Un Presupuesto al revés
Hace un año, al presentar los Presupuestos para 2001, el Gobierno defendió su previsión de crecimiento del IPC del 2% en contra del consenso de todos los analistas que avisaban que, como poco, los precios crecerían un 3%. Hoy ya sabemos que el crecimiento medio del IPC acabará este año más cerca del 4% que del 3%, por encima incluso de la previsión de los analistas independientes. Este año, lo más increíble del Presupuesto presentado es la previsión del crecimiento de los ingresos, que se basa en un crecimiento nominal del PIB del 6% y una liquidación de 2001 en equilibrio. Esta previsión es irreal por tres razones: ni el PIB llegará a crecer lo que dice el Gobierno, ni el deflactor del PIB se comportará tan mal como prevé el documento presupuestario, ni es creíble que, en lo que queda de este año, los ingresos vayan a crecer al 14%, que es lo que sería necesario para alcanzar el 5,3% de crecimiento para todo el ejercicio.
Un buen Presupuesto es el que, primero, hace unas previsiones realistas de ingresos y, después, acomoda los gastos a los ingresos que va a disponer. Pero da la impresión de que para el Presupuesto de 2002 se ha seguido el camino inverso y, como ello es ilógico, hay que preguntarse por qué se ha hecho el Presupuesto al revés. La explicación es que, si hubiera hecho una previsión realista de ingresos, el Gobierno se habría visto obligado a reducir la cifra de gastos cuya aprobación pide al Parlamento. Para reducir los gastos habría tenido que empezar a meter mano a empresas públicas en pérdidas (la que pierde más es RTVE) y reducir otros gastos improductivos, mucho más cuando algunos gastos se están disparando como consecuencia del cambio de ciclo. Por ejemplo, y a pesar de que no es correcto hablar del deterioro del mercado de trabajo, los gastos por desempleo están aumentando este año en España a un ritmo del 9% sobre el ejercicio anterior. Pero, como no se está dispuesto a hacer una reducción de otros gastos para hacer frente a estas necesidades, lo que se ha hecho es aumentar la previsión de ingresos hasta donde se pueda para evitar que aparezca un déficit excesivo en los documentos presentados al Parlamento.
A pesar de forzar al alza la previsión de ingresos, el déficit del Estado para 2002 es superior al del año 2001. El déficit que aparece en los documentos presupuestarios (600.000 millones de pesetas) es el doble del déficit objetivo en términos de contabilidad nacional que se propuso para 2001 (300.000 millones) y el triple del objetivo de déficit en términos de caja (200.000 millones) que se propuso para ese año. En consecuencia, si los ingresos crecen el año que viene como razonablemente se puede esperar hoy, el déficit en 2002 acabará superando el billón de pesetas.
Alemania y otros países europeos han preferido explicarles a sus ciudadanos los problemas que tienen al elaborar sus presupuestos para 2002. El ministro alemán ha propuesto ser rigurosos con el crecimiento del gasto, independientemente de lo que suceda con los ingresos, pero la Hacienda española parece preferir cerrar los ojos para no tener que reformar el gasto público. El problema con que se enfrentará al cerrar los ojos esta vez no será, como le ha sucedido con la previsión del IPC, un simple problema de credibilidad, sino que se le planteará además un problema real, el que surge siempre que se retrasan las reformas necesarias.
El documento presentado ayer, al ocultar el problema de ingresos del año 2002, evidencia la falta de ganas de reformar el gasto. Esta actitud se entendería si las elecciones estuvieran cerca y pudiera ser otro Gobierno el que tuviera que dar cuentas dentro de un año. Pero éste no es el caso, el año que viene será el mismo Gobierno el que tendrá que explicar el déficit alcanzado y, al retrasar un año los ajustes, le será más difícil hacerlos al elaborar el Presupuesto General para el año 2003. No es fácil entender por qué se ha presentado ayer un Presupuesto increíble, salvo que todo el mundo en Economía y en Hacienda esté pensando en otras cosas.
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