Defender la justicia y el derecho internacional
Aún nos duelen las imágenes del atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Nos duele imaginarnos la horrible muerte de miles de personas inocentes y el pesar de sus familiares y amigos. Aún es el tiempo de las víctimas y de su recuerdo. Pero es también momento para la reflexión, para hacerse preguntas y buscar respuestas que nos permitan afrontar los problemas concernientes a esta barbarie.
El dolor de las víctimas y de sus familias merece todo nuestro respeto. Por eso no creemos en quienes, camuflados tras las banderas del patriotismo, claman venganza sin atreverse a pronunciar esta palabra que saben que les condenaría ante la opinión pública. La acción terrorista pide justicia, y su realización exige investigación, información, análisis y decisiones ajustadas a derecho. El respeto a los que murieron o perdieron a sus seres queridos hace innoble los empeños de los que piden el ojo por ojo. Como decía Gandhi, 'ojo por ojo y el mundo acabará ciego'.
'El debate sobre lo que ha pasado no puede llevarse por delante los derechos y libertades'
Las democracias tienen sus reglas, y son fuertes cuando las aplican y débiles cuando las vulneran; por eso, la demanda de los sistemas democráticos debe ser justicia, y no venganza.
En primer lugar, el debate sobre lo que ha pasado no puede llevarse por delante las libertades y derechos democráticos. En estos días, la línea que separa la libertad de expresión de la descalificación y la censura se ha hecho fina. Desde el compromiso democrático y político, todas las opiniones deben ser escuchadas y objeto de reflexión. No hay una sola verdad ni una sola manera de hacer las cosas, por mucho pensamiento único (o cero) que se ponga en el empeño. Simplificar un problema complejo es fuente de más problemas en el corto plazo.
En segundo lugar, si finalmente se demuestra que la red organizada por Osama Bin Laden ha sido la autora de los brutales atentados, el enemigo habrá sido reconocido. Quien quiera extender las sospechas y ampliar el abanico de lo perseguible a los árabes en general o a los musulmanes en particualar o a las organizaciones de solidaridad con el Tercer Mundo, al nacionalismo, a la protesta ciudadana, al movimiento por otra globalización, estará responsabilizándose de los riesgos que sus prejuicios antidemocráticos o racistas puedan suscitar, particularmente nocivos cuando se usan las tribunas públicas para ello.
En tercer lugar, la respuesta óptima será aquella que se atenga al derecho internacional y que busque el consenso y acuerdo de la comunidad internacional a través de las Naciones Unidas y que no produzca daños mayores de los que pretende atajar. Naturalmente, esto no es fácil. Pero es preferible una solución difícil, compleja pero eficaz a medio plazo que una guerra sucia y larga en la que todos seremos víctimas.
Por último, nuestro país no es sólo un aliado de EE UU, es también un sujeto de derecho internacional que ha firmado tratados internacionales y que forma parte de Naciones Unidas. También para nosotros cuenta la preocupación por que nuestra sociedad salga fortalecida de estos desafíos, y no más indiferente y ausente. Que el Parlamento de nuestro país debata sobre el compromiso que España va a adquirir en este proceso debe ser algo tan de sentido común que no produzca rubor recordarlo. Pero parece que necesitaremos gritarlo. No tiene sentido que en Estados Unidos las Cámaras se hayan reunido para debatir sobre ello y que no podamos hacer lo mismo en España.
Vivimos en un mundo complejo y cada día más interdependiente. Los nuevos procesos de comunicación, económicos y culturales han incrementado la diversidad en realidades que ya eran mestizas en todos los sentidos. Una de las consecuencias de este análisis es el incremento de la incertidumbre. Esto es al menos lo que defiende la sociología del riesgo. En relación con la seguridad, esto plantea la necesidad de alternativas y visiones de conjunto para dar respuestas integrales.
Así lo defendía incluso el que fuera secretario de Defensa con el presidente Clinton, William Cohen, que planteaba que 'debemos prepararnos para algo peor'. Y enunciaba las dificultades para minimizar los riesgos de ataques salvajes cuando éstos pueden esconderse en una simple botella. Un enfoque militarizado y antiguo de los problemas puso todas las esperanzas de controlar la inseguridad en diseños de alta tecnología que dieron pingües beneficios a la industria armamentista. Ahora han demostrado su inutilidad, su envejecimiento.
Ésta es una buena razón para reducir todos los riesgos posibles. Para ello, todos los países -EE UU en primer lugar- deberán asegurar que las armas de destrucción masiva son eliminadas y que se ratifican y cumplen todos los tratados que controlan y limitan la experimentación con fines destructivos: armas químicas, biológicas, bacteriológicas, nucleares o la famosa guerra de las galaxias. Por supuesto, se ponen límites estrictos al comercio de armas. La seguridad será global y para todos o no será. La estrategia de aprovechar la preeminencia económica y militar para acumular ventajas comparativas en la guerra por la destrucción ha sido puesta en ridículo envuelta en la sangre de civiles inocentes.
Será imprescindible también que las acciones de los Estados y otros sujetos transnacionales se atengan al derecho internacional y que la ONU y sus agencias puedan ir convirtiéndose en el gobierno de las cosas que afectan a la humanidad. No es la primera vez que la doble moral (o la triple) y los diferentes raseros de medir las cosas según quien las haga producen efectos inesperados, o que las criaturas mimadas generosamente se conviertan en insoportables problemas.
Bin Laden fue agente de la CIA y ha sido instrumento de los servicios secretos del principal aliado estratégico de EE UU en la zona, Pakistán. El Gobierno talibán, que ha violentado a su pueblo conduciéndolo a una zona oscura y miserable de su historia, es hijo político de la guerra fría, y fueron, antes que cómplices del terrorismo contra EE UU, terroristas contra la antigua Unión Soviética.
En ese lugar del planeta, las diferentes administraciones norteamericanas han aplicado varas de medir que nada tenían que ver con los derechos humanos, la democracia o la simple dignidad. Recordemos que Ronald Reagan llamaba a los talibán luchadores por la libertad. No es el único lugar del mundo donde esto pasa. Palestina es otro caso de aplicación de un doble rasero por parte de EE UU. Su apoyo indisimulado a Israel en su continuada agresión contra el pueblo palestino ha levantado una ola de indignación que debe ser tenida en cuenta.
Pero éste es el modo en el que el mundo se ha llenado de agraviados y desesperanzados, de élites gobernantes socializadas en el cinismo y la mentira. Asegurar que el derecho internacional es la vara de medir y que un Tribunal Penal Internacional vela por su cumplimiento contribuirá a hacer más predecible nuestro planeta y más seguras nuestras vidas.
Por otra parte, el mundo se ha llenado de desigualdades que son una fuente de desestabilización e incertidumbre. La miseria económica, las hambrunas, la deforestación masiva, el retroceso de derechos fundamentales en zonas amplísimas del planeta, epidemias como el sida que están diezmando naciones enteras o las desigualdades de género son un caldo de cultivo para el rencor y la desesperanza.
No se trata de defender que hay una relación directa entre el cobarde atentado contra EE UU y la pobreza en el mundo. Pero la seguridad debe tener un enfoque global. Y amplísimas zonas del planeta se hunden irremisiblemente en el abandono y la desesperación. La cruel prédica de los talibán del neoliberalismo según la cual tal cosa sucede porque esos pueblos son perezosos o sus Gobiernos corruptos expresa las preocupaciones reales del pensamiento económico dominante y la altura moral de sus predicadores. Si dos tercios del planeta son excluidos del más elemental bienestar, no puede pensarse que esto estará al margen de la seguridad. Si miles de personas se ven amenazadas por la hambruna producida, entre otras cosas, por la caída de los precios de las materias primas y por el cambio climático, no puede pensarse que eso no alterará los frágiles equilibrios de extensas zonas del planeta con resultados imprevisibles. Nuevas relaciones económicas y comerciales que faciliten que la brecha de pobreza y miseria entre Norte y Sur se va cerrando harán disminuir tensiones que repercutirán en nuestra seguridad.
La violencia de las imágenes impactó en nuestras conciencias. No fue difícil imaginar el horror que acompañó a los que quedaron antes de que las torres se desplomaran definitivamente. Si esto quiere decir que no hemos perdido la sensibilidad frente al sufrimiento de nuestros congéneres en cualquier otro lugar del mundo, hablen la lengua que hablen y recen al dios que recen, entonces hemos encontrado un lugar en el que apoyarnos para pensar que en la desolación puede encontrarse alguna esperanza: igual que han sobrevivido valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y la generosidad hasta el heroísmo.
Paul Valéry decía en 1919: 'Nosotros, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales'. No era un comentario desesperanzado después de la débâcle de la I Guerra Mundial; era un llamamiento a construir con modestia y paciencia un mundo mejor y más seguro.
Gaspar Llamazares Trigo es coordinador general de Izquierda Unida.
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