué dice la Ciencia de todo esto? Que es casi imposible rendir al ciento por ciento en dos grandes vueltas dentro de una misma temporada.
Al final de una gran vuelta, el organismo de aquellos ciclistas que la disputan a tope empieza a extenuarse y perder su equilibrio interno o lo que en Fisiología se conoce como homeostasis. Sobre todo, porque se agotan sus sistemas hormonales, neuro-hormonales para ser más correctos, encargados precisamente de mantener la homeostasis corporal.
En cada etapa, y más aún si es dura, las glándulas suprarrenales del ciclista segregan dos hormonas, la adrenalina y el cortisol, encargadas de activar o acelerar al organismo. O de darle un par de vueltas al ralentí del motor de cada ciclista, para entendernos. La adrenalina, por ejemplo, activa el corazón de inmediato y lo hace latir más rápido y con más fuerza. A su vez, el cortisol, que actúa con menor celeridad, es una hormona catabólica, pues se encarga de acelerar el metabolismo para que los músculos obtengan energía durante toda la etapa.
Allá por la tercera semana, a las suprarrenales se les enciende la luz de la reserva después de tantos días de duro trabajo, al menos cuatro horas diarias. Resultado: al ciclista ya no le sube el pulso cardiaco cuando más lo necesita, en los momentos decisivos, de máximo esfuerzo, y parece que ha perdido su chispa.
Lo malo es que no sólo se van agotando las hormonas que actúan durante la etapa. Lo mismo le ocurre a la testosterona, encargada de uno de los aspectos más básicos de las grandes vueltas: la recuperación día a día, después de cada etapa.
En efecto, a partir de la segunda mitad de una gran vuelta, los testículos producen menos testosterona, una hormona anabólica que permite a los músculos recuperarse lo antes posible del desgaste que sufren en cada etapa. Y que se encarga de que no pierdan fuerza, una cualidad cada vez más importante en el ciclismo moderno, el de los grandes desarrollos, impensables años atrás.
Además, la testosterona es la hormona del sexo masculino, la hormona de la agresividad. Así, el ciclista va perdiendo esa agresividad y ese instinto del campeón tan necesarios para la alta competición.
Por todo ello, un mes de recuperación -el de agosto, por ejemplo, entre el Tour y la Vuelta- posiblemente no sea suficiente para que el organismo y las hormonas de un ciclista vuelvan a estar preparados para volver a rendir a tope durante otras tres semanas.
En teoría, sería necesario dejar pasar unos cuantos meses. Eso sí, cada ciclista es un mundo y la motivación para seguir sufriendo en septiembre también tiene mucho que decir.
Lo que se deduce de diversos estudios es que el límite que tiene el cuerpo para tolerar semanas consecutivas cargadas de sesiones de competiciones y de entrenamiento intenso, por encima del llamado umbral anaeróbico, no suele pasar de los dos meses. Y eso, después de largos meses acumulando miles y miles de kilómetros a ritmo lento-moderado que permiten al ciclista adquirir una sólida base aeróbica para soportar después esfuerzos más exigentes.
Así que éste sería el esquema ideal desde el punto de vista fisiológico: largos meses de trabajo de base -de diciembre a abril-mayo-, seguidos de uno o dos meses de trabajo más específico y, paulatinamente, más intenso en forma de competiciones y concentraciones alpinas -mayo-junio- para llegar al Tour al 95% o el 100% y acabarlo al borde del sobreentrenamiento. A partir de ahí, un descenso paulatino del rendimiento y de las cargas de trabajo.
Precisamente, éste es el esquema que sigue el estadounidense Lance Armstrong, ganador de las tres últimas ediciones del Tour de Francia. Ya se ha olvidado de esta temporada y, prácticamente, ya está preparando el asalto a su cuarto Tour consecutivo. Aunque, desde luego, no es el mejor esquema para el aficionado, deseoso de ver a sus ídolos entregarse al máximo durante varios meses.
Por todo lo citado, tiene un mérito enorme el gran rendimiento de Óscar Sevilla en el Tour y la Vuelta. Por no hablar de las hazañas en su momento del hoy retirado Miguel Indurain. Cuatro de los cinco Tours que el corredor navarro ganó fueron precedidos de un puesto en el podio de la propia Vuelta o del Giro de Italia.
Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid.
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