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Columna
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Brigada en acción

Desde lo alto de la plaza del Castell, la mirada escruta con ansia el llano para descubrir el lugar exacto en que en esos momentos evoluciona la batalla de Llagostera, no vaya a convertirse el cronista en triste émulo de Fabrizio del Dongo, que estuvo en Waterloo sin enterarse. La plana ampurdanesa aparece a esa hora de la mañana sumida en una indolencia poco comunicativa. Los álamos marcan displicentes las lindes de unos campos en los que nada parece ocurrir. El fracaso visual obliga a recurrir a fuentes más solventes, el Ayuntamiento, por ejemplo, que queda a un paso del puesto de observación. Allí una eficiente funcionaria marca con un redondel el cuadrante R-1 por el que esta mañana está pasando la Historia.

Se trata de un polígono industrial de las afueras del pueblo, hacia el norte. Nada épico, por cierto. En medio de la calle, estudiantes del insti de Llagostera confeccionan pancartas aplicadamente, como en la clase de plástica. 'Así que hoy campana, ¿no?', se le ocurre a uno, tontamente. 'Sí, pero esta vez por una causa justa', le espeta un adolescente de rostro severo.

Una decena de disciplinados mossos acordonan un camino de tierra rigurosamente vetado a los oriundos. El salvoconducto de guerra obra el milagro: las filas se abren militarmente, mientras el escribiente intenta adquirir el porte y la dignidad de Moisés caminando entre las aguas. El camino procede entre campos vagamente labrados. Encinas y cañizales puntean el horizonte. Unos metros más allá un nuevo retén de guardia exige la acreditación para seguir avanzando hacia el corazón de las tinieblas.

Por fin, al fondo de un bosquezuelo de eucaliptos, un atisbo de la esperada batalla. Una brigadilla de cinco hombres se afana al pie de una de las torre de alta tensión. Manipulan un tensor de motor diesel que enrolla un cable desde la torre siguiente, situada a unos 300 metros. No muestran la menor inquitud a la vista del intruso.

De la cabina de un camión grúa estacionado en las proximidades sale un hombre. 'Perdona, ¿tienes un pitillo? Es que no me dejan salir de aquí, macho, y estoy sin tabaco. Me pregunto cómo se lo montarán las mosses d'esquadra para mear'. El hombre aspira fuerte el humo. 'Y encima me piden que trabaje el domingo, porque quieren acabar rápido. Pues no, estoy hasta las narices. Ayer llegaba aquí a las siete de la mañana y no plegué hasta las ocho de la tarde. Cuando intentaba salir entre la gente que había tuve que hacer una maniobra y me quedé encallado. Total que llegaba a casa cerca de la medianoche. Hasta las narices'.

Aparece una furgoneta. 'Las balizas', anuncia el conductor, de acento andaluz. ¿Ha tenido problemas para llegar? '¿Yo? Oiga, que soy de aquí, de Llagostera, a mí nadie me dice nada, saben que es mi trabajo'. La brigadilla acude en pleno para descargar las balizas. El jefe es de Burgos, los otros cuatro, ecuatorianos. 'Trabajamos aquí unos 30 ecuatorianos. Con papeles, todo legal', precisa Jorge Espinosa. 'Hace 19 meses que he llegado a España, en mi país ya me dedicaba a los tendidos eléctricos. Trabajo en esta línea desde hace dos meses, y bien'. Hombre, con el jaleo que se ha montado... 'Fastidia bastante, qué quiere que le diga', tercia el de Burgos. 'Es que no lo entiendo. Si habían pactado hacerla pasar más allá a ver por qué la ponemos aquí con todo el lío que se ha armado. Pero, chico, a uno le dicen que aquí y es aquí'.

La brigadilla vuelve rauda al trabajo. Sigilosamente hace acto de presencia un policía local armado con una máquina fotográfica. Toma unas vistas y se va sin decir esta boca es mía.

De regreso a la esplanada donde los mossos montan guardia imperturbable, el ambiente ha adquirido tintes de fiesta mayor. Cuelgan banderolas de las farolas, se han instalado retretes de campaña y mostradores para las bebidas. Este fin de semana los de Llagostera han decidido liarla. Circulan rumores insistentes de que se encaminan hacia allí los okupas de Girona, los antitrasvasistas del Ebro y los antiglobalizadores de todas partes. La euforia va en aumento entre los presentes, pero la compostura general se mantiene. En algún momento de la mañana han hecho acto de presencia gigantes y cabezudos y una escuadra de jóvenes motoristas se ha plantado ante el cordón policial y ha obsequiado a los agentes con el humo de los tubos de escape.

Eso fue todo ayer por la mañana, de manera que habrá que guardar la esperanza de describir un nuevo Waterloo para una mejor ocasión. Aires épicos sí flotan. Alguien sugiere, no obstante, que a las tropas populares les falta algún elemento que las identifique. Los de sur han recurrido a la sal para mineralizar su protesta. En Llagostera acaso podría simbolizarse con un casco alado como el de Astérix, que resiste valientemente al invasor. Están locos estos romanos.

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