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Columna
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El jardín de las delicias

La farándula del arte, es decir, aquella parte del mismo que se ocupa tanto de la vanidad como de la venalidad, tiene entre manos otra exposición macroantológica sólo para que la gente haga cola, compre camisetas y diga que estuvo. Ahora le ha tocado el turno al Bosco y puede que no le hubiera sentado mal, acostumbrado como estaba a los hombres con cabeza de pez o de chorlito. Entre sus muchas pinturas se podrá contemplar la que retrata a La nave de los locos, aquella alegoría medieval de la despreocupación impresa en unas gentes que navegan abandonadas a sus propios placeres en un barco sin capitán ni timonel nada más que para ir al infierno, porque se trata de una alegoría religioso-moral. Ahora bien, quien piense viajar a la antológica, que es un infierno, pero de otra clase, sólo para verla, quiero decir, para ver La nave de los locos, se puede ahorrar el viaje, ya tiene el Tampa.

Porque hay que estar loco de remate para coger los churumbeles y cuatro bártulos, hacinarlos en un barco y pensar que sólo porque se tenga la voluntad de verse refugiado en un país rico basta para que suceda. Claro, luego pasa lo que pasa, o sea que lo único que se presenta es el infierno; primero en forma de mar que amenaza con tragarse al barco que ya iba al garete, después, en forma del Tampa, que parece una salvación, pero se convierte en un problema. No en este caso por culpa del capitán ni de los recogidos a bordo, sino de los cuerdos del mundo entero que con sus repulgos y sutilezas hacen del Tampa una renovada Nave de los Locos mucho más gigantesca que la que botaron los ingenuos viajeros con sus sueños de libertad. En realidad, el Tampa no es más que un espejo que concentra y devuelve toda la estulticia mundial disfrazada de agudeza. Empezando por la del país que estaba más cerca y que tiene alguna disculpa porque es marsupial y, ya se sabe, lo marsupial propende a la marsupia a nada que pinten bastos.

Temerosas de que por ceder una vez pueda crear costumbre y se les llene el país de parias no llamados, las autoridades australianas han tratado a toda costa, y nunca mejor dicho, que el Tampa no toque en su litoral aunque para ello hayan tenido que violentar algunas leyes. Empezando por la Convención de Ginebra, que quiere que se atiendan las peticiones de asilo cuando los presuntos refugiados se hallan en el país o, en su defecto, en las aguas jurisdiccionales, por lo que hubieran tenido que desembarcarlos. Pero es que ya estaban violando sus propias leyes, pues en cuanto el ejército puso pie en el Tampa lo hizo un poco australiano, con la consiguiente obligación de llevar la nave a puerto. Por no mencionar que ya había un procedimiento jurídico en marcha que hubiera exigido la presencia de los náufragos en tierra firme. Pero Occidente no lo sería, aunque sea antípoda, si no tuviera sus ases en la manga. El de Australia se llama surrealismo.

Una vez que ha conseguido que los incómodos alienígenas naveguen hacia una tierra de asilo que se halla a 7.000 kilómetros, Australia decide surrealistamente que el Tampa es australiano, aunque sea noruego, mientras llega, para hacerse cargo del lío, un buque de guerra que sí es australiano pero no tonto, porque si lo fuera se llamaría Nave de los locos o Stultifera navis y se llama, en realidad, Manoora, que seguro que también quiere decir algo en aborigen. Eso sí, las saltarinas autoridades del país de los canguros han prometido que si los tribunales fallan a favor de los vagamundos, los repatriarán, si así lo desean, porque de este modo se habrá cumplido el requisito legal y no habrá precedente extraño y multiuso. Claro que también se habrá cumplido el que los tiene a tanta distancia, que seguro disuade a la mayoría.

Es lo que tenemos los de aquí, recursos, que no sólo quiere decir dinero, sino también pesquis. Los de allí sólo tienen tenacidad, que es lo propio de quien no tiene nada y por eso lo mismo cogen una patera que acaba en el Tampa o se lanzan al túnel de la Mancha a despecho de saberlo inexpugnable. Y es que nos ven como el Jardín de las Delicias, por más que viajes como el del Tampa demuestren que lo somos, pero como lo vio el Bosco, no sé si recuerdan, con aquel hombre hueco y mucha pompa vana y mala, aunque, eso sí, ruidosa y aparente.

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