El patio del sepulcro
Nadie puede negar que en la adquisición y consumo de cultura Andalucía ha progresado muchísimo (otra cosa es la producción). Nuestra tierra fue en este campo, casi desde sus inicios, dual y esquizoide: selectos grupos refinados y exquisitos, frente a una masa analfabeta creadora de una cultura popular a la que, de vez en cuando, bajaban por curiosidad o para refrescarse los cultos de verdad.
Hoy, cuando casi hemos perdido la segunda de esas culturas y no estoy seguro de que conservemos la primera, instituciones de variada procedencia y condición nos inundan con actos y montajes que acercan joyas del pasado, restauran las ruinas, promueven nuevas creaciones... Todo ello, claro, gracias a copiosas inversiones económicas de las que nuestros prohombres se enorgullecen merecidamente. Y en una sociedad ¡por fin! alfabetizada parecería que los sueños de nuestros ilustrados dieciochescos tienen toda la pinta de cumplirse. Pero... siempre hay peros, puntos negros, que nos ponen ante la triste condición de quienes velan por nuestras cosas.
Hace unos días estuve en mi pueblo. En Osuna volví a sentir la serena emoción estética de sus casas, señoriales y populares, el gusto de sus gentes por la limpieza, el prodigio de hermosura que a sus hijos ha dejado por siempre condenados a exigir belleza en los lugares por donde pasan. Su Colegiata estaba también radiante. Pero allí mismo el agujero negro, el negativo en que se revela la inepcia, el descuido, la desidia culpable: el patio del sepulcro de los duques de Osuna, una pequeña joya del plateresco español, una de las más impresionantes pequeñas joyas de nuestro Renacimiento, más parece un muladar que un patio, un informe amasijo de yesos (que fueron delicados estucos del XVI), un conjunto de columnas cada una mirando a un lado, y sin la bellísima balaustrada que sustentaban. En lugar de las antiguas macetas, jaramagos y yerbajos secos se habían instalado sin pudor, no ya en sus resquicios, sino en cualquier parte de su superficie.
¿De quién es culpa tanto abandono? No lo sé. No sé si es la Junta, el Estado... Al final, cuando se caiga, cuando sólo quede llorar, y la futura gente de Osuna sólo pueda contemplar en fotos la maravilla que allí hubo, todos se pasarán la pelota, crearán (o no) alguna comisión, y todo acabará en un zafarrancho, como siempre.
Señora ministra, señora consejera, señor alcalde: suban a la Colegiata de Osuna, y si logran superar el bochorno que a su eficiente guía le provoca enseñar tal ruina, vean el patio del sepulcro: si no se les cae en ese momento la cara de vergüenza, si en ese momento no mandan librar partidas para arreglar lo que aún se pueda, es que no vale la pena tener consejerías ni juntas ni Estado ni nada que se le parezca. Entonces se revelará que detrás de sus rutilantes fachadas de multimillonarias exposiciones no hay sino patios, antes resplandecientes, hoy vertederos de escombros.
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