'Nada volverá a ser lo mismo'
Los intermediarios financieros acuden a Wall Street conmocionados por la desaparición de centenares de colegas
A Marc Macesi se le hizo un nudo en la garganta cuando volvió a sentarse delante del ordenador. 'Fue una sensación irreal'. Todo era igual y distinto a la vez. Las cosas estaban en su sitio, los otros brokers de su oficina estaban en sus puestos y unas cuantas calles más arriba los bomberos buscaban cadáveres. Pero la consigna era seguir adelante, trabajar y esperar que las ansias de normalidad que se apoderaron ayer de Wall Street fueran suficientes para olvidar la tragedia.
Macesi se levantó al alba para afrontar el día. 'Cogí un tren más temprano porque pensé que tardaríamos más con el caos, pero todo fue bien. Llegué a la estación de Princeton (Nueva Jersey) que está cerca de mi casa, a las seis de la mañana. Allí me encontré con las mismas caras de siempre, pero habían cambiado. En Nueva York la gente suele ser bastante distante, pero aquí todo el mundo se hablaba, preguntaba por los demás. Fue una sensación extrañamente reconfortante'.
Al llegar le esperaba todo un espéctaculo. En el cruce de las calles Nassau y John, a tan sólo unos cientos de metros del edificio de la Bolsa, entre la humareda de vapor y polvo, todavía sigue erguido el resto calcinado de los primeros pisos de la torre sur. La gente se iba parando tras las barreras de la policía, hipnotizada, y luego seguía.
El estruendo de los camiones con generadores eléctricos era casi insoportable. El día, claro y soleado, 'propicio para las labores de búsqueda', como ya añaden ahora sistemáticamente las noticias del tiempo de los canales locales, se enturbió al llegar al corazón del centro financiero. Por momentos el humo se hacía irrespirable. Muchos andaban con máscaras. Otros tantos llevaba en la mano banderas norteamericanas.
Controles de seguridad
'Se siente tal nivel de tristeza en las calles, la gente ha perdido completamente su energía'. En una esquina, cerca de la boca de metro, Peter Ryan, quieto, enarbolaba la foto de su primo desaparecido, el bombero Terence MacShane, del distrito 100 de Brooklyn.
Pasar los controles de seguridad no fue tan difícil. 'Un documento de indentidad con foto y la credencial del trabajo', gritaba un policía en uno de los controles, completamente desbordado. Obreros y militares en uniforme de campaña se mezclaban con los trajes encorbatados de los brokers, todos corriendo de un lado para otro. Era un estraño cruce entre normalidad y catástrofe.
La oficina de Marc Macesi, Gruantal Securities, no sufrió daños estructurales. 'Durante el fin de semana pudimos preparar las cosas, pero todos teníamos cierta inquietud por este primer día. Muchas líneas de teléfono siguen sin funcionar y estamos tardando en recuperar toda nuestra base de datos. Esto es lo que más nos preocupa ahora, poder operar en condiciones'.
El ambiente era sombrío. Todo el mundo conoce a alguien o al amigo de alguien que murió. 'Conocía a varios brokers de Cantor Fitzgerald [la firma más afectada por la tragedia, que perdió a la mayoría de sus 700 empleados], mi ex jefe también tenía a alguien trabajando allí, y la profesora que da clases de lectura a mi hijo también. Es un luto que afecta a toda la comunidad'.
A las 9.25 horas, la oficina se paró delante de las televisiones. En la pantalla, Richard Grasso, el presidente de la Bolsa de Nueva York, hablaba de valor y coraje. 'Fue un momento muy especial. Estábamos todos emocionados', dice Macesi, que enseguida añade: 'Pero tampoco podemos olvidar que somos unos profesionales. Volver a trabajar es lo mejor que nos puede pasar. Es como una terapia. Aunque no nos engañemos, nunca nada volverá a ser lo mismo'.
Los primeros minutos de sesión fueron tensos. El Dow Jones, el índice principal de la Bolsa de Nueva York, como era de esperar, empezó a caer rápidamente. Pero a media mañana, poco antes de las once, la situación se fue estabilizando, aunque por poco tiempo.
'Estos van a ser unos días muy agitados y lo sabemos. La decisión de la Reserva Federal de rebajar los tipos de interés era inevitable y los mercados la esperaban. Las cosas volverán a la normalidad poco a poco pero nadie sabe exactamente cuando, ahora es muy difícil de preveer'. Las palabras fluyen con más rapidez y alivio cuando habla de especulación financiera que de sentimientos.
Conseguir un café, un bollo y no hablemos de una comida, fue toda una aventura. La mayoría de las cafeterías y restaurantes también abrieron ayer por primera vez, sin provisiones, sirviendo lo que les quedaba, cuanto no se había podrido, por la falta de electricidad. Los empleados que pudieron pasar los controles, llegaron al alba para limpiar las mesas. Todo estaba listo pero vacío.
Algunos comercios siguen cerrados. Otros tienen sus vitrinas completamente tapadas por los camiones de Con Edison, la compañía de electricidad que abastece a Nueva York. No saben ni cuándo se podrán abastecer de nuevo y no se atreven a calcular las pérdidas de estos días y los siguientes.
'El humor ha ido mejorando desde el martes; al principio estábamos todos conmocionados, pero poco a poco nos vamos recuperando. El domingo ha servido para que mucha gente pudiera encontrar apoyo espiritual en sus iglesias. Esta mañana, cuando nos reunimos a las ocho, como todos los lunes para analizar la semana, conseguimos más o menos tener una sesión de trabajo casi normal'.
Macesi reconoce que pese a su voluntarismo, el golpe psicológico tardará en sentirse. 'Algunos han llegado a la oficina con una mezcla de furia y miedo'.
'Es cierto que vamos a pasar unos momentos malos y tendremos mucho trabajo por delante, pero no hay nada que no se pueda reparar y lo haremos', dice Macesi. 'Esta noche volveré a casa y mañana seguiré trabajando, llevo 14 años haciendo esto y voy a seguir'.
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