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Columna
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Incertidumbre infinita

La gran carga simbólica e ilimitada crueldad de los ataques terroristas que sufrió EE UU el pasado 11 de septiembre nos han llevado a que, sin mucho debate, hayamos dado por inaugurada una nueva etapa de la historia de la humanidad. Al tiempo que los medios de comunicación del mundo se poblaban de escalofriantes imágenes y de titulares sobre el 'día en que el mundo cambió', los expertos se aprestaban a explicar qué eran las 'guerras en red', anticipaban la globalización de la respuesta al terrorismo y, los más pesimistas, se aplicaban a detallarnos los riesgos de que la respuesta norteamericana acabase de prender la llama del choque de civilizaciones. Ante este intranquilizador panorama, tratar de intuir las consecuencias económicas del conflicto resulta no sólo mezquino, sino, probablemente, un intento lleno de soberbia intelectual que está destinado a errar masivamente. Al fin y al cabo, ni la economía, ni los economistas -aunque algunos sigan pretendiéndolo- están particularmente dotados para la adivinación, sino, y eso tan sólo en el mejor de los casos, para hacer poco más que extrapolaciones 'educadas' de lo que ha ocurrido en un pasado más o menos reciente.

Una predicción 'segura' es que algunos de los inflexibles axiomas ideológicos de las últimas dos décadas se van a reexaminar

Una de estas predicciones 'seguras' es que algunos de los inflexibles axiomas ideológicos de las últimas dos décadas se van a reexaminar. Funciones tradicionales del Estado Clásico que en EE UU habían sido encomendadas a la empresa privada -la seguridad en los aeropuertos- volverán al ámbito de competencias del Estado, al tiempo que el paradigma del 'déficit público cero' -espero que salvo en Argentina- cederá protagonismo a concepciones claramente 'keynesianas' sobre la potencia reactivadora de la política fiscal. Por otra parte, una relajación globalmente coordinada de la política monetaria tratará de poner fin al irracionalmente exuberante pesimismo de los mercados y de sus agentes, y, muy en particular, al riesgo de que 'corridas' cambiarias en algunas de las monedas de reserva del sistema tengan nefastas consecuencias sobre la continuidad del proceso de apertura de los mercados internacionales de bienes y servicios. En resumen, todo parece indicar -en especial tras las advertencias del jueves de Greenspan sobre la inconveniencia de adoptar medidas económicas 'apresuradas'- que vamos hacia un mayor 'activismo' económico. Que este mayor 'activismo económico' logra evitar la recesión mundial que muchos pronostican es algo que, si somos intelectualmente honestos, tampoco podemos anticipar, aunque algunos sí que albergaremos desde ya temores sobre las consecuencias a medio plazo de los excesos de política económica que, en nombre de la 'recuperación', se van a cometer. Pero eso es otra cuestión que hoy palidece ante la urgencia de intuir si habrá una recuperación rápida o si, por el contrario, hemos entrado en una fase duradera de lento crecimiento -o contracción- de la economía mundial.

Para aplacar esa inmensa incertidumbre, lo único que realmente sabemos es que antes de los atentados, la economía mundial se encaminaba a la perfecta sincronización en torno al 'crecimiento cero', y que la esperanza de una rápida recuperación se sustentaba en que los consumidores -en especial los norteamericanos- mantuvieran un aceptable nivel de gasto pese a la caída del empleo, el ajuste de los salarios reales y la destrucción de riqueza financiera que se seguía produciendo en las bolsas. Lo que hace semanas era una esperanza, hoy ya es una quimera: la caída de la confianza de los consumidores hace virtualmente inevitable que EE UU vaya a registrar ya en este trimestre -y quizá en el cuarto- tasas de crecimiento negativas.

¿Y después? Todo dependerá de qué tipo de conflicto vayamos a encarar, de su duración y de su resultado final. De si tras los trágicos acontecimientos que hemos vivido y vamos a vivir, 'nuestro' mundo y nuestros comportamientos se modifican sustancialmente o si, por el contrario, estas dos semanas de temores y zozobras sólo han sido una sobrerreacción ante una agresión apocalíptica. Si volviéramos al mundo previo al 11 de septiembre, hay buenas razones para creer que la recuperación económica sólo dependería de la magnitud de los estímulos que se vuelquen en el sistema económico internacional. Y todas las indicaciones apuntan a que para esta cruzada hay barra libre. El problema es si usted cree que alguna vez se le va a olvidar lo que ha visto y, sobre todo, lo que teme que va a pasar, o quizá ya esté pasando.

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