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Columna
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Tics

Hace unos meses, después de recibir al presidente norteamericano con una media docena larga de reverencias, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, quitó importancia al asunto: lo suyo, vino a decir, no era sumisión, sino simplemente un tic.

Quizá dentro de poco podamos saber si Piqué se ha curado de tan pintorescos gestos involuntarios. Después de más de dos años sin celebrar las cumbres periódicas comprometidas con Marruecos, el Gobierno español ha anunciado que las reanudará. ¿Hará Piqué al rey de Marruecos las mismas cucamonas que a Bush o podrá reprimirse las reverencias?

De momento, el jefe de la diplomacia española parece seguir la consigna dictada por el Gobierno y aceptada por buena parte de los medios de comunicación: leña al moro. Hay que reconocer que ésta es una postura que siempre resulta popular en un país como el nuestro, en el que los resabios históricos nos llevan a recelar del pérfido vecino del sur.

Ahora resultaría que es Marruecos el que tiene en exclusiva la culpa del drama de las pateras, ya que existiría un contubernio entre las mafias que se lucran gracias al tráfico de mano de obra y las fuerzas de seguridad marroquíes. Que en Marruecos existe corrupción es algo que está al alcance de cualquier turista que haya querido cruzar la frontera de Ceuta sin aguantar mucha cola. Pero el periódico que tengo sobre la mesa mientras escribo este artículo no parece tampoco reflejar una realidad excesivamente inmaculada: 'Una carta de la CNMV revela que autorizó a Gescartera sin cumplir los requisitos', 'Cardenal ordena a Anticorrupción que no investigue al ministro Piqué sin su permiso', 'El fiscal pide que declaren por cohecho dos jueces de Melilla'...

Sí, es sabido, en Marruecos hay un grave problema de corrupción administrativa, pero no me escandaliza: en la ciudad en la que vivo han desaparecido de los tribunales 50.000 folios de sumarios sin que aún se haya descubierto a los culpables. Es evidente que la corrupción administrativa favorece a los traficantes de mano de obra y de hachís. Pero a este lado del Estrecho también ocurren cosas muy raras.

La economía sumergida crece alarmantemente. Buena parte de esta economía parte de las explotaciones agrarias intensivas de Almería o Huelva, por poner dos ejemplos cercanos. En estas dos provincias abundan los trabajadores africanos que carecen de documentos, cobran en dinero negro y sin que se cotice por ellos a la Seguridad Social.

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Pero la Inspección de Hacienda no parece enterarse de nada; tampoco la Inspección de Trabajo se entera de mucho. Todos miran para otro lado. Está por ver, por ejemplo, que la fiscalía almeriense mueva un dedo para procesar a los que intervinieron en los linchamientos racistas de El Ejido hace año y medio y de los que existen centenares de fotos y grabaciones de vídeo. Visto esto, ¿puede extrañarnos que la Gendarmería marroquí sea incapaz de luchar contra la avalancha de pateras?

Resulta grato tener un vecino pobre al Sur. Siempre podremos echarle las culpas de todo y nos hará sentirnos más importantes. Así, cuando toque, podremos hacer reverencias a los poderosos con muchas más ganas.

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