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"Rezo una oración y me despido de mi hijo de 6 años"

Relato de un bombero herido en las Torres Gemelas a quien los médicos le piden que escriba para olvidar el horror

Francisco Peregil

B. S. es miembro de la unidad de rescate número 5, cuerpo de élite entre los bomberos de Nueva York. Se encontraba el 11 de septiembre en su puesto, en el número 1.850 de la calle de Clove Road, desde las siete de la mañana. Horas después ingresó en un hospital de Nueva York con aspecto de quien ha cumplido varios años en una mañana.

Para evitar que los heridos del Word Trade Center sufran secuelas y que las pesadillas se prolonguen durante meses o años, los psiquiatras les han invitado a relatar sus recuerdos. A continuación se reproduce el testimonio escrito a mano, en diez folios, por el bombero B. S., al que ha tenido acceso EL PAÍS.

'Me siento y suena el teléfono. Es un miembro de Rescate 5 que está libre de servicio y me dice que acaba de ver cómo se estrellaba un avión contra el Trade Center. Respondo: 'Claro, claro, ¿con quién querías hablar?' Me dice: 'No, de verdad'. No tiene voz de bromear. Así que cuelgo y llamo a la central de avisos, donde coinciden.

'Pienso que no estoy dispuesto a morirme ahí y que nadie va a estar tan loco como para venir a buscarnos'
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Me dicen que nos dirijamos al Trade Center. Antes de entrar en el túnel de [ilegible] veo el segundo avión que golpea la otra torre y una bola de fuego que estalla, y pienso: '¿Cómo vamos a sacar a la gente de allí?' Cuando salgo del túnel puedo ver el motor de un avión [ilegible] en la parte posterior de un coche. Se ven trozos de cuerpos por todas partes, mientras intento maniobrar mi camión entre ellos. Cuando llego y aparco enfrente de la Primera Torre, en West Street, veo que se acercan los demás camiones. Me encuentro con algunos a los que conozco y les saludo, mientras nos apresuramos a entrar en el edificio para eludir los cascotes que caen.

Hablo con mi jefe, que me dice que me presente ante el puesto de mando situado en la Segunda Torre. Me uno a un bombero de otra unidad que no estaba de servicio y nos vamos allí. En el vestíbulo hay un ambiente frenético. El reverendo Judge, nuestro capellán, un hombre normalmente tranquilo, está bastante nervioso. Le he visto en muchas catástrofes y en funerales de bomberos y nunca se altera. Supongo que es porque siempre va acompañado del Señor. Subimos al segundo piso para dirigir la evacuación.

En las escaleras paso junto a un carrito de bebidas y cojo dos botellas de agua; pienso que me vendrán bien más tarde. Vamos a la escalera C y empezamos a encaminar a la gente. 'Vayan por la derecha, no miren hacia arriba, vayan andando, sin correr, ya están casi fuera'.

Bajamos a dos personas en brazos y en el vestíbulo se las entregamos a unos agentes de policía que las sacan a la calle. Oímos a gente que se tira por las ventanas y sabemos que la situación debe de estar muy mal. Dos compañías de bomberos suben escaleras arriba con mangueras. Pasan por mi lado dos compañeros que trabajaron durante un tiempo en mi cuartel y nos saludamos. La evacuación prosigue; casi todos bajan ordenadamente y sonríen cuando les digo que sólo les queda un piso. 'A la derecha, unos 60 metros; luego a la derecha, otros 16 metros; luego un tramo de escalera a la izquierda, y luego a la derecha hasta el vestíbulo'. Nunca hay que olvidar por dónde se ha entrado, nos enseñan, para saber por dónde hay que salir.

Estoy en la escalera C cuando se oye un estruendo como de muchos trenes juntos llegando a una estación de metro. Cierro la puerta del vestíbulo y nos quedamos en la escalera. Fuera, el ruido es ensordecedor. No puede ser que se esté cayendo, pienso. ¿Se va a venir abajo y nos va a atrapar aquí? Estamos así un minuto, más o menos, en total oscuridad. Permanecemos en la escalera hasta que oigo gritos y lamentos. Intento abrir la puerta, pero está obstruida por los escombros. Con la ayuda de otra persona, un policía que ha bajado por las escaleras, consigo abrirla. Hay gente quejándose y gritando. Algunos son esos mismos a los que yo acababa de decir: 'Ya están casi fuera, sólo un tramo más'.

La oscuridad es total y está todo lleno de [ilegible]. Enciendo mi linterna y les llamo: 'Aquí estamos los bomberos, vengan hacia mi luz'. Me asomo a la zona oscura y la gente se aproxima hacia mí. Vuelvo a llevar a un grupo de entre 10 y 15 hacia la escalera. Al parecer, la Primera Torre se ha derrumbado, pero no sobre la nuestra, sino alrededor, y ha destruido ventanas. Digo a los presentes que formen una cadena y comienzo a dirigirles de nuevo hacia la salida.

No puedo encontrar al compañero con el que estaba, y todas las radios han dejado de funcionar. No parece que el edificio sea muy seguro. Sólo quedamos unas ocho personas: policías, bomberos y un civil que ya no puede caminar. Vamos hacia la puerta y salimos entre la Segunda Torre y el edificio federal, en el número 7, me parece. Todo está lleno de escombros. El camino por el que vinimos está bloqueado. Algunos dicen que hay otra salida y empezamos a alejarnos de West Street. Veo que el número 7 tiene las ventanas rotas. La próxima vía para salir, pienso. Llevamos al hombre que no puede andar, por turnos, y eso nos retrasa un poco.

Oímos más derrumbes a cierta distancia. Parece que se está cayendo la Segunda Torre. Siento que me empujan, me estrellan o lo que sea contra el número 7. Me fallan las rodillas y me caigo. 'No voy a morirme así'. Me levanto y me meto por la ventana. He perdido el casco y la linterna. Cuando cesa el ruido vuelve la oscuridad. Tengo la garganta llena de escombros. Me meto los dedos en la boca para sacármelos. Estoy muy reseco, no puedo respirar. Busco el agua que tenía en el bolsillo y ha desaparecido. Veo que en la habitación hay otros cuatro tipos. Nos levantamos, conscientes de que en el patio hemos perdido a algunos. Miro a mi alrededor y veo el desastre. ¿Cómo vamos a salir? ¿Habrá un nuevo derrumbe? Digo una oración y me despido de mi hijo de seis años, de mi esposa y mi bebé de un mes, que tal vez no llegue a conocerme nunca.

Un hombre aconseja que nos quedemos donde estamos, que ya vendrán a rescatarnos. Otro sugiere que intentemos salir. Otro está herido. Lo que pienso yo es que no estoy dispuesto a morirme ahí y que nadie va a estar tan loco como para venir a buscarnos. Examinamos la situación y pensamos en romper la pared, pero hemos perdido nuestras herramientas y estamos agotados. Nos cuesta respirar y, cuando cambia el viento, la sala se llena de humo. Subo a otra ventana, al otro lado de la habitación, que estaba en una esquina, y salgo por ella, para caer encima de más escombros. Me siguen otros tres. Nos quedamos un momento donde estamos, porque no se ve más allá de cinco metros, e intentamos decidir hacia dónde correr.

Poco a poco se levanta el humo y uno ve una farola que asoma desde debajo, en la calle. Vamos corriendo hacia ella, pero hay un salto de unos cinco metros hasta poder colgarnos de la parte superior y deslizarnos por ella hasta abajo del todo, unos 14 metros. El otro bombero, que debe de tener veintipocos años, salta y cae sobre los escombros. '¿Podrá levantarse?', pienso. Se levanta y sale corriendo. Otros tres estamos dudándolo. Sé que, a mis 43 años, el cuerpo no va a aguantar tan bien, así que decido quedarme quieto y esperar a que se disipe un poco más el humo, mientras no oiga más derrumbes.

Ato una correa alrededor de un poste, para poder agarrarla y ahorrarme uno o dos metros en la caída. Estoy a punto de lanzarme en dos ocasiones. Sigo mirando a mi alrededor. Vemos un camión de bomberos, el número 10, enterrado bajo los escombros. 'Qué bien nos vendría ahora la escalera', pienso. De pronto, asoma el sol entre las nubes de polvo y humo y puedo vislumbrar la silueta de la escalera que baja hasta la calle. Les grito a los demás y corremos hacia ella. Está parcialmente obstruida, pero se puede pasar. Los otros dos bomberos vienen detrás, y llamamos al cuarto hombre para que nos siga.

Recorro una manzana, aproximadamente, pero no veo a nadie y ni siquiera puedo adivinar los letreros de la calle. Un poco más allá veo a un policía que me pregunta si estoy bien. Le digo que no, me cuesta respirar y no puedo ver por el polvo y las heridas. Me lleva a [ilegible], que está desierto, y me ayuda a lavarme. Me enjuago la boca, pero todavía no puedo tragar. Tengo la garganta llena de restos. Le pido que me lleve a una ambulancia. Allí veo a un jefe de bomberos que intenta mantener cierto orden. Le digo que estaba en el edificio derrumbado y que hay más gente que está saliendo. Me meten en una ambulancia y me llevan al hospital. El hecho de que me hayan traído aquí, a la parte alta de la ciudad y lejos de otros hospitales en los que el caos es mayor, es una ventaja.

Algunos compañeros han venido a verme, otros me han llamado. ¿Me alegro de salir? Sí y no. Estoy encantado de ver a mi esposa y a mis hijos, pero sé que faltan 11 miembros de mi familia del 1850 de Clove Road. ¿Cómo voy a mirar a la cara a sus mujeres y sus hijos? Hasta el reverendo Judge ha fallecido, según he sabido. Tal vez dejó que el Señor me sacara siguiendo el resplandor de la luz. Pero ¿y los otros? ¿Los otros 11 miembros de Rescate 5?

El cuartel de Clove Road nunca volverá a ser el mismo. Unos tipos fantásticos, unos hombres de familia, unos bomberos heroicos. Nuestra lista de personal, nuestra familia, reducida casi a la mitad. Sólo figuran como desaparecidos, así que conservo ciertas esperanzas, tal vez estén encerrados y a salvo en un gran hueco. Pero no, no existe ningún hueco tan grande como el que dejan ellos y todos los demás que han dado sus vidas en nuestra familia, el Departamento de Bomberos de la ciudad de Nueva York.

P. D. Después me entero de que mi 'tío Joe Driscoll' estaba en el vuelo que cayó en Pensilvania. Nuestro único consuelo es que estamos todos convencidos de que luchó contra ellos, y eso es lo que se supone que pasó.

P. D. Escribo esto porque quizá así me sea más fácil dormir y no tenga que volver a revivirlo tantas veces. Aunque sé que, probablemente, voy a revivir este día el resto de mi vida. Estuve en la policía de Nueva York durante dos años y llevo en los bomberos casi 16. Creía que lo había visto y hecho todo. Gracias.

B. S.'.

Varios bomberos toman un respiro durante las labores de rescate en las torres.
Varios bomberos toman un respiro durante las labores de rescate en las torres.EPA

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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