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Columna
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Diseños

En Madrid está ocurriendo ahora, con cierto retraso, lo que ya ocurrió en Barcelona. La ciudad está cayendo en manos de los diseñadores. En Barcelona no hay ni un café, ni una taberna, ni una tienda que sean auténticos. Costaría trabajo encontrar un solo establecimiento de, por no ir más lejos, un siglo de antigüedad.

Lo que sucedió hace algo menos de dos años con una taberna de Madrid, La Puebla, pasará con otras. La dueña, Mari Luz, excelente cocinera y persona simpática si las hay (como buena madrileña, no era de aquí, sino de fuera, de la Maragatería), tuvo que dejar la taberna por razones de edad y porque su hija no estaba muy animada a seguir con el negocio. La vendió y los compradores, en vez de mantener la bonita decoración de azulejos del local, que debía de ser de principios del siglo XX, decidieron llamar al diseñador, el cual, ni corto ni perezoso, echó abajo lo antiguo y construyó algo nuevo en estilo antiguo.

Es como si, salvadas las distancias, se dinamitara la catedral de Burgos para edificar un catedral neogótica. La arquitectura debe ser tratada con mayor delicadeza que la otras artes, y no estoy seguro de que los arquitectos y diseñadores se den siempre cuenta de ello.

La literatura, la pintura, son artes discretas. Si a una persona no le gusta determinado libro, determinado cuadro, se podrá defender de él con sólo no leerlo o no mirarlo.

En cambio, si un arquitecto o un diseñador le planta a usted delante de su casa un edificio o un local diseñado que a usted no le gusta, entonces no tiene otra salida que mudarse de piso o, como decían los clásicos, echarse a morir.

Hay que hacer cosas nuevas en las ciudades, pero no quitar las antiguas e inventarles una nueva antigüedad, que es a lo que parece querer limitarse el diseño de hoy.

Temo que las tiendas o tascas bonitas que quedan en Madrid y que también son patrimonio urbano no duren mucho tiempo. Entonces habrá que poner a la entrada de la ciudad el rótulo 'Regiones Devastadas'.

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