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Desde el Pacífico
Columna
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La guerra para reducir los flujos de la economía global

TOMAR EL AVIÓN DESPUÉS DE LOS ATAQUES del 11 de septiembre ha sido una excelente lección sobre el impacto de los ataques terroristas. El lunes 17, en el aeropuerto de Miami, los vuelos de compañías extranjeras reanudaban a duras penas su actividad. En el interior, las colas son interminables. Para ir a Cartagena de Indias (poco más de dos horas de vuelo), era necesario llegar cinco horas antes. Cuatro horas antes de embarcar, la compañía no aceptaba a los retrasados. El procedimiento resultó ser el de costumbre, pero más lento. A las preguntas habituales ('¿alguien le dio algo para transportar?'), la encargada añadió interrogaciones precisas sobre cuchillos, cortauñas o ácido de baterías. Nada más.

La capacidad de coordinar la producción en distintos lugares es lo que caracteriza la etapa actual. Todo freno debilita al conjunto.
Buena parte de la eficacia de los terroristas se debe a que obligan a la gente que controla los flujos a ralentizarlos: gobiernos y grandes compañías

Es probable que las maletas hayan sido sometidas a una inspección severa en otro lugar, pero de cualquier forma la fila era demasiado lenta; los empleados aplicaban las consignas con meticulosidad. Lo cual no significa forzosamente que la seguridad se haya visto beneficiada.

El tráfico de pasajeros, sin embargo, bajó. La escena vale como metáfora: todo indica que sucede lo mismo con los tráficos de mercancías e información. Y estos flujos son el meollo mismo de las redes. Para entenderlo, Manuel Castells propone el concepto de 'espacios de flujos'.

La geografía de nuestro mundo, el espacio en que se desarrollan las actividades económicas, culturales y sociales fundamentales, debe ser concebida como tejidos de flujos de personas, productos e información. Vivimos en lugares (la plaza del pueblo, el centro comercial, los sitios de trabajo o de culto), pero éstos son puntos a los cuales los flujos circulantes dan vida. Hace tiempo que Nueva York no se definía por las dos torres del World Trade Center (no obstante la gente que trabajaba allí o los turistas que las visitaban), sino por los flujos financieros que pasan por el centro de Manhattan, los flujos de personas que transitan por sus estaciones y aeropuertos, la comida que llega y es consumida, los productos industriales, etcétera.

'La ciudad global no es un lugar', explica Manuel Castells, 'sino un proceso mediante el cual los centros de producción y consumo de servicios avanzados, así como las sociedades locales que dependen de ellos, están conectados en el seno de una red global'.

Dichos flujos -su caudal- son esenciales para el funcionamiento de la economía global. La capacidad de coordinar la producción en distintos lugares (gracias a las tecnologías de la información y la comunicación, ellas mismas flujos) es la que caracteriza a la etapa actual. Toda ralentización debilita al conjunto. ¿Qué pasaría con Dell si fuera incapaz de asegurar al cien por cien el tránsito de los componentes de ordenadores que fabrica sobre pedido, de último minuto, y si no pudiera entregar las máquinas apenas están listas?

Un documento de las autoridades de Tejas lo dice claramente: 'El motor de gran parte de la economía moderna -que depende cada vez más del justo a tiempo y los métodos de cero inventario- es la necesidad de entregas veloces de productos y materias primas, con lo cual los sistemas de transporte confiables se vuelven importantes para el crecimiento económico sostenido'. Steve Gillis, CEO de Corixa, una empresa informática de Seattle, exhorta a reforzar las medidas de seguridad. 'Pero', dice, 'operamos en una economía global. No podemos erigir barreras'.

El peligro radica justamente en que sí funcione. Las aerolíneas de EE UU van a reducir su tráfico en el 20%. Algunos hombres de negocios se comunicarán con los socios y empleados remotos por videoconferencia, en vez de desplazarse. La cantidad de información y la calidad del intercambio se verán afectadas en la misma medida. Buena parte de la eficacia de los terroristas se debe a que obligan a la gente que controla los flujos a ralentizarlos: gobiernos y grandes compañías. Para ambos, el desafío consiste en garantizar la seguridad al mismo tiempo que se preserva la apertura económica y política de las sociedades occidentales.

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