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Columna
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Sin alternativa, todavía

Decíamos ayer, esto es, hace hoy una semana en esta misma columna, que el debate sobre política general que ha tenido lugar en las Cortes Valencianas sería una edición más del consabido maniqueísmo que destilan estos fastos. El Gobierno, tal como le corresponde, nos sahumaría con el aroma de sus triunfos, y la oposición trataría de rebajarle los humos aireando catastrofismos e incumplimientos más o menos fundamentados. En esta ocasión, sin embargo, y sin quebrar el esquema anotado, los contendientes han aportado novedades, detalles e iniciativas que abonan algunas reflexiones indicativas de que el debate no ha sido inútil.

Por de pronto, no ha pasado inadvertido el cuido que el presidente Eduardo Zaplana ha puesto en el lance. Se lo ha preparado a fondo, nutriendo su discurso con propuestas y compromisos que nadie le exigía y acaso no necesitaba, habida cuenta de la escasa munición retórica y flácida acometida de sus adversarios, si exceptuamos los hachazos del portavoz de EU, Joan Ribó, tan conmovedores como prescindibles por enervación de las siglas que lidera. Es posible que el molt honorable haya llegado a pensar que el acoso mediático que sufre -que tampoco es tanto- sólo fuese un anticipo de la mascletà que le esperaba desde la tribuna de oradores del hemiciclo. Y se equivocó. Por ahora, y lo que te rondaré, morena, su único cilicio será el que la prensa menos dócil le dedica, lo que no deja de ser un lamentable descrédito para las fuerzas políticas obligadas a ajustarle las cuentas al poder.

Si bien se mira, la batería de novedades que ha propuesto el jefe del Ejecutivo está preferentemente volcada en la política social. Se amplía el ámbito de gestión que incumbe a esta consejería -con lo que se le ha dado un espaldarazo a las fórmulas de financiación emprendidas por su titular, Rafael Blasco- a costa de Sanidad; se aborda el problema de la inmigración desde un nuevo organismo integrador de las distintas competencias; se anuncia una ley de ordenación sanitaria que contempla notorios riesgos para la Administración y evidentes ventajas para el usuario; se le hacen positivos guiños a la familia, a los sindicatos y a la enseñanza. Poco menos que se diseña -al menos se anuncia- una mejor y más amplia cobertura social.

Frente a esta panoplia de promesas -promesas que, improvisadas o no, ya comprometen- ¿qué política social ha articulado la izquierda? Yo no las oí ni he leído en el discurso del portavoz socialista Ximo Puig, concebido al parecer pensando más en los titulares de prensa -por el efectismo de las descalificaciones- que en la exposición razonada de alternativas. El PSPV, por desgracia, ha perdido los papeles y está al rebufo del partido gobernante, del que a menudo parece la facción encogida y cabreada. Ya que no tiene mimbres para ser realista y discursivo, podría echar mano de la utopía y diseñar un país más igualitario y feliz, aunque sea en el futuro remoto, en el que con toda probabilidad ha de sonar su hora.

Pero es que, a mayor abundamiento, resulta que si bien la réplica socialista en el panorama social ha sido inane, la misma tónica ha prevalecido en capítulos propicios a sangrar al Gobierno autonómico. En la RTVV, por ejemplo, en la tantas veces aireada ordenación del territorio, en las dotaciones para investigación y desarrollo y hasta en las contrataciones de Julio Iglesias, que el mismo consejero áulico Pedro J. Ramírez reprocha al presidente Aznar. Rúbricas todas ellas liquidadas con una faena de aliño sin ninguna rentabilidad política.

No ha de extrañarnos el clima de consternación que cunde entre la grey socialista, estupefacta cuando su portavoz invoca la Tasa Tobin, pero deja sin apuntillar el caso Gescartera, acerca del cual, por cierto, Joan Lerma no ha conseguido, por más que se ha empeñado, que Zaplana comparezca en la comisión de investigación.

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