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Tribuna:BUSCAR ALTERNATIVAS CULTURALES
Tribuna
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El discurso del desastre

Un análisis del trágico acontecimiento del que somos testigos se compone de hechos, datos, hipótesis, entrevistas sobrecogedoras y sobre todo imágenes. Podemos hablar de la gran sorpresa, pero no podemos definir con palabras un acontecimiento como éste, de proporciones inauditas. Si intentamos afrontar los hechos de días pasados desde un punto de vista cultural, los términos que nos vienen inmediatamente a la cabeza son exasperación, consternación, estupefacción, desaliento, rabia o luto. Pero incluso esta serie de términos me parece inadecuada, insuficiente, quizá débil. Estamos obligados a enfrentarnos a la idea de vulnerabilidad y esta palabra se repite hoy continuamente. Nuestras ciudades parecen de pronto más expuestas a los peligros porque han sido atacados los dos lugares que parecían mejor defendidos. El carácter devastador de este dramático acontecimiento supera todo lo visto hasta ahora y nos acerca a las más extremas visiones apocalípticas de cierta literatura y del cine de Hollywood. Asombra la coordinación de los acontecimientos, la logística, la forma en que las operaciones han sido ideadas, planificadas, organizadas, realizadas con diabólica perfección.

Los norteamericanos, y no sólo ellos, no creían que los terroristas procedentes de los llamados Estados irresponsables pudieran alcanzar un grado tan sofisticado de tecnología y de capacidad de uso, grado que ha superado al occidental. En un primer momento todos empezamos a preguntarnos los motivos: terrorismo, antiamericanismo, fundamentalismo islámico, antiglobalización, antimundialismo, etcétera, pero enseguida nos vienen a la mente también las consecuencias que traerán estos hechos tanto inmediatamente como más a largo plazo.

En mi opinión, los motivos y las consecuencias se deben analizar simultáneamente. Es fácil prever que en las próximas semanas se tenderá a realizar nuevos cierres en el mundo con fronteras clausuradas, molestos controles a los ciudadanos, emigraciones e inmigraciones bloqueadas, libertad de movimiento limitada, ayudas a países más necesitados canceladas. Pero lo que me parece más peligroso es el abismo que se abrirá entre el mundo rico y el mundo pobre. Hay que mencionar también los fracasos de la globalización, la implosión de los equilibrios y el terror que acompaña al miedo a un nuevo terror: estamos condenados a vivir con este miedo, y éste puede poner en tela de juicio precisamente esa democracia de la que estamos tan orgullosos, transformándola en lo que hace diez años llamé democratura. Quizá después de estos acontecimientos veamos cómo nuestras democracias se transforman en democraturas.

Pero hay también otros fenómenos que me parece que van unidos a los ataques terroristas del 11 de septiembre. Somos testigos de malentendidos y de continuas distorsiones de las palabras y las expresiones que se usan estos días. El islam y el islamismo, como el islamismo y el fundamentalismo, no son sinónimos y tenemos que estar muy atentos para no generalizar los fenómenos que tenemos ante nosotros, sobre todo si van acompañados de represalias y venganzas. Hay que investigar sin simplificar cuáles son los lazos entre estos fenómenos. El presidente francés Jacques Chirac, al hablar de la relación entre Occidente y mundo islámico, insistió en la necesidad de tener cuidado para no desencadenar campañas de odio, mientras que el presidente Bush se refería al Bien que debe oponerse al Mal. Quizá deberían ser los cristianos los primeros en hablar del conflicto entre mundo pobre y mundo rico. Precisamente en este conflicto deberían buscarse los verdaderos motivos de lo que está pasando.

Otro malentendido es la confusión entre guerra y acto terrorista. La guerra tenía sus reglas, sus procedimientos, sus convenciones, que se respetaron -al menos en parte- también durante el fascismo y el estalinismo. Después de la caída del muro de Berlín salimos de la guerra fría y entramos en un período que no es de guerra, pero tampoco de verdadera paz. Por lo que se refiere al mundo islámico, gracias a los numerosos textos que consulté para elaborar mi Breviario Mediterráneo, se me quedó grabada una frase que pronunció un creyente islámico disidente: '¿Modernizar el islam o islamizar la modernidad?'. Éste es el gran problema al que se enfrenta hoy el mundo islámico. En efecto, no se puede islamizar la modernidad, del mismo modo que nosotros, afortunadamente, no conseguimos cristianizar la modernidad. Desde la Ilustración, todo un movimiento de hombres y de ideas ha impedido en Occidente la cristianización de la modernidad. Cuando se habla de modernizar el islam los teólogos más fundamentalistas creen que eso quiere decir necesariamente cambiar el texto del Corán. Pero nosotros los cristianos no hemos tenido que cambiar nada del Antiguo y del Nuevo Testamento para conjugar cristianismo y modernidad y creo que el mismo principio puede valer para el Corán. Ni siquiera en estas horas en que se esperan reacciones en el plano militar, hay que dejar de buscar una cultura que intente alternativas de civilización. Lo que temo es que después de la condena llegue la venganza. Y la venganza golpea a los inocentes, mientras que los verdaderos culpables consiguen escapar.

Pedrag Matvejevic es escritor ex yugoslavo de origen croata.

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