La película Gescartera
Hasta el día de ayer, la única imagen que teníamos los ciudadanos de Antonio Camacho era la de una fotografía con su mujer con la cara difuminada. Resultaba difícil entender que el joven que aparecía en dicha foto hubiera tenido capacidad para poner en práctica una operación de la magnitud de Gescartera. Pegar un tirón o robar en unos grandes almacenes está al alcance de cualquiera. Pero hacer desaparecer dieciocho mil millones de pesetas, no. Y el joven que aparecía en la foto no daba la impresión de tener la consistencia suficiente para poder hacerlo.
Tenía, por eso, mucho interés en ver la comparecencia de Antonio Camacho ante la Comisión de Investigación del caso Gescartera. Oí sus palabras en la radio por la mañana y lo vi después por televisión. Y la impresión que tenía por la imagen de la foto se convirtió casi en una convicción. Es imposible que ese joven sea el protagonista principal de la película Gescartera. Tiene a duras penas las condiciones para ser un actor secundario, aunque casi me atrevería a decir que el papel que le cuadraría sería el de extra. Nadie que viera y oyera ayer a Antonio Camacho se puede creer que a ese joven tan frágil y con tantas dificultades para expresarse correctamente en español se le pudieran confiar decenas de miles de millones de pesetas.
Mario Conde, Javier de la Rosa o Jesús Gil resultan creíbles como autores de los delitos por los que han sido procesados y/o condenados. Es posible que hayan encontrado ayuda en su actividad delictiva, pero nadie pone en cuestión que son los protagonistas de sus respectivas películas. Antonio Camacho no resulta creíble como protagonista de esta superproducción. No resultaba creíble antes de verlo y oírlo. Mucho menos después de haberlo visto y oído.
Aquí es donde está el núcleo esencial del escándalo Gescartera. Se ha iniciado desde la sociedad civil. Pero sólo ha podido prosperar y llegar a adquirir las dimensiones que ha adquirido por la acción del Estado. Sin la intervención del Ministerio de Hacienda y la Comisión Nacional del Mercado de Valores el guión de Gescartera escrito por Antonio Camacho, si es que lo escribió él, no habría encontrado financiación suficiente para convertirse en la película que se está proyectando en todos los medios de comunicación del país y que incluso empieza a asomarse a los de algunos países europeos.
Es posible que el coste de esta superproducción la acabemos pagando todos los españoles. Si las anotaciones del dietario de Pilar Giménez-Reyna acaban verificándose, es más que probable que el ex secretario de Estado de Hacienda y la presidenta de la CNMV (y algunos otros miembros de la Comisión) acaben siendo procesados por el caso Gescartera y sean condenados. De ahí a la declaración del Estado como responsable civil subsidiario no hay más que un paso. Es la vía que me imagino van a seguir los abogados de los defraudados por Gescartera.
La presencia del Estado en Gescartera, por acción sobre todo, aunque también por omisión, es demasiado evidente para que el presidente del Gobierno pueda mirar para otro lado. Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro no pueden eludir su responsabilidad en este escándalo. Sin su actitud, como mínimo negligente, no hubiera podido llegar nunca a donde ha llegado. Tal vez no haya elementos de dolo en su conducta, como parece haberlos en las de Enrique Giménez-Reyna y Pilar Valiente, pero sí de culpa como para que no puedan seguir siendo ministros del Gobierno de la nación. Como José María Aznar sabe, la exigencia de responsabilidad política no requiere la previa exigencia de la responsabilidad penal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.