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Columna
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Desear, querer, necesitar, poder

En estos tiempos de confusión, en los que tan difícil resulta articular un pensamiento que pueda dar cuenta, con una mínima coherencia argumental, de la complejidad social, ¿cómo se puede no ser marxiano? Y digo marxiano, no marxista, pues si un istmo es una lengua de tierra que une dos continentes o una península y un continente, la pérdida de la 't', esa letra que es en sí misma una encrucijada de caminos, un crucero, conlleva casi inevitablemente para cualquier -ismo la pérdida de toda capacidad de relación y su conversión en elemento seguro de separación. Escribió Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte que el ser humano es constructor de su propia historia, sí, pero que nunca puede elegir las circunstancias bajo las que habrá de construirla. La historia está, por definición, abierta, pues el futuro no existe sino en la medida en que se va construyendo. Nada es, por tanto, definitivo; nada está escrito. Pero la historia no está abierta de cualquier manera. Aunque siempre hay más de un futuro posible en cada momento histórico, no cualquier futuro es posible. Y entre todos los futuros posibles, los hay más y menos probables. Nadie ha expresado mejor la diferencia que existe entre determinación y condicionamiento. Nadie ha resuelto mejor la falsa alternativa que tantas y tantas veces se plantea entre voluntarismo y resignación, entre desvarío utopista y realismo sucio. Pero el viejo Marx hace ya tiempo que cotiza a la baja en el mercado de las ideas.

Vivimos, ya lo hemos dicho, tiempos de confusión. También en el País Vasco. Por un lado, muchos no acaban de asumir nuestra historia más reciente al considerarla el fruto radicalmente emponzoñado de un proceso forzado del que la libertad de elegir estuvo basicamente ausente. En consecuencia, sueñan con un próximo futuro en el que los vascos podamos decidir, con absoluta libertad y de una vez por todas, lo que queremos ser y cómo queremos serlo. Pero ni el reciente pasado está totalmente ayuno de decisiones libres ni el futuro podrá verse totalmente libre de condicionamientos. Soñar con un tiempo radicalmente abierto y libre, con un tiempo sin condiciones, es, lisa y llamente, situarse fuera de la historia real en la que nunca nos es dado elegir las circunstancias de su realización.

Por otro lado, están quienes se empeñan en edulcorar el pasado olvidando que la historia es hija tanto de la libertad como de la coerción y que, por ello, el deseo de una realidad distinta anida permanentemente en las sociedades: si las cosas hubiesen sido diferentes... ; si nos fuera permitida otra oportunidad... Quienes eliminan o minusvaloran la densidad que la coerción introduce en la historia acaban por imaginar el futuro como una simple prolongación del pasado, sin concebir ninguna alternativa posible. Pero si es imposible huir del pasado negándolo, igualmente es imposible huir del futuro anticipándolo. Somos constructores de nuestra historia, sí, pero no podemos elegir las condiciones en las que hemos de desarrollar nuestra tarea.

Desear, querer, necesitar, poder. Demasiadas veces no somos capaces de diferenciar entre estos cuatro conceptos. Consideremos el deseo como la proyección ilimitada e incondicionada de las ilusiones, de las aspiraciones más propias, aquellas que configuran nuestro horizonte utópico. Acordemos que el hecho de querer sea el deseo sometido al cálculo desde la racionalidad propia. Asumamos la necesidad como la inevitable intromisión de lo real y de sus coerciones en nuestro mundo de ideaciones. Aceptemos que no todo es posible, o que no todo es posible para todos de la misma forma o en el mismo momento. Desear, querer, necesitar, poder. Necesitamos con urgencia dirigentes políticos que sepan manejar el complejo mundo de combinaciones que se establecen entre esos cuatro términos. Y que sepan hacerlo conjugando cada uno de los verbos y cada una de sus posibles combinaciones en plural.

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