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España contribuirá con bases y vigilancia

EE UU utilizará las instalaciones en Rota y Morón, pero la participación militar española sería simbólica

Miguel González

Desde la tarde del pasado martes, pocas horas después de que Nueva York y Washington sufrieran el más brutal ataque terrorista de la historia, el Gobierno español dejó clara su voluntad de cooperar 'codo con codo' con Estados Unidos 'para que se haga justicia', en palabras del presidente José María Aznar.

Ya se sabe que esa justicia no se hará a través de órdenes de detención, demandas de extradición y mandamientos judiciales, sino con métodos mucho más expeditivos. Los atentados del pasado 11 de septiembre fueron un 'acto de guerra', según el presidente George W. Bush, y la respuesta estará en consonancia con esa definición.

Aunque aún no se haya identificado definitivamente al enemigo, la maquinaria bélica más potente del mundo se ha puesto en marcha.

La mayor preocupación de los servicios de seguridad es que se produzcan atentados terroristas

El único apoyo requerido hasta ahora por EE UU ha sido el de los servicios de espionaje. El Cesid, como las demás agencias occidentales, ha empezado a suministrar todos los datos disponibles sobre grupos integristas suceptibles de estar involucrados en la matanza. En cambio, otras ofertas de carácter humanitario, como el envío de equipos especializados en el rescate de supervivientes e identificación de cadáveres, se han quedado de momento amontonadas sobre la mesa.

Los mandos militares consultados por EL PAÍS coinciden en que las bases de Rota (Cádiz) y Morón de la Frontera (Sevilla) cumplirán un importante papel en apoyo al despliegue de las tropas de EE UU, como ya hicieron durante la guerra del Golfo.

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Las Fuerzas Armadas norteamericanas han empezado a aprovisionarse de combustible en Rota, hasta 28.000 toneladas, y es probable que en los próximos días lleguen cazas, bombarderos, aviones cisterna y buques.

EE UU ha invocado el artículo 5 del Tratado de Washington, que compromete a los aliados a prestarle ayuda, pero no de forma automática ni necesariamente militar. Aunque el apoyo se canalizará a través de la OTAN, será cada país el que negocie de forma bilateral con EE UU el alcance de su participación. El Gobierno, según portavoces oficiales, no será cicatero, pero es probable que, por las características de la operación y por la propia decisión norteamericana, se restrinja al apoyo logístico.

España se ha sumado sin reservas a la coalición mundial contra el terrorismo que ha empezado a formar la diplomacia estadounidense. Pero esta coalición, en la que debería estar la mayoría de los países islámicos, además de Rusia, la UE y la OTAN, tendrá más carácter político que militar. A diferencia de lo ocurrido en Irak y la ex Yugoslavia, las fuentes consultadas consideran muy improbable que participen soldados españoles, y creen que las fuerzas norteamericanas actuarán en solitario o acompañadas a lo sumo por sus hermanas británicas.

En primer lugar, porque, dado el enemigo a batir (el régimen de los talibán afganos, aunque no se diga aún oficialmente), ellas solas se sobran; en segundo lugar, porque la adición de unidades de numerosos países complica la dirección de las operaciones; y, por último, porque EE UU, que ha sido herido en su orgullo, además de sufrir miles de víctimas y cuantiosísimos daños materiales, quiere tomarse directamente la revancha contra los culpables.

En la guerra del Golfo, España aportó, además del uso de las bases, una fragata y dos corbetas; y en la de Kosovo, seis cazas F-18 y un avión cisterna. Pero Afganistán no tiene costa y las bases aliadas más próximas, en Turquía y la isla de Diego García, en el Índico, están mucho más alejadas que la italiana de Aviano, utilizada por los F-18 españoles para bombardear Kosovo. Además, en Afganistán apenas hay objetivos militares que atacar, como centros de mando y control o defensas antiaéreas, en comparación con Irak o Serbia, y ningún estratega se plantea una invasión terrestre, excepto las probables operaciones puntuales de comandos.

En esas circunstancias, una presencia simbólica española en el teatro de operaciones sólo se justificaría, según las fuentes consultadas, como una forma de visualizar la solidaridad aliada y asumir públicamente que se comparten los riesgos. Unos riesgos que no se correrán tanto en el campo de batalla como en la retaguardia, en forma de posibles atentados por parte de grupos ligados o no a Osama Bin Laden.

EE UU ya ha advertido de que la guerra contra el terrorismo integrista será larga. Desde 1985, cuando una bomba destruyó el restaurante El Descanso (Madrid), el territorio español ha quedado al margen de esta forma de violencia suicida y fanática, en parte gracias a una compleja urdimbre de pactos tejida en su día por los servicios secretos.

Las medidas de seguridad adoptadas esta semana en aeropuertos o embajadas revelan que esta situación puede cambiar. Porque, al margen de cuál sea su participación en las operaciones bélicas, en este conflicto de alcance mundial España sí es beligerante.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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