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Tribuna
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La encrucijada de Alá

Antonio Elorza

Uno de los efectos más perversos del macroatentado terrorista del día 11 puede ser la satanización de todo lo que huela a árabe y a Islam. El racismo subyacente en muchos occidentales ha encontrado la ocasión de oro para un arreglo de cuentas. Otro tanto ocurre con la derecha israelí hoy en el poder. En una intervención radiofónica en el programa Protagonistas, el embajador israelí proclamaba que en el terrorismo no había que ver más que eso, terrorismo, cuyo paradigma sería el palestino, borrando la larga tradición de terrorismo político sionista, desde la voladura del hotel Rey David, en Jerusalén, en 1946, hasta el actual de Ariel Sharon. En estas mismas páginas, el ex premier Netanyahu reducía todo a la lucha del bien, encarnado en 'el mundo libre', y el mal, personificado aquí en Yasir Arafat y la OLP, un 'terrorismo internacional' que debe ser aplastado.

Por fin, en un plano más elevado, el maniqueísmo recibe una envoltura intelectual de la mano del laborista Ben Ami: estaríamos ante una situación que comprueba la hipótesis de S. P. Huntington acerca del 'choque de civilizaciones': Islam frente a Occidente. Con idénticas consecuencias de confrontación inevitable e Israel colocado aparentemente como principal beneficiario. Resulta así olvidado lo que representa de cara al mundo árabe la estrategia de aniquilamiento de Sharon, como detonador y como legitimante para movimientos de desesperación, o cuando menos de solidaridad masiva con el terror, con un riesgo para la supervivencia de Israel muy superior al que representa el supuesto diablo doméstico, Yasir Arafat.

Claro que después de lo ocurrido tampoco tiene sentido seguir escuchando la cantinela de que el Islam es siempre tolerante, ajeno a la violencia, y que los occidentales hemos de reconocer nuestra incapacidad para entenderlo, y menos para criticarlo. Es una proposición absurda, porque si analizamos y criticamos la doctrina pontificia, el sionismo agresivo o el fascismo budista que surgió en el Japón de los años 30, ¿por qué crear una reserva impenetrable para el irracionalismo que pudiera derivarse de algunos planteamientos del Islam, en particular desde que ha entrado en juego el integrismo? No hace mucho que, con ocasión de la voladura de los Budas afganos, esa visión adormecedora se impuso sin dificultad, olvidando que la destrucción de los ídolos por el propio Mahoma en La Meca y su supuesta maldición dirigida contra los pintores de imágenes, recogida en el Mishkat, compendio doctrinal de los sunníes, avalaba el acto de vandalismo. Lo cual no significa, por supuesto, que la doctrina islámica, en la tradición y en la práctica, determine la destrucción de las imágenes de otras religiones.

Otro tanto sucede con los actos de macroterrorismo, ejecutados el 11 de septiembre. Correspondería un grave error ver en ellos la simple obra diabólica de un tipo enloquecido y sus seguidores, en el caso de confirmarse su verosímil autoría a cargo de la red dirigida por Osama bin Laden. Conviene recordar que Bin Laden es un wahhabita, la vertiente islámica que es religión de Estado en la Arabia Saudí, para la cual toda la verdad se encontraba en el Corán y en los hadiths, dichos atribuidos a Mahoma, rechazando por ilegítima toda innovación. Postura sencilla y tajante que tenía por instrumentos la palabra sagrada y la espada, visibles hoy en la bandera del reino saudí. No obstante, la occidentalización de la dinastía hizo que los mahabitas ortodoxos la considerasen traidora y ya en 1979 tuvo lugar una insurrección xenófoba en La Meca que terminó con la muerte de 450 rebeldes y 2.700 soldados. Nada más fácil en la coyuntura finisecular que designar a los Estados Unidos, cabeza del mundo occidental, como el Gran Satán que encarna la negación en todos los ámbitos de la ortodoxia coránica y de la hegemonía política del Islam. La guerra del Golfo, el triunfo de los taliban ortodoxos y el dominio ejercido por Israel en Palestina son los referentes que incitan a la respuesta violenta en nombre de Alá. El profundo malestar económico de otras áreas pobladas en Asia y África de musulmanes hace el resto, proporcionando desde la frustración y la miseria el respaldo de masas a la estrategia del terror.

Desde una interpretación radical, los fundamentos doctrinales son indudables. La noción de 'yihad', la vulgarmente llamada 'guerra santa', en realidad esfuerzo individual o colectivo en la lucha por el Islam, recibe en la azora IV del Corán formulaciones inequívocas en el sentido de que no existen límites en el combate por destruir a los enemigos del Islam: 'Quienes creen, combaten en la senda de Dios', 'combatid a los amigos del Demonio', 'a quienes combaten en la senda de Dios, sean matados, sean vencedores, les daremos una enorme recompensa'. Un día de defensa del Islam 'vale más que todo el mundo y que todo lo que hay en él', reza un hadith. Sobra lo que llamamos humanidad, pues no se trata de hombres, sino de creyentes y no creyentes en una lucha dirigida a la victoria de Alá. Tampoco cuentan los medios, y Mahoma en su vida dio ejemplo al incitar a sus leales a matar a quienes se le oponían, como en el caso de los poetas que escribían sátiras contra él. Esa convergencia de lucha implacable por la creencia y recursos taimados y sanguinarios cuajó en torno al año 1100 en el principal antecedente de lo que hoy sucede: la puesta en marcha por el ismailí Hasan-i Sabbâh, desde su castillo de Alamut, de una estrategia de eliminación de todo adversario religioso o político a cargo de auténticos comandos suicidas de sus leales, los 'asesinos'. El comentario de Hasan al primer crimen consumado fue: 'El asesinato de ese demonio es el comienzo de la felicidad'. Así debió pensar Bin Laden el día 11.

Ahora bien, 'los asesinos' fueron un episodio en la historia del Islam y el peor error sería hacer de Bin Laden el prototipo del musulmán. Éste es el gran riesgo de la acción represiva que va a dirigir un hombre tan torpe como Bush. Si hay un amplio respaldo al castigo del Gran Satán entre las masas árabes, es por la comisión de graves errores en la política de los Estados Unidos: ejemplo, Palestina. Parecen no haber aprendido la lección de Irán, con las consecuencias de su apoyo a la dictadura del Sha, y ahora la catástrofe puede ser mucho mayor si todos los musulmanes se sienten golpeados por una respuesta indiscriminada. Lo cual no excluye que el terrorismo y sus apoyos deban ser aplastados. Sin olvidar por fin que la partida decisiva se juega en el interior del mundo musulmán, y que hay dentro de él sobrados recursos políticos y religiosos para contrarrestar la explosión integrista, salvo que los Estados Unidos y sus aliados se obstinen en dar cumplimiento a la profecía de Huntington.

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Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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