Móviles y tácticas
Si hay un tema de interés universal y de actualidad candente y casi con toda certeza, duradera, uno puede hacerse un lío. Desde la destrucción de las Torres Gemelas y el gran boquete al Pentágono, más lo que desde entonces está saliendo a relucir, mal si escribes sobre cosas como la contaminación acústica de la ciudad de Valencia, mal si lo haces otra vez sobre 'la guerra que viene' o que ya habita entre nosotros. Al menos, en ese dilema me encuentro yo subjetivamente metido.
Es rigurosamente cierta la posibilidad de que ya nada vuelva a ser igual ni en Nueva York ni en parte alguna del mundo, y me estoy refiriendo, naturalmente, a una ruptura gigantesca y abrupta con el pasado; pues el mero cambio, acelerado e incluso espectacular, ya estaba a la orden del día antes de que los grandes atentados del islamismo radical anunciaran el retorno de la Edad Media, según diagnóstico de algunas mentes sesudas. Los talibán, dice Philip Lamy, 'temen que estos cambios (los traídos por el capitalismo de hoy) terminen con su lenguaje, su religión, su estilo de vida. La occidentalización como forma de vida. El capitalismo como principal sistema económico. El inglés como lengua dominante. El turismo como una gran industria. Estas cosas les asustan. No se trata precisamente de una mentalidad de locos'. Estaríamos, digo yo, asistiendo al estallido violento de una sociedad tradicional que, con todas sus grandes diferencias, también ha existido en Europa y pugna por seguir existiendo. Las dualidades de Roderic Seidenberg: Instinto-inteligencia, creencia-conocimiento, religión-ciencia, costumbres-leyes, medios-fines, etc. Una sociedad jerárquica, pero cohesionada, contra el individualismo, la fragmentación y la alienación del mundo occidental moderno.
¿Y bien? ¿Vale esa idealización una guerra mundial? ¿Una guerra que, curiosamente, sería la más impersonal que jamás haya existido? ¿Una guerra de siglos venideros para restaurar el orden social de siglos pasados? Pero, ¿acaso el resumen anterior es realmente el móvil del islamismo radical? ¿Es uno de sus móviles? Y ya puestos, ¿es el islamismo radical el cerebro de la contienda o sólo su brazo armado? ¿Quién manipula a quién? Tal es el torrente de literatura que el gran filón empieza ya a volverse contra sí mismo, a causa de la búsqueda frenética de la originalidad. El lector asiduo se habrá topado con las mismas opiniones, las mismas teorías, las mismas propuestas, -cuando no soluciones-, muchas veces. A este paso, démonos un año y habremos visto el mismo artículo escrito por docenas de autores. Probablemente, les estamos haciendo el juego a las guerrillas tecnológicas que ahora inician su periplo hacia el encuentro con el pasado.
Ni siquiera conocemos con certeza la táctica del enemigo sin rostro. Algo sí se puede afirmar con toda verosimilitud. Este enemigo conoce perfectamente la vulnerabilidad de una civilización tecnológica anárquicamente planificada y organizada. El 'siglo accidental', escribió Michael Harrington, autor prolífico con el que compartí tantas tardes de vino sin rosas que su muerte, para mí amarga, no tuvo nada de accidental. El conjunto del sistema es, sin duda, fruto de un brillante despliegue de la razón a secas, pero los detalles brillan unos por su ausencia y otros están hechos a patadas. Eso, si no aceptamos que la coordinación de las partes de un sistema tan endiabladamente complejo es intrínsecamente imposible. No se supo o no se pudo -más bien lo primero- coger este toro por los cuernos cuando la ocasión lo requería. El gran atentado, no dejemos de tenerlo en cuenta, había estado precedido por otros veinte a lo largo de dos décadas. Menores, pero un ominoso aviso. Las provocaciones amigas o juguetonas han sido muchas. Hace equis años, aviones británicos burlaron todos los sistemas de control del Pentágono y se metieron en casa a placer. Un adolescente alemán aterrizó con su avioneta en la plaza Roja de Moscú, lo que provocó una gran alarma y escándalo. Un individuo se cuela en las habitaciones de la reina británica. Unos estudiantes americanos demostraron que, con la ayuda de unos manuales, la fabricación de una bomba atómica sería para ellos juego de niños. Con la desaparición del muro de Berlín y el redimensionamiento de lo que fuera Unión Soviética, floreció un mercado no demasiado clandestino de material atómico en el centro de Europa. Internet, víctima de adolescentes. ¿Qué digo? Días después del ataque a las Torres y al Pentágono, alguien se llevó una maleta de un supervigilado aeropuerto norteamericano. Así las cosas, con tiempo, voluntad de morir y cuarenta millones de pesetas (cálculos de altas instancias estadounidenses), hacer lo que hicieron unos avezados terroristas islámicos, no es tan difícil. Es de suponer que, con todo, marrarán muchos golpes y muchos activistas serán detenidos o morirán en el intento.
El caso, sin embargo, es que aparte de dar la vida por perdida, estos combatientes no tienen prisa. No es nada inverosímil que ni siquiera pretendan asestar otro golpe ahora o en el próximo futuro. El objetivo podría ser mantener la tensión de tal modo que ni ésta se desborde ni que decaiga hasta el punto de que sobrevenga una especie de olvido en la práctica diaria. ¿Acaso no les conviene un desmoronamiento total y abrupto de la economía de Occidente? ¿Les interesa esto a sus amos, si es que los tienen? Todo parece indicar que no. El mismo régimen talibán afgano, primer productor mundial de cocaína, necesita de este tráfico para sostener a la población simplemente viva. A medio plazo, tendrá que poner en explotación sus enormes yacimientos de gas. El levantamiento de las sanciones americanas a la India (ya producido) es de gran importancia para ese país. La Arabia Saudí no es nada sin su petróleo... y se conocen mal los posibles lazos y bandazos entre el islamismo moderado y el radical.
¿Choque de culturas? ¿Guerra entre religiones? ¿La fe contra la razón científica y tecnológica? ¿Orgullo musulmán herido? ¿Intereses económicos de unas élites? ¿Protesta antiglobalización? Todo eso y más hemos leído. Pero ningún conflicto bélico obedece nunca a una sola razón, ni las razones dejan de intrincarse si hay guerra por medio.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.